La voz de las mujeres rurales ha sido escuchada por los constituyentes, por lo que la “soberanía alimentaria” podría posicionarse como uno de los principios más importantes del sistema, ya que intervendría en los lineamientos de las empresas que dominan los territorios campesinos de Chile. El Mostrador Braga, conversó con las mujeres rurales y mapuche que hoy están defendiendo este modo de vida y de trabajo, por el bien del medio ambiente, y por el empoderamiento femenino.
Según el reporte de la Red Mundial Contra las Crisis Alimentarias, el número de personas que sufre inseguridad alimentaria aguda está aumentado a “un ritmo alarmante”. Al respecto, a través del Informe Global sobre Crisis Alimentarias 2022, la ONU ha concluido que las causas se deben a diversos acontecimientos: crisis ambientales y climáticas, económicas o sanitarias que han sostenido la pobreza y la desigualdad. A esto se suma el conflicto bélico en Ucrania, que ha desencadenado que diversos países dependientes de la importación de alimentos vean su seguridad alimentaria en peligro.
Coincidentemente, en Chile se ha aprobado recientemente la “soberanía alimentaria” en el borrador de la nueva Constitución. De acuerdo a la ingeniera agrónoma, Lilian Barrientos, este concepto significa “un derecho de cada pueblo a alimentarse de la forma que le parezca apropiada y de producirla de manera adecuada”. Este derecho, explica, se diferencia de lo que se ha hablado en cuanto a la “seguridad alimentaria” ya que este “es muy acotado al solo referirse al factor nutricional, cuando es necesario incluir la identidad territorial, la historia y el respeto al medio ambiente”, señala.
Pero ¿por qué es necesario escuchar a las mujeres campesinas? Resulta que a pesar de que el trabajo con la tierra es una historia que se comparte familiarmente, son ellas las que se han organizado para promover y liderar prácticas que aluden a un buen vivir en la alimentación dentro del hogar. Así lo afirma Margarita Marín, mapuche que se dedica a la producción de alimentos desde la huerta. “Nuestras madres nos han enseñado esto y al ser dueñas de casa somos las que nos preocupamos sobre qué va a comer la familia. En la mía por ejemplo, todos decidimos que se va a plantar, pero luego los cuidados los hacemos nosotras”, señala. Además, explica que los hombres por un factor cultural, se han dedicado a la agricultura en terrenos más amplios y al trabajo fuera del hogar.
Esto concuerda con lo afirmado por la presidenta de la Mesa de la Mujer Rural de La Araucanía, Elizabeth Mariqueo, quien afirma que para ellas “ha sido fundamental resguardar en pequeños huertos familiares toda la biodiversidad que por generaciones ha sido parte del conocimiento de nuestras abuelas y madres”.
Explican que el concepto es amplio y abarca la biodiversidad y el trabajo femenino que ha sido visto como un tema a puertas cerradas por contribuir al bienestar del hogar y la familia. Sin embargo, el futuro de los conocimientos de las mujeres peligra, debido al mercado y las políticas públicas actuales. Un tema que necesita ser planteado en el debate público.
Así lo señala la cofundadora y presidenta de la Asociación Nacional de mujeres rurales e indígenas (Anamuri), Alicia Muñoz: “La lucha general de las mujeres rurales es contra los intereses del empresariado, no es solo por mi territorio o por mi pedacito. Actualmente el libre intercambio de semillas y la soberanía alimentaria, es algo necesario para tener independencia monetaria y validez de nuestros conocimientos. En ese sentido, la lucha es contra el banco mundial, el fondo monetario internacional, la organización mundial de comercio, entidades que agarraron la agricultura y la encapsularon”.
De este modo, y de acuerdo a lo que indica la Secretaria General de la organización Entrepueblos de Barcelona, Montse Benito en el libro “Las mujeres alimentan el mundo: soberanía alimentaria en defensa de la vida y el planeta”, el trasfondo de una posible soberanía alimentaria, podría sentar las bases no solo para un bien medioambiental, sino que para la igualdad y equidad de género.
