Del aula a una silla frente al computador. La realidad en las cuatro paredes de la casa cambió completamente. Esta es la historia de cuatro madres que vieron su día a día alterado y compartieron sus testimonios con El Mostrador Braga. Desde el cierre de puertas de los recintos educacionales, debieron asumir la guía educacional de sus hijos e hijas.
Ámbar iría a clases presenciales. Iba, hasta que una profesora se contagió de Covid. La noche anterior al día tan esperado, especialmente por la niña de siete años, se derrumbó cuando un Whatsapp llegó a los teléfonos de los apoderados informando que el recinto educacional iniciaría cuarentena. “Todo de nuevo para atrás”, dice Paola Aldana, madre de Ámbar, una de las cuatro mujeres que dieron su testimonio para este reportaje de El Mostrador Braga
Paola es podóloga independiente. Por tanto, sus ingresos no son estables, dado que depende de la cantidad de atenciones que tenga. “Una se tiene que apretar en temas de lucas porque si no se tiene un trabajo estable remunerado todo se baja”, señala. Cuando la madre de Ámbar y su familia se enteraron de que iría nuevamente al colegio presencial, se programaron para comprarle zapatos. No era obligación, pero, en palabras de Paola, una mamá siempre quiere que sus hijos vayan bien presentados. Tras el cierre del colegio, sumado a las estrictas decisiones sanitarias que se han tomado en los últimos días, “todo eso quedó en nada”.
El hecho de decidir que la menor fuera al colegio no fue una tarea fácil. El miedo primó sobre todas las cosas, pero la petición de la pequeña de la casa no se podía dejar pasar, pues fue ella quien pidió ir. “Nos dijo que ella necesitaba su espacio y compartir con sus compañeros”. Ante esto, Paola Aldana y su familia decidieron mandarla, pues “ella tiene que aprender a vivir con pandemia”.
El año pasado Ámbar, quien cursa segundo básico, estuvo en clases online. Sus profesores grababan las clases a través de la Facebook, quedando a disposición a toda hora. Paola cuenta que el año pasado fue un desafío, significando un desorden en los horarios y estudios. “Para mí, fue horrible. Todo desordenado. Muchas discusiones”.
El tener a su hija menor en casa, se tradujo en acomodar toda su rutina a eso. Significando, además, mucha más carga. Cuando estaba en el colegio, Paola podía disponer de toda la mañana para hacer sus cosas, pero ahora no. Su rutina se resume en dejar las cosas hechas en la casa, ir a trabajar y volver. Lo mismo una y otra vez. Pues, “aparte de ser dueña de casa y mamá, obligadamente una tuvo que aprender a ser profesora dentro de la casa”.
— Una trabaja el doble
En ocasiones, Paola debió llevar a Ámbar casas de clientes, pues no tenía otra opción. El miedo se apoderaba de ella desde el momento que dejaba su hogar. Tomaban locomoción colectiva y se preocupaba de utilizar los asientos de atrás sola con su hija. Al llegar donde sus clientes, la niña se sentaba con el teléfono mientras su madre trabajaba. “Me daba miedo sacarla de la casa”, recuerda.
La sensación de miedo y la angustia, según datos levantados por la consultora Dinámicas Humanas en enero del 2021, se viven más frecuentemente en mujeres. Además, dicho estudio arrojó que un 25% de las mujeres encuestadas aumentó su carga laboral al doble, mientras que los hombres solo un 12%.
Veinte minutos antes de la primera clase de Ignacia, Oriana se levanta junto a su hija. En la pieza que comparten, la madre pone una mesa con una silla al rincón, mientras ella prepara el escritorio en otro lugar de la habitación. El computador de Oriana Romero Guerra, quien trabaja en modalidad combinada, se prende a las 08:30 am, mientras su hija está conectada a su primera clase del día. En el pequeño espacio libre que le queda en la mañana, deja ordenada la pieza y luego, ambas siguen con sus actividades diarias.
Después del almuerzo, la madre retoma su trabajo hasta las 18 horas. Ahí estudia los contenidos con su hija hasta, aproximadamente, las 19 horas cuando inicia sus clases nocturnas, pues Oriana no sólo trabaja y es mamá, sino también estudia. “No nos topábamos en el horario con la Ignacia”, cuenta. Respecto a cómo puede compatibilizar todas sus labores diarias, la mujer señala que “nada de lo que hago, sería posible si no tuviera una muy buena red de apoyo”.
Desde la tercera semana de marzo del año pasado, Ignacia se encuentra en clases online. Nacha, como le dice su familia, tiene nueve años y cursa cuarto básico. Este año, a través de una consulta a la comunidad, el colegio preguntó a los apoderados sobre qué modalidad preferían, donde el 75% votó por mantener las clases no presenciales. Oriana votó lo mismo. Respecto a su decisión, señala que lo hizo no sólo pensando no solo en el bienestar de su hija, sino también familiar. “Exponerla era exponer a todos”. En su hogar viven nueve personas, entre ellas, adultos mayores.
