Cuando hashtags en relación a mujeres trans se vuelven tendencia y se hace mención a “mujeres borradas”, debería ser en referencia a todos los años que se negaron nuestras identidades y todas las veces que tuvimos que ocultarnos para sobrevivir. Aún hay quienes nos tratan como hombres y la discriminación, exclusión y marginación siguen siendo comunes a la mayoría de mujeres trans en Chile y la región.
La primera vez que aparece con fuerza esta terminología fue en el año 2018, cuando ex presidente de Estados Unidos, Donald Trump, impulsó cambios para definir género como “una condición biológica inmutable determinada por los genitales al nacer”. Esta medida del lobby religioso encontró respuesta en activistas que respondieron con fuerza: “No nos van a borrar”. Ese fue el eje de resistencia y la principal consigna de las personas trans en respuesta a la administración Trump.
[cita tipo=»destaque»] El feminismo lucha desde sus inicios para que no se restrinja a partir de nuestros genitales qué espacio de la sociedad es el que nos corresponde habitar [/cita]
Pero cuando las posiciones reaccionarias se ven superadas por un discurso honesto, éstas intentan apropiárselo para distorsionar su significado. Es así que hoy acusan a los gobiernos que toman acciones a favor de las personas trans de “borrar a las mujeres”, haciendo alusión a que las mujeres cisgénero estarían siendo supuestamente postergadas al dar espacios de reconocimiento y derechos a las mujeres trans. Esta es una estrategia similar a la utilizada para señalar que el problema de la clase trabajadora sería la postergación respecto a personas inmigrantes o de alguna minoría étnica.
Todas las personas trans y de grupos vulnerables estamos en algún alcance desensibilizadas de estos discursos de la ultraderecha, pero cuesta más asumirlo cuando esos mismos ataques vienen de espacios cercanos. Probablemente la instancia en que ha resultado más doloroso enfrentarlos es el 8M, cuando surgen desde quienes se identifican como feministas, pero mantienen una posición transexcluyente.
Las marchas y eventos del 8M siempre han sido espacios de sororidad y las mujeres trans nos sumamos a esa lucha que compartimos, tanto por derechos que necesitamos y contra la violencia que nos afecta todos los días. Pero este año hay personas trans que lo sienten distinto y ya no quieren participar.
La exclusión siempre duele, pero esta duele más. Porque un grupo que sale a protestar para que podamos sentirnos seguras en las calles debería poder empatizar con el hecho de que las mujeres trans no nos sentimos seguras en ningún espacio, ahora tampoco en la marcha del 8m. Esa marcha sorora era uno de los pocos lugares seguros para nosotras, ahora nos lo quitaron.
Según estadísticas de la CIDH las mujeres trans en latinoamérica tenemos una esperanza de vida de 35 años, mediciones en Argentina y Uruguay señalan que más del 70% de mujeres trans no tienen empleos formales y en Chile estamos tan invisibilizadas que no contamos con estadísticas oficiales para conocer nuestra realidad. Tenemos mayor probabilidad de enfrentar discriiminación, exclusión y violencia, pero según los discursos trans excluyentes tener genitales masculinos implica que no sufrimos opresión.
El feminismo lucha desde sus inicios para que no se restrinja a partir de nuestros genitales qué espacio de la sociedad es el que nos corresponde habitar, para que no se castigue socialmente a quien transgrede esos límites impuestos, para que no definan por nosotras quienes podemos ser y con qué podemos soñar. Las personas trans somos parte de esa lucha.
Las feministas trans excluyentes son una minoría ruidosa, como lo es la ultraderecha en la sociedad, solo pueden borrar a las mujeres trans del 8M si la mayoría es indiferente. Espero que la gran mayoría se sume decididamente a cuidar este espacio, que también nos pertenece, y que nunca perdamos el poder transformador que surge de visibilizar las identidades excluidas y vulnerables.