“Nuestra propuesta ha sido clara, un compromiso en la lucha por una soberanía alimentaria que priorice en términos de justicia y equidad las necesidades de las personas, hombres y mujeres, y no las necesidades del mercado. Las leyes capitalistas, los acuerdos de libre comercio, las empresas transnacionales, los acuerdos de la OMC, las prospecciones biogenéticas y la biopiratería son las grandes amenazas sobre los conocimientos de las mujeres, las relaciones con la tierra, la agricultura, la producción de alimentos y la sostenibilidad de la vida”, expresa.
Las mujeres campesinas “quieren seguir siendo campesinas”, afirma Alicia Muñoz, sin embargo, explica que el actual modelo económico ha invadido el mundo rural y sus saberes, ya que a través de “las grandes empresas agroindustriales se ha incrementado una pérdida de biodiversidad, la cual es una causa directa de la pérdida de soberanía alimentaria del campesinado”.
Esto concuerda con lo mencionado por la ingeniera agrónoma Lilian Barrientos. “Alimentarse bien y soberanamente incluye que tengamos la opción de alimentarnos con la belleza del entorno que no es intervenido. Por ende, esta opción se ve transgredida con la acción de una agricultura industrial que provoca un entorno altamente contaminante a través de, por ejemplo, las semillas con transgénicos”.
Barrientos explica que el problema de las semillas transgénicas es que estas se hacen a partir de un cruce entre genes incompatibles, es decir, de diferentes reinos. El abuso de esto, no solo provoca un entorno contaminante sino que también, la pérdida de naturaleza nativa. Algo parecido provocarían los monocultivos, los cuales ponen en riesgo a los cultivos de campesinos/as que viven en las cercanías de empresas agroindustriales, como por ejemplo, utilizando los pinos y eucaliptos (plantaciones que se dan fuertemente en La Araucanía) que resecan los suelos.
La presidenta de la Mesa de la Mujer Rural de La Araucanía, Elizabet Mariqueo, sostiene que los huertos han sido una forma de enfrentar estos problemas. “En los huertos está todo el potencial de nuestras semillas tradicionales que han sido postergadas por el monocultivo”.
Asimismo, en cuanto al valor nutritivo, Barrientos afirma que “ha habido una desinformación con lo que nos han dicho sobre las semillas, por ejemplo, dicen que las del comercio está mejorada, pero es todo lo contrario, son semillas que no se adaptan, que no tienen valor ni calidad nutricional, no se adaptan al suelo ni a la forma de prepararlo, ni siquiera tiene buen sabor y aroma”, sostiene la agrónoma.
Para la ingeniera, si se informaran y se promovieran de forma general los beneficios y seguridades para el bienestar que ofrece el huerto, esta se situaría para muchas familias como una forma segura en que las familias obtengan alimentos:
“Yo creo que la soberanía alimentaria es la única forma de poder poner fin a la crisis alimentaria, porque empodera a las familias a no depender de algo ajeno, además las prácticas de la soberanía alimentaria como es el intercambio de productos demuestra un espíritu colaborador, este trabajo se hace en conjunto, y la colaboración da seguridad”.
Al respecto, el encargado de la unidad de pueblos originarios de la Indap, Pablo Gonzalez, dice que este es un tema que recién este año se está conversando, “el Indap aún no está preparado, porque seguramente si le preguntas a funcionarios sobre el tema, van a confundir conceptos que aluden a la soberanía alimentaria, entonces lo primero que hace falta es preparar los cuerpos técnicos hacia una mirada distinta de los sistemas productivos, y eso va a costar un poco”, enfatizó.
No obstante, según dice González, los lineamientos desde el alto mando ya han bajado, y los programas en que trabaja Indap tiene el deber de incluir hoy estos principios en sus programas.
Al igual que otros colectivos latinoamericanos como La Confederación Nacional de Mujeres Campesinas Indígenas Originarias de Bolivia “Bartolina Sisa”, el valor de la identidad territorial y la promoción de la biodiversidad, ha provocado que el movimiento femenino rural tenga un alto carácter intercultural, es por esto que la mayoría de organizaciones de este tipo relevan en sus discursos la cultura indígena, en el caso de la novena región, la mayoría posee una visión mapuche. Así lo puede observar la académica agrónoma, Alejandra Fuentes, quién trabaja cuidando semillas en la Universidad de la Frontera y que ha tenido un acercamiento con las mujeres rurales de la Región de La Araucanía.