Dentro de los desafíos que identifica Oriana sobre las clases online y la nueva rutina, fue “adecuar el tiempo que una tiene que trabajar. Intentar ser un apoyo académicamente para ella y yo también lidiar con la responsabilidad que significaba”. Pese que con el paso del tiempo se fueron acomodando, al principio fue un agotamiento tremendo. “Me quejé con respecto a todo. No sabía el sistema de clases en el colegio. No sabía si lo estaba haciendo bien con la Nacha”. En suma, a esa situación, Oriana notó que se estaba desconcentrando un poco de su trabajo, pero tuvo la fortuna de tener un empleador que entendió su situación. Para compensar las tareas que no podía cumplir en las horas laborales, trabajó fuera del horario. “Después, le agarras el ritmo, a pesar de que la flauta esté sonando atrás porque había clases de música. Estábamos todos en la misma”.
Según el estudio «Pobreza de Tiempo y Desigualdad: La reproducción del Capital desde una mirada feminista» de la Fundación Sol, se develó que “los hombres en promedio dedican 18,1 horas de una semana al trabajo doméstico y de cuidados, las mujeres dedican más del doble llegando a casi 41 horas a realizar actividades no remuneradas. La cantidad de horas que dedican las mujeres al trabajo domésticos y de cuidados se configura como una jornada homologable a un trabajo asalariado”.
En suma, el estudio señala que, según la Carga Global de Trabajo, el 53% de las mujeres que trabajan remunerada y no remuneradamente se encuentran en Pobreza de Tiempo, es decir, carecen de tiempo, lo que tiene repercusiones en su calidad de vida. En cambio, solo el 36% de los hombres que trabajan remunerada y no remuneradamente es Pobre de Tiempo.
Pamela Serey sabe lo que es que no te alcance el tiempo. Se encuentra en teletrabajo, mientras su marido presencialmente. Tienen dos hijos, uno de 13 y de 6 años, Benjamín y Lucas, respectivamente. El año pasado ambos estuvieron en clases online, pero este año Benjamín debe ir dos veces a la semana. Mientras que el más pequeño, tiene clases todo el día frente al computador.
“El grande hace sus cosas solo. Pero al más chico hay que hacerle todo; levantarlo, bañarlo, buscarle la ropa, conectarlo y en medio de eso, trabajar. Él está aprendiendo a leer y, por ejemplo, la tía del colegio pide que le lean un cuento y en ese momento, estoy trabajando, entonces debo elegir qué hacer”, cuenta.
El hecho que su hijo mayor esté en clases presenciales está en constante evaluación, más cuando la salida de Benjamín es a las 13 horas y Lucas termina una clase a esa misma hora. Es decir, debe sacar al menor antes de su clase.
— No me da.
En la casa están en una lucha constante por dividirse las tareas para que no todo recaiga en una persona. El tiempo no le da. Por lo mismo, Pamela dejó de preparar almuerzo, pues en la hora que tiene de colación no puede cocinar y además comer. Pese a la ayuda que recibe, Pamela es enfática en señalar que “yo soy la que me llevo más carga”.
Carolina Contreras Rivera vive con su mamá, su sobrino y su hijo, Benjamín. Trabaja en modalidad combinada, es decir, jornada de teletrabajo y algunas semanas debe ir presencial a la oficina.
Desde temprano en la mañana, Carolina se hace cargo de su hijo; le hace el desayuno, prende computador, prepara sus cuadernos. Mientras, ella se sienta en el mismo escritorio que él. Al mismo tiempo que está trabajando, está escuchando la clase de Benjamín, quien cursa tercero básico. Durante toda la jornada, Carolina está pendiente de su clase para así poder resolverle las dudas que le puedan surgir.
— Todo el día correr. El almuerzo, un Zoom y así. Estoy como en posta de la cocina al escritorio. Al final, una queda como si hubiese corrido los 100 metros planos.
Benjamín tiene ocho años. El hecho de no poder ir presencialmente al colegio, según palabras de su madre, le afectó. Sumado a eso, debían construir una nueva rutina. “Le costó aceptar que no podía ver a sus compañeros, que ya no había recreo. Yo encuentro que para él fue igual o más difícil que para los adultos. Él tenía una rutina que se vio vuelta al suelo”.
Su madre cuenta que “él lo único que quiere es volver presencialmente al colegio. Quiere estar en el recreo, pero también entiende que está la pandemia y no se pueden hacer las cosas que se podía hacer antes. Le expliqué y estuvo un poco decepcionado porque él pensaba que podría ver a sus amigos”.
El aumento de contagiados va en alza. Hoy se registraron 4.591 nuevos casos y 17 personas fallecidas. Durante los últimos días, las cifran han sido preocupantes, lo cual llevará a que, desde mañana, 1.300.000 santiaguinos entren a cuarentena. Pareciera ser cosa de tiempo que las medidas restrictivas se extiendan para toda la Región Metropolitana y otras regiones del país.
Desde el Ministerio de Educación se informó que aquellos estudiantes que vivan en comunas con cuarentena no tienen que asistir al colegio.
El día de Paola Aldana, al igual que el resto de las madres, no para. Llega a su casa y el cansancio se apodera de ella. La rutina se repite una y otra vez. No hay espacio para el error ni tiempo libre.
— Al final del día, lo único que quisiera es que algo me arrastrara a la cama y me dejara ahí.