Las movilizaciones de las estudiantes secundarias de establecimientos municipales de Providencia han evocado añosos lemas del movimiento feminista, como “ninguna agresión sin respuesta” o “mujer, si te agreden ¡responde!”. Entre las consignas que se pueden ver escritas en las hojas de cuaderno de las estudiantes, está hay algunas como “no nos callarán” o en los lienzos desplegados exigen “protocolos contra la violencia sexual”, o bien, apuntando al encubrimiento que se produce en los liceos. Lo anterior hay que enmarcarlo en el retorno presencial a las clases en todos los niveles de la educación en Chile, además de un desarrollo continuo de la articulación de mujeres al alero de los discursos feministas, que en los últimos años ha crecido en masividad y diversidad.
Es muy probable que alguna vez las lectoras de esta columna hayan repasado mentalmente una situación en la cual, al sentirse agredidas, no pudieron reaccionar y la parálisis fue la única respuesta del cuerpo. Ya sea por un comentario que hizo alguien, tocaciones u otro tipo de violencia, con frecuencia repasamos la situación deseando haber reaccionado de manera distinta, defendiéndonos de alguna forma.
Que una de las reacciones más frecuentes sea una parálisis momentánea dice mucho de la relación que con frecuencia las mujeres tenemos nuestro cuerpo: pareciese que es un asunto separado de nuestra consciencia, que nos es ajeno, y que cuando lo cuidamos es para encajar en un canon estético. Ese canon suele ser imposible de alcanzar, especialmente en lo que se refiere a la delgadez, pero también suele ser doloroso, costoso y frustrante. El primer territorio que habitamos parece una empresa a la que debemos explotar.
[cita tipo=»destaque»]»La violencia contra las mujeres ha sido insistentemente tratada como un asunto político por las feministas, posicionando el tema como problema público y no como un asunto privado o doméstico.[/cita]
Saber pegar un golpe de puño o una patada como autodefensa parece una proeza muy lejana para muchas. De hecho, ni siquiera tenemos que imaginar situaciones extremas, pues a veces no somos capaces de responder a una agresión verbal, a un comentario fuera de lugar o al humor misógino de nuestros pares o superiores jerárquicos. La respuesta es vista como insolencia, y los golpes no se ajustan a lo que se espera de una mujer. Además, el ímpetu por responder no es suficiente. Tanto las respuestas verbales como las físicas han de ser enseñadas y aprendidas con cautela, pues requieren de práctica, autocuidado y conciencia de las consecuencias de ellas.
No quiero decir que esto deba reemplazar los aspectos fundamentales para una convivencia sana y sin violencia. Por otro lado, esperaríamos que ya fuera tiempo de cambiar el foco de estar siempre en alerta en tanto mujeres, de cuidarnos individualmente y desarrollar estrategias de cuidado colectivo entre nosotras. Lo cierto es que todo sería más sencillo si en los procesos de socialización de los varones (como en la familia, la escuela, las amistades, etcétera) estuviese la premisa “no abusarás” como una principal en las relaciones interpersonales. Si no creyese que las personas somos esencialmente falibles, pero que podemos aprender, no sería activista feminista.
¿Qué hacemos por mientras construimos el mundo en el que queremos vivir? He conocido el testimonio de mujeres que, viviendo en localidades rurales, en las que deben transitar por despoblados a pie y sin compañía, guardan piedras en sus bolsillos con fines de autodefensa. O que es un consejo intergeneracional eso de enganchar un alfiler en la ropa, por si alguien enS el transporte se frota contra una. De mujeres que encontraron algo de paz luego cuando se defendieron a golpes del acoso escolar y/o sexual que vivieron. O en casos más extremos, en los que ha sido literalmente “Mi vida o la suya», que es el título de la memoria de título de la periodista Amanda Aravena, en la que recopila tres historias de mujeres que mataron a sus agresores.
La autodefensa de las mujeres no es equiparable a aquella violencia machista que en su forma más extrema termina con la vida de las mujeres. De hecho, la violencia contra las mujeres ha sido insistentemente tratada como un asunto político por las feministas, posicionando el tema como problema público y no como un asunto privado o doméstico. La promoción de la autodefensa no es nueva entre feministas y ha sido practicada en distintos tiempos y contextos. Grupos de mujeres se instruyen en métodos de defensa personal enfocados en escapar de situaciones de peligro. Puede que nunca lleguemos a necesitar defendernos, pero el camino que se transita hacia esa situación hipotética es valioso también, pues nos permite tener una relación distinta con nuestro cuerpo, autoestima y confianza.
Eva “Higui” De Jesús acaba de ser absuelta en la República Argentina. Esta columna tuvo la intención de ser una reflexión centrada en este hito judicial y político en el país vecino. Higui es una mujer lesbiana que en 2016 fue víctima de un intento de violación, cuyo perpetrador pretendía “corregirla”. Si bien Cristián Rubén Espósito no actuó solo, no contó con que Higui se defendería con una navaja propinándole una puñalada que le dio muerte. Según la perito criminalístico que atestiguó en el juicio, la puñalada entró por el frente y no por la espalda como declaró otro de los agresores, lo que contribuyó a probar la tesis de la defensa. Higui pasó casi ocho meses en prisión preventiva, y luego esperó el juicio en libertad, el cual terminó el 17 de marzo de 2022 con la absolución de los cargos por homicidio.
Sin duda ninguna mujer quiere vivir violencia machista. Sin duda no queremos tener que usar ningún recurso para intentar sobrevivir a un ataque. Queremos vivir vidas libres de violencia machista y así lo ha declarado el movimiento feminista en todos los rincones del mundo en los que se ha alzado. Mientras los varones se educan para no agredir, mientras despatriarcalizamos la educación y el Estado avanza en el cumplimiento de los compromisos con la vida de las mujeres, la autodefensa no perderá vigencia.