“La iniciativa de rescatar y conservar semillas nativas nace de la preocupación de no encontrar en sus territorios las plantas medicinales que las machi necesitan, y esa es una inquietud de ambas partes”.
Acorde a estos lineamientos, una de las prácticas ejercidas a favor de la soberanía alimentaria es el trafkintü, una instancia de intercambio de productos del huerto y de semillas nativas, que se da entre campesinas mayoritariamente.
“El trafkintü tiene mucha importancia porque en primer lugar, es un sello de la identidad territorial, que lo hacían abuelos y abuelas. Además, a diferencia de los negocios, este es un intercambio de semillas y productos que fomentan la biodiversidad, porque lo nativo no está en el comercio. Por otro lado, nosotras también nos preocupamos de no repetir nuestros productos para una buena alimentación sin químicos, y el respeto del medio ambiente”, señala Norma Aninao.
Según comentan Norma Aninao y Margarita Marín, ambas mujeres mapuche y campesinas, el intercambio de semillas y alimentos se ve mayormente en el campo, y “muy de repente” se da en la ciudad. Ellas han asistido a estas instancias gracias a su asociación con la cooperativa Trabajo Vivo, una empresa con principios comunitarios sin fines de lucro, que busca beneficiar mayormente el trabajo de las productoras de alimentos campesinos.
Al respecto, según la socia de la cooperativa Trabajo vivo, Karla Ramírez, a diferencia de otras cooperativas, esta tiene un enfoque campo-ciudad en la región de La Araucanía, lo que es relevante, puesto que la falta de esta óptica, según comentan las campesinas, ha provocado una limitación que las sitúa bajo ciertas condiciones y oportunidades: muchas veces ellas necesitan ir a la ciudad pero no hay espacios para que puedan vender o intercambiar sus productos. Asimismo, Margarita Marín agrega que en la ciudad el espacio de trafkintu se da en espacios culturales netamente.
“En el campo a veces hace falta la plata para la luz y otras cosas, así que antes de trabajar con la cooperativa debíamos ir a la ciudad a vender y muchas veces volvíamos con la mercadería a nuestras casas y eso era triste. En el campo esto es un tema más libre”, indica Marín.
La preocupación de tales condiciones se ha convertido en una de las demandas de la Mesa de la Mujer rural de La Araucanía, según manifiesta su presidenta, Elizabeth Mariqueo:
“Las demandas actuales son principalmente que se abran espacios de comercialización para sus productos en los diferentes rubros que cada una tiene y que se reactiven y regularicen los medios de transporte en los territorios rurales para una mejor conectividad vial, no tan solo para transportar los productos, sino que también para facilitar el traslado de adultos mayores, estudiantes y trabajadores/as hacia los pueblos y ciudades”.
Al respecto de un posible ejercicio de la soberanía alimentaria, el encargado de la unidad de pueblos originarios de Indap, Pablo González, afirma que esta forma de vida “va a coexistir con la producción de las empresas agroindustriales, no veo posible que una supere a la otra”. Sin embargo, sostiene que la moderación de las grandes empresas podría ser viable con una nueva Constitución.
“Esas regulaciones, que significan un cambio estructural mayor, uno espera que vengan de una nueva Constitución, porque por ejemplo, al ser algo asociado a un tema del cambio climático, se van a permitir ciertas prioridades en cuanto al uso y el abuso del agua, y a partir de ahí van a surgir moderaciones. Lo mismo pasaría con la aprobación de la soberanía alimentaria en la constitución”.
Sin embargo, el funcionario de Indap, dice estar de acuerdo con las mujeres rurales al considerar la soberanía alimentaria como respuesta a una crisis de alimentos. “La diversidad de productos nativos y su resistencia ante el cambio climático tiene una implicancia directa en la alimentación de las familias. Por lo tanto, a mi parecer, esta es la respuesta para la seguridad alimentaria”, finaliza.