Nicole Saavedra, Susana Sanhueza, Anna Cook y María Pía Castro no se conocían. No coincidieron en hobbies, amistades, ciudades ni años de nacimiento, pero compartieron el mismo final. Todas fueron asesinadas por ser lesbianas. Todas fueron muertas por elegir libremente a quién amar.
“¡Así te quería pillar, lesbiana de mierda!” fue lo último que escuchó Mónica Briones. La madrugada del 9 de julio de 1984, tras soplar 34 velas en el bar Jaque Matte de Santiago, la artista esperaba micro junto a una amiga al frente de la Fuente Alemana en el Parque Forestal. Pero Briones nunca llegó a su casa. Un hombre “de pelo muy corto, estilo militar y bototos”, según consta en las declaraciones judiciales, la golpeó repetidamente en el cráneo hasta asesinarla.
El homicidio, hoy documentado como el primer crimen de odio en Chile, encabeza una lista que no deja de crecer. Solo el 2019, el último Informe Anual de Derechos Humanos del Movimiento de Integración y Liberación Homosexual (Movilh) cifró en 1.103 los actos abusivos contra la comunidad LGBT, un aumento del 58% que se convirtió en el más alto del que se tenga registro.
Sin embargo, la homofobia solo forma una parte de la realidad de las lesbianas. Para Nicole Rojas, socióloga encargada del área de investigación de la Agrupación Lésbica Rompiendo el Silencio, el odio a su orientación sexual se suma al de su condición de mujer. “La discriminación la sufrimos todas y todos los miembros de la comunidad, pero es muy distinta la realidad de un hombre homosexual a la de una lesbiana. A nosotras también nos afecta el patriarcado, esa misoginia no la sufren los hombres gays”, comenta.
“Cuando piensas en la homosexualidad, imaginas una pareja de hombres. Cuando hablamos de crímenes de odio, piensas en Daniel Zamudio. Entonces ahí te preguntas ‘¿dónde están las lesbianas?’”, cuestiona la profesional.
Al pensar sobre su situación actual, las activistas lesbianas coinciden en la misma palabra: invisibles. Los casi inexistentes estudios sobre su realidad se suman al miedo a nombrarse, a decir la palabra. El estudio Ser Lesbiana en Chile, publicado el 2019 por Rompiendo el Silencio, consignó en un 17,2% las mujeres que, amando a otras mujeres, prefieren omitir llamarse lesbianas.
Para la activista y comiquera Victoria Rubio (@lesbilais), el estigma que carga la palabra es aún vigente. “Decirse lesbiana es un acto político, es hacer explícito que no estamos al servicio de los hombres, eso siempre se ha querido borrar. Hay mujeres que se llaman gays y no lo entiendo. Para mí, lesbiana es la palabra más bonita del mundo”, dice.
Pero el “clóset léxico” no es el único que existe. La cantante nacional Javiera Mena pone énfasis en la representación que se da de su orientación sexual en la esfera pública y los medios. “A nosotras siempre se nos ha ocultado. Los hombres tienen una historia de grandes gays, desde los griegos hasta Fredy Mercury. El arte ha invisibilizado a las lesbianas”, critica.
Siguiendo el estudio, más del 90% de las encuestadas considera importante la representación lésbica en la cultura y medios. Kena Lorenzini, Margarita Pisano y María Jimena Pereyra son parte de los nombres más repetidos a la hora de recordar a las suyas. Pero si en algo coinciden homosexuales y heterosexuales es en el titubeo en cuanto a un nombre en específico: la poetisa chilena ganadora del premio Nobel de Literatura, Gabriela Mistral.
“Es super raro lo que pasa con Gabriela Mistral. Recuerdo que en una ocasión dije que ella era lesbiana en una entrevista y llegaron muchas personas a escribirme a mi mail que cómo se me ocurría mencionar eso. Al final, las mismas personas ‘closetean’ a las lesbianas, incluso a las que ya asumieron su sexualidad. Hay mucho machismo y envidia detrás de eso. Es no querer ver que dos mujeres podamos amarnos”, agrega la cantante.
Si hablamos de colectivas grandes por la lucha de la diversidad sexual, Movilh y Fundación Iguales son las primeras que se vienen a la mente. Con un enfoque territorial y político, ambas organizaciones hacen gala en sus páginas web de los pequeños avances en materia legislativa que han impulsado para la comunidad. Logros, que si bien destacan las activistas entrevistadas para este reportaje, no representan sus verdaderas demandas.
La futbolista nacional Catalina Carrillo Rapaport, es directa al señalar que no se ve representada en esos espacios. “Movilh es una institución de hombres para hombres, que le ha cerrado las puertas a las familias de lesbianas asesinadas. Por otro lado está Iguales, quienes han tenido un trabajo importante, pero que luchan por el matrimonio igualitario mientras nosotres pedimos que no nos maten. Es difícil pensar en casarte si nisiquiera sabes si llegarás a casa”, comenta.
