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Juicio Pradenas: “Un día histórico en la lucha contra la violencia de género” Yo opino Créditos: Foto de Agencia Uno

Juicio Pradenas: “Un día histórico en la lucha contra la violencia de género”

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Javiera Donoso Azagra
Por : Javiera Donoso Azagra Psicóloga clínica titulada de la Universidad Central de Chile.
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El 6 de agosto de 2022, el tribunal oral en lo penal de Temuco declara a Martin Pradenas culpable de siete delitos, cinco de abuso sexual y dos de violación contra 6 víctimas, entre ellas Antonia Barra quien se quita la vida el 13 de octubre del 2019, en lo que hoy conocemos como “suicidio femicida”.

¿Por qué esta sentencia marca un hito en nuestra historia?

La violencia de género y el abuso sexual son dos aristas de un mismo problema; el abuso de poder dentro de las relaciones, fenómeno propio de nuestra cultura patriarcal. Sostenido incluso desde la legislación. En este fenómeno, mujeres y niños son instrumentalizados, tratados como objetos de satisfacción y control, perdiendo de vista sus derechos y atropellando su dignidad. 

Sobre la violencia de género, en Chile y a causa de la Pandemia Covid-19, se evidencia y agrava este problema, observándose un aumento en las llamadas de auxilio de un 43,8% y en los femicidios frustrados que, en 2020 se registraron 151 a nivel nacional, la cifra más alta en los últimos ocho años (ONU Mujer). 

[cita tipo=»destaque»] Se entiende al suicidio por razones de género como suicidio femicida, la desesperanza, la depresión y el síndrome de estrés postraumático se convierten en predictores de este drama [/cita]

El abuso sexual representa también un problema de considerables proporciones, en términos epidemiológicos y de sus consecuencias. Diversos estudios coinciden en señalar que se encuentran historias de abuso en la infancia en un 7 a 36% de las mujeres y un 3 a un 29% de los hombres. 

Para poder comprender mejor las implicancias psicológicas de una agresión sexual, es necesario detenerse en algunas consideraciones clínicas sobre Violencia de Género, Abuso Sexual y Trauma psíquico. La violencia de género es definida por Las Naciones Unidas como “todo acto de violencia que resulte, o pueda tener como resultado un daño físico, sexual o psicológico para