Publicidad
María Esther Feres, in memoriam Yo opino

María Esther Feres, in memoriam

Publicidad
Santiago Escobar
Por : Santiago Escobar Abogado, especialista en temas de defensa y seguridad
Ver Más

Me parece verla ahora, certera como siempre, contestando una pregunta mía acerca de su estilo duro y directo, sin llorar como decía ella. “Es que crecí entre puros hermanos hombres, que eran muchos, y si yo me ponía a llorar no comía. Tenías que pelear las cosas que querías, igual que el resto de la mesa, igual que los hombres”.


Entre las cosas más injustas de la vida está el querer dar testimonio de admiración y cariño a una amiga o amigo que ha muerto. Porque jamás, ni la mano ni la palabra, podrían plasmar las emociones que alguien como María Esther te produjo y transmitió.

La conocí solo de vista ya en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile el año 1966. Era imposible no grabarse la imagen delgada e inquieta de esa especie de hada hippie que alborotaba con sus ojos casi celestes, el patio de la Escuela. Nosotros, invierno y verano, como lagartijas salíamos al sol, y la veíamos deambular con sus amigas y amigos de toda la vida. No la traté, pues era de uno o dos cursos mayores que yo, pero la grabé entre los recuerdos más duraderos de esos años.

[cita tipo=»destaque»] Me parece verla ahora, certera como siempre, contestando una pregunta mía acerca de su estilo duro y directo, sin llorar como decía ella. [/cita]

Tuve el honor y placer de conocerla en mi casa de Quito, durante mi exilio. Su esposo, Juan Enrique Miquel, también amigo entrañable, hacia una consultoría larga en Quito y recibió la visita de María Esther. Yo los invité a cenar y a las 8 de la noche de un día cualquiera, apareció María Esther, como siempre, con sus collares, aros y explosión de vida que llenaban ambientes

Luego nos volvimos a encontrar en Santiago, en los primeros días de la vuelta a la democracia. Yo buscaba qué hacer laboralmente, y María Esther me convenció que trabajara en el CIASI donde ella estaba. Un centro de investigación y asesoría sindical que  funcionaba en la Pastoral Poniente de la Iglesia Católica, en la Alameda con Chacabuco. Es decir, mientras la Concertación y el partido al que ambos pertenecíamos, el PS, se acomodaba en las poltronas del poder, ella me invitó a acomodarme en un edificio lóbrego que inevitablemente invitaba a recordar el martirologio de nuestro pueblo durante la dictadura.

Aunque lleno de promesas, y del empuje de María Esther, para mí, y creo que en parte también para ella, al final fue mala experiencia.  Pero fue agradable y divertido que casi a diario, a eso de las 7, emprendíamos regreso a nuestras casas. Ella a Martín Alonzo Pinzón, en las Condes sur y yo a Juan Milton, en la ribera de esa comuna, muy cerca, hablando de un cuanto hay político, en tacos eternos de micros amarillas. Mi Nissan Sunny no tenía aire acondicionado y como María Esther era fumadora, había una mezcla de vidrios abiertos y calefacción prendida. Ella en su estilo tan divertido me decía, “dale no más, que mientras tenga las patas calientes todo está bien”.

Era directa, clara, irrenunciable en sus principios e implacable en sus juicios. Pero de un sentido táctico con lo que hacía, que la hicieron tejedora de grandes acuerdos que favorecieron a los trabajadores. Todos la van a recordar como la emblemática Directora del Trabajo de los gobiernos de Frei y Lagos. Injusto. Ella debe ser recordada por su nombre primero, porque –con las disculpas a quienes la sucedieron en el cargo- su carácter y lo que hizo le puso existencia política al cargo, incluso por encima de los ministros de esa cartera.

Tanto los incomodaba, y tanto incomodaba con su radicalidad y defensa de de los trabajadores a los empresarios, que el Presidente Lagos accedió a sacrificarla y pedirle la renuncia, para satisfacer a Ricardo Solari, el ministro socialista que había entonces. Seguramente me dirán que no es cierto. Todos nos conocemos y sabemos lo que es verdad y lo que es mentira en política.

Pero ahora hablamos de sentimientos y emotividad sobre una mujer excepcional, alguien que ennoblece la política de este país, y que tenía un equipo formidable de asesoras mujeres. Las feministas de hoy debieran mirar lo que hizo María Esther Feres y aprender de ella en materia de equidad de género.

Yo ahora le pido disculpas por no haberle hecho caso en cuanto a creer en la pureza del mundo sindical. Siempre pensé que lo rondaba la corrupción y ella me retrucaba y exhibía argumentos. La dejé mal cuando acepté –solo duré dos meses- asesorar a Arturo Martínez, cosa que ella me pidió, para alguien que aún no era Presidente de la CUT. Ella sostenía que  el clientelismo y el caciquismo eran parte del mundo sindical, pero derivado de la represión y la clandestinidad que hubieron de enfrentar. Que las particulares circunstancias de represión de la dictadura en los años anteriores, habían requerido de gente ruda, fuerte, resistente y desconfiada, y que esa cultura, en democracia, iba a ser superada en la medida que mejorara la posición de los trabajadores en la gestión política de la sociedad. Por eso, me decía abogaba  por una transparencia reglada junto con mejores condiciones de organización.

Me parece verla ahora, certera como siempre, contestando una pregunta mía acerca de su estilo duro y directo, sin llorar como decía ella. “Es que crecí entre puros hermanos hombres, que eran muchos, y si yo me ponía a llorar no comía. Tenías que pelear las cosas que querías, igual que el resto de la mesa, igual que los hombres”.

Gracias María Esther por tu amistad, por tus enseñanzas, por tu integridad, tu lealtad y tu cariño, no solo con la gente sino también con tus principios. Gracias por estoicismo y por ser el emblema de la dignidad laboral de este país. Buen viaje, y mi solidaridad a toda tu linda familia.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias