‘El mundo es tuyo’ es una reflexión sobre lo que el feminismo puede hacer en nuestro mundo, sobre su potencial y su cometido, sobre cómo nos ayuda a construir el mundo a fin de que este pertenezca al mayor número posible de personas. Este libro es una carta de amor que le dirijo a mi hija y que, a través de ella, se hace extensiva a todas las demás», explica la autora. Martine Delvaux.
«¿Qué tipo de madre eres, en tanto que feminista?» «¿Cómo crías a tu hija?» «¿ Qué juguetes le compras?» «¿Cómo la vistes?» «¿La dejas maquillarse?» «¿ Qué margen de acción le das?» «¿Qué normas sueles marcarle?» Estas preguntas que a menudo le solían hacer a la novelista, ensayista y figura clave del pensamiento feminista contemporáneo Martine Delvaux (Quebec, 1968) han servido de base para construir un libro que está siendo todo un éxito en su país, «El mundo es tuyo».
Un libro, publicado por Firmamento, sobre la maternidad, el cuidado, la responsabilidad y el amor de una madre por su hija. Un texto, una carta larga o un ensayo lleno de pensamiento e interrogantes que interpelan a las lectoras y los lectores contemporáneos sobre la transmisión de valores cívicos feministas y en el que una pregunta es medular: «¿Es posible pensar el feminismo sin pensar en el amor?».
«‘El mundo es tuyo’ es una reflexión sobre lo que el feminismo puede hacer en nuestro mundo, sobre su potencial y su cometido, sobre cómo nos ayuda a construir el mundo a fin de que este pertenezca al mayor número posible de personas. Este libro es una carta de amor que le dirijo a mi hija y que, a través de ella, se hace extensiva a todas las demás», explica la autora a Efeminista.
P.- Es un acto de amor hacia su hija, pero podría ser también un manual feminista para jóvenes, ¿es así?
R.- No sé si es un “manual”, pero quizá sí sea una suerte de texto de acompañamiento, una forma de estar al lado de los jóvenes (¡y no tan jóvenes!), sin importar el sexo o la edad, ni que se sea o no madre o padre. Es en todo caso una reflexión sobre lo que el feminismo puede hacer en nuestro mundo, sobre su potencial y su cometido, sobre cómo nos ayuda a construir el mundo a fin de que este pertenezca al mayor número posible de personas. Este libro es una carta de amor que le dirijo a mi hija y que, a través de ella, se hace extensiva a todas las demás.
P.- ¿Cómo sería una madre feminista para usted?, o ¿Cómo haría para educar y dar herramientas a esas jóvenes que hoy ven y viven en un mundo violento y polarizado?
Mi libro es en cierto modo una falsa guía, ¡o incluso una anti-guía! Me inserto en ese juego, por ejemplo, al ofrecer a mi hija una serie de consejos que puedan serle útiles. Pero la lista resulta casi infinita y termina con una salvedad: que no se tome todo lo que digo al pie de la letra, que no me escuche, que dude de todo, ¡incluso de mí!
Quizá ése sea el cometido esencial de una «madre feminista»: por un lado, mostrarle a su hija cómo ser crítica, y, por otro, seguir infundiéndole esperanza en un mundo que alienta toda clase de violencias (incluida la discursiva). Porque mirar al mundo a la cara y verlo con nitidez es también un modo de amarlo. Al pensar el mundo, al reflexionar sobre el mundo, contribuimos a construirlo, nos convertimos en sus copartícipes y existimos en él.
P.- El amor es algo fundamental en este libro y lo vertebra. De hecho, usted dice que ser feminista «es pasar por la fragilidad, la sensibilidad, la poesía, la imperfección, el amor…» ¿Cree que todavía tiene que cambiar mucho la mirada de la sociedad para romper con ese amor normativo, con esa normativa de poder que hemos heredado desde la infancia?
R.- Sí, sin duda es necesario repensar ese amor normativo que concibe a los padres como poseedores de una serie de saberes fundamentales que deben enseñar a sus hijos, como una especie de maestros. La paternidad feminista, en mi opinión, implica abandonar los roles prescritos. Como madre feminista, siento que es mi hija quien me enseña cosas y que soy yo quien la sigue. O, como ella misma dice: ¡ambas hemos crecido juntas! Esta deconstrucción de los roles paternofiliales se instala en el corazón del feminismo, que intenta precisamente fomentar la horizontalidad, la solidaridad, la “sororidad”.
Por cierto, ¡bienvenida sea la imperfección en este ámbito! El feminismo no es un conjunto de ideas dictadas ya de antemano. No es un código de conducta que deba ser respetado. Es un pensar en marcha, fluido, cambiante, y que, por estar en movimiento, comete errores, se desvía, elige en ocasiones caminos equivocados y toma según qué atajos. Es un pensamiento que se construye y avanza a veces en la oscuridad, como a tientas. Pero hay que amar la imperfección feminista. ¡Y las imperfecciones de madres e hijas!
«No quiero pensar en el feminismo sin pensar en el amor. Ésta es quizá una de las cosas que más me preocupan».
P.- En esta misma línea, le lanzo su misma pregunta: ¿Podemos pensar en el feminismo sin pensar en el amor?
R.- No quiero pensar en el feminismo sin pensar en el amor. Ésta es quizá una de las cosas que más me preocupan. Se oye decir a menudo que a las feministas no les gustan los hombres, o incluso que los odian. Pero lo que no les gusta a las feministas es la misoginia, el “odio a las mujeres”.
Estamos enfadadas, muy enfadadas, ¡y tenemos buenas razones para estarlo! A veces, rechazamos lo que proviene de lo masculino o de los hombres mismos porque ocupa ya tanto espacio en nuestro mundo que optamos por alejarnos de ello y tomar otras decisiones. A veces, incluso, nos permitimos, sí, sentir odio hacia los hombres que nos han hecho daño en el pasado o nos lo hacen en la actualidad, y hacia todo un sistema que continúa excusándolos y otorgando a lo masculino un lugar prominente. Pero el feminismo no tiene el odio como objetivo.
En mi opinión, el feminismo, por la batalla que libra en favor de la igualdad entre seres humanos, por el afán de conseguir una representación más diversa, por el rechazo a la violencia contra las mujeres y, sobre todo, por el deseo de luchar en comunidad… se encuentra siempre del lado del amor. No es derrotismo por mi parte, ni ingenuidad, ¡y no es que me haya encajado un par de lentes de color rosa sobre la nariz! Creo verdaderamente que es el amor lo que motiva en el fondo nuestro activismo.
P-¿Cree en las nuevas plataformas y las redes sociales para difundir el mensaje feminista, y que tanto usan las jóvenes, o por el contrario cree que es una forma de hacerlo «mainstream»?
R.- Las redes sociales y las diversas plataformas digitales que existen a día de hoy son ahora parte de nuestra vida. ¡No tiene sentido imaginar el mundo sin ellas! Las mujeres jóvenes usan estos espacios para canalizar su militancia. Aprenden y se relacionan entre sí, en relación con determinadas cuestiones feministas, gracias precisamente a esas plataformas.
Por supuesto, el feminismo comporta una dimensión popular, dirigida al gran público. ¡Y es absolutamente vital! Se necesitan diferentes formas de activismo, diferentes estrategias, para llegar al mayor número de personas posible. Y si hay fallos o errores, incluso si hay que pagar a veces un precio por ellos, bienvenidos sean también.
Por mi parte, nunca haré un juicio moral sobre las formas de comunicación de los jóvenes (¡formas de comunicación, además, que los adultos hemos inventado y que hemos puesto en sus manos!). No diré eso de que antes todo era mejor. Quiero vivir con ellas y ellos, hoy. Quiero ser parte de su mundo.
«No puedo decir que los jóvenes estén sobreprotegidos. ¡Veo más bien que han sido abandonados a su suerte!»
P.- El libro tiene un mensaje esperanzador, un ánimo de conquista individual y un grito de libertad. ¿Cómo ve el futuro para los jóvenes? ¿No cree que hoy hay demasiada sobreprotección por parte de los padres?
R.- No puedo decir que los jóvenes estén sobreprotegidos. ¡Veo más bien que han sido abandonados a su suerte! Si tenemos en cuenta ─¡y es lo primero que debemos tener en cuenta!─ la crisis climática, su futuro no es muy luminoso, al menos en lo esencial. Basta observar el aumento de los diferentes movimientos de derechas que han resurgido en todo el planeta, o pensar en todos esos mensajes que se lanzan a diario y que se oponen en realidad a los temas que importan más a los jóvenes (el futuro de la vida humana en el planeta, pero también la diversidad de género, los derechos de las minorías, la violencia policial, el acceso a la educación, el acceso a la vivienda…; las causas son innumerables).