El ambiente misógino y las distintas prioridades son características que también comparte desde Rompiendo el Silencio, Nicole Rojas. “Quizá con Iguales o Movilh tenemos ciertos pisos en común, pero no nos sentaríamos a trabajar con ellos. Desde nuestra agrupación nos paramos en un sitio distinto, no intentamos robar voces bajo un prisma de la diversidad ni permitimos que se lucre con nuestra causa. A nosotras no nos interesa vender poleras o hacer fiestas como otras colectivas, nuestra lucha es desde y para las mujeres”, dice.
Lo que comenzó hace 34 años con la creación del colectivo lésbico Ayuquelén, hoy se ha expandido. Páginas de Instagram, grupos de Facebook y charlas vía Youtube son los canales que utilizan para dar a conocer sus demandas y acompañar emocionalmente a otras lesbianas. “Sobre todo ahora, en tiempos de pandemia. Muchas jóvenes lesbianas viven ocultando su orientación en sus hogares o con familias homófobas. Las redes de apoyo son fundamentales, y ya que no podemos organizarnos presencialmente, debemos estar activas en internet”, destaca Claudia Amigo, activista lesbiana.
En Rompiendo el Silencio miran con orgullo su podcast #ElOtroCloset, proyecto que busca visibilizar el impacto de la pandemia en la comunidad LBT. Y hay más. Agrupación Lésbica Visibles, colectiva Justicia para Nicole, Radio Humedales y la Redlesbofeminista son otras de las cuentas para hablar y repensar el lesbianismo.
“Es lindo ver que hay espacios seguros a los cuales llegar. Antes las discusiones eran por cantidad, ahora las asociaciones lesbofeministas discutimos sobre qué tan políticos o territoriales son nuestros alcances y cómo agilizarlos. Hay ganas por empezar a contar y revivir nuestra historia”, concluyen desde la Redlesbofeminista.
Para Mónica Briones fue después de su cumpleaños, para Nicole Saavedra luego de una fiesta. A Susana Sanhueza le sucedió luego de juntarse con quien decía ser su amigo, a Stefanía Breve Neira caminando de la mano de su pareja. Ninguna se conocía pero compartieron el mismo final. Todas fueron asesinadas por ser lesbianas.
Lesbicidio es la palabra que usan las activistas lesbianas para referirse al crimen de una lesbiana. Matar a una mujer por su orientación, por amar a otra. “Por existir”, finaliza Claudia Amigo tras un largo silencio. “Si las mujeres heterosexuales tienen problemas para decidir sobre sus cuerpos, imagina para las lesbianas. Nuestros cuerpos no existen”, menciona.
Aunque en cada manifestación por los derechos de la comunidad LGBT se leen las consignas de matrimonio igualitario y adopción homoparental, las lesbianas ponen sus prioridades en otro lado. Amigo alza la voz cuando habla de este tema. Para ella, no hay tal cosa como el “orgullo gay” ni algo que celebrar. “La deuda gigantesca que tiene el Estado es tener políticas públicas de urgencia para terminar con los lesbicidios. A nosotras nos están matando”, destaca.
Desde la Redlesfobeminista agregan también la importancia de la creación de una Ley de Educación Sexual Integral. “Es importante que las niñas, niños y niñes crezcan sabiendo que pueden amar a quién quieren y vestirse o expresarse como deseen y que merecen respeto por eso”, puntualizan.
Sobre las formas de expresión de su orientación, la autora detrás de Lesbilais menciona: “No es casualidad que los crímenes de lesbo odio afecten más a lesbianas camionas. Molesta cuando una mujer se sale del estereotipo de la feminidad impuesto por el patriarcado, les duele cuando no somos serviles a la fantasía sexual de los hombres. Muchas veces los comentarios violentos ni siquiera son por ser lesbiana, son por verte ‘masculina’”.
La investigación contra el crimen de Mónica Briones se cerró en 1933 sin culpables. Mismo presente que acompaña la causa de la DJ Ana Villaroel González, conocida en el ambiente artístico como Anna Cook. Posible y temido final que depara el juicio por el crimen contra Susana Sanhueza a finales de este mes.
La activista e integrante de Rompiendo el silencio, Nicole Rojas, problematiza la situación desde la falta de datos. “En el caso de la discriminación a pueblos originarios se tienen datos por la Corporación Nacional de Desarrollo Indígena (Conadi), en las personas con discapacidad también se tienen por el Servicio Nacional de la Discapacidad (Senadis). Pero en el caso de la población LGTBI no hay datos concluyentes más allá de estudios aislados. Somos una población invisibilizada”, dice.
“A ti lo primero que te preguntan para una política pública es cuántos son. Y nosotros no lo sabemos. Esa es la gravedad”, agrega Rojas.
A pesar de la crítica situación actual, las activistas ven con esperanzas el futuro. Lejos del Mes del Orgullo o la Parade Gay, las activistas buscan organizarse y construir espacios entre mujeres que les permitan alzar la voz de sus demandas y de su razón de ser.
“A pesar de todo, puedo decir que amo ser lesbiana. Es una postura política. Es revolución”, dice Javiera Mena mientras sonríe. “Hay que decirlo con todas sus letras hasta que se vuelva normal: Chile tiene mujeres que aman a mujeres, Chile tiene lesbianas”, finaliza.