Detrás de sus versiones del cuento de hadas clásico se esconde una historia no contada de narradoras como Marie-Catherine D’Aulnoy y la Condesa de Murat. Antes de los Grimm, estas mujeres pioneras se sintieron atraídas por la Cenicienta no porque pensaran que la historia necesitaba una actualización o revisión, sino porque las sedujo la cultura que la engendró: una red de narraciones creada por y para mujeres.
«Es una reinvención completa del clásico cuento de hadas», dicen los creadores de la nueva producción de Cenicienta del rey de los musicales británico Andrew Lloyd Webber, en estos días en cartelera en Londres.
Escrita por Emerald Fennell (nominada en los Oscar de este año por su dirección de «Promising Young Women»), la producción promete una revisión feminista del cuento, actualizando la conocida historia para reflejar las actitudes contemporáneas sobre género.
Pero Cenicienta siempre ha sido un texto feminista.
Figuras como Charles Perrault, los hermanos Grimm y Walt Disney, desempeñaron un papel clave en la popularización de la historia para nuevas generaciones.
Pero detrás de sus versiones del cuento de hadas clásico se esconde una historia no contada de narradoras como Marie-Catherine D’Aulnoy y la Condesa de Murat.
Antes de los Grimm, estas mujeres pioneras se sintieron atraídas por la Cenicienta no porque pensaran que la historia necesitaba una actualización o revisión, sino porque las sedujo la cultura que la engendró: una red de narraciones creada por y para mujeres.
La Cenicienta comenzó su vida como un cuento popular, transmitido oralmente.
La primera copia registrada se remonta a China entre los años 850-860.
Esta versión probablemente entró en la sociedad europea a través de las mujeres que trabajaban en la gran Ruta de la Seda.
En una época en la que solo los hombres podían ser escritores o artistas, las mujeres utilizaban los cuentos populares como medio para expresar su creatividad.
Las trabajadoras y las amas de casa se contaban las historias para compartir la sabiduría que encerraban. Y paraacabar con el aburrimiento de otro día de trabajo mientras faenaban lejos de las miradas indiscretas de los hombres.
La Cenicienta refleja estas costumbres, y tiene ecos hasta hoy.
Puede ser vista como una historia sobre el trabajo doméstico, la violencia femenina, la amistad, y la opresión de la servidumbre.
Quizás lo más significativo es que es además un relato sobre el deseo femenino en un mundo donde a las mujeres se les negaba cualquier papel en la sociedad.
La historia de la Cenicienta ha estado en constante cambio.
En algunas, todavía tiene madre. En otras, las hermanastras recurren a cortarse los talones para ganarse el corazón del príncipe.
Pero sea cual sea la encarnación, la Cenicienta ha sido históricamente una historia sobre mujeres y para mujeres.
Entonces, ¿qué le pasó que terminó convertida en un cuento de hadas y romanticismo?
Los hombres. Eso le pasó.
A medida que la historia se hizo popular, los escritores y artistas masculinos se interesaron en adaptarla.
Pero al hacerlo, la fueron transformando de una historia de realización de deseos femeninos a una más general de entretención.
Fue Perrault quien introdujo la famosa calabaza y la zapatilla de cristal, dando al cuento sus dos características más icónicas.
Los Grimm volvieron feas a las hermanastras, y también eliminaron al hada madrina a cambio de un árbol mágico de los deseos.
Estas adaptaciones reflejaron una misoginia inconsciente, despojando a la historia de gran parte de su potencial feminista.
Y haciendo que la protagonista sufra un encantamiento en vez de potenciarla como un modelo a seguir.
Estas tradiciones continúan en las adaptaciones cinematográficas de la Cenicienta.
La primera persona que la adaptó para la pantalla grande fue el mago francés convertido en director de cine Georges Méliès.
En sus manos, el personaje se convirtió en poco más que una mujer abandonada, pasiva y asustada.
Su trabajo era, aparentemente, pararse en las esquinas de las tomas y mirar asombrada por el último efecto especial que aparecía en la pantalla.
Décadas más tarde, Walt Disney la utilizó como parte de la estrategia del estudio de adaptar cuentos populares europeos para el entretenimiento, una tradición que comenzó con Blancanieves y los siete enanitos (1937).
Lanzada en 1950, «La Cenicienta« de Disney reflejó los valores conservadores de la sociedad estadounidense en ese momento.
La figura de la malvada madrastra adquirió un carácter supervillano en la forma de Lady Tremaine.
Aunque la figura de la madrastra había sido la antagonista en la mayoría de las versiones de la historia popular, en manos de Disney un personaje a menudo matizado dentro del cuento original se convirtió en una vívida caricatura del poder y la codicia femeninos.
El remake más reciente protagonizado por Cate Blanchett como Tremaine hizo poco por cambiar estas ideas preconcebidas.
Entonces, ¿cuál es la moraleja de la historia de este cuento de hadas en particular?
En todo caso, es que la Cenicienta no es una historia que necesite una reinvención completa.
En cambio, la historia debe ser recuperada de las manos de aquellos que la consideran solo como un cuento de hadas o la usan como un vehículo para el espectáculo a expensas de la historia que encierra.
*Alexander Sergeant es profesor de Estudios de Cine y Medios de la Universidad de Portsmouth. Esta nota apareció originalmente en The Conversation y se publica aquí bajo una licencia de Creative Commons.
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