Tengo la impresión de que los padres y abuelos de estos adolescentes y jóvenes adultos miran hacia otro lado en lugar de acompañar a sus hijos. Les legamos un mundo que es, en muchos sentidos, inhabitable o casi inhabitable. Y los dejamos ahí, sin más. Esa actitud está lejos de ser sobreprotectora, e implica más bien una especie de rechazo de los roles paternos.
P.- Estamos viviendo una revolución feminista con muchos avances, pero estos, a medida que se conquistan, también tienen mucha reacción y mucho movimiento en contra. ¿Cree que estos derechos conquistados pueden sufrir una involución o un retroceso con la crisis pandémica o el avance de la extrema derecha?
R.- Siempre existe el riesgo de perder lo que ha sido conquistado o lo que al menos se cree haber conquistado. Además, a menudo pensamos que se han adquirido ciertos derechos que, en la práctica, siguen en el aire: la igualdad salarial, por ejemplo. El libre acceso y la libre elección con respecto al aborto son constantemente atacados allí donde se intentan implantar. Por tanto, debemos permanecer vigilantes y absolutamente atentas para seguir luchando a fin de mantener esos derechos.
Hay que abrir los ojos y darse cuenta de que (por reducir el asunto a esas dos amplias categorías) las vidas de los hombres y las de las mujeres no son iguales. Existe una inmensa violencia doméstica y sexual contra las mujeres. De hecho, las mujeres son agredidas sexualmente casi con impunidad. Con demasiada frecuencia, muchas mueren todavía a causa de las palizas de sus (ex) cónyuges.
Las niñas, por su parte, continúan siendo agredidas y siguen sufriendo abusos cometidos por sus propios familiares. Y eso sin tener en cuenta el peso de la carga mental y de la carga doméstica, que aún no son compartidas (lo que significa que la segunda jornada de trabajo de las mujeres, la que se realiza en el interior del hogar, no obtiene remuneración alguna). Todo ello nos da «pruebas» de la desigualdad reinante, de que aún existen derechos que no han sido adquiridos y por los que hace falta luchar.
P.-¿Qué le parece esta división actual en el movimiento feminista entre las más inclusivas con el movimiento trans y sus derechos y las más excluyentes? ¿No le parece que también este asunto tiene algo de generacional?
R.- Quizá el deseo de incluir a los otros sea generacional, pero eso no significa que no sea importante, loable, necesario.
El feminismo no puede, en mi opinión, reproducir lo que busca denunciar. Las feministas no deben establecer jerarquías ni elucubrar sobre quién es una mujer «real» y quién no. Las feministas deben darse cuenta de que no todas las mujeres tienen la misma experiencia, la misma biología, la misma apariencia, el mismo currículum, la misma vida; hay que tener en cuenta la clase social, el color de la piel, la religión, la discapacidad, etc., en nuestro análisis.
Hoy día, no ser interseccional es no ser feminista, al menos a mi juicio. Hay que abrir los ojos a este respecto. Hay que aceptar que no se sabe todo. Hay que aceptar que debemos aprender a mirar de forma distinta, a mirar como feministas. Debemos sacar la nariz de nuestro propio ombligo… ¡blanco!
P.- ¿Cree que su libro, «El mundo es tuyo», puede llegar más lejos y ser más efectivo que muchos tratados y ensayos sobre el feminismo, el amor, el respeto y los cuidados?
R.– ¡No me atrevería a decir tal cosa, evidentemente! Pero tomar como “vehículo” de transmisión el género epistolar, y más concretamente una carta de amor de una madre a su hija, es una estrategia literaria que facilita quizá la transferencia de conocimientos.
El feminismo puede parecer inofensivo, cosa que, sin embargo, no merma en absoluto su potencial. Si este libro funciona bien ante el público (después de que haya sido ya muy leído y muy bien «recibido» en Quebec), es porque la causa feminista no es esencialmente, o no sólo, una especie de cabeza de Medusa que se dedique a infundir temor en los otros… Que esta carta haya sido abierta por tanta gente no es sino la prueba de que la historia del feminismo es una historia de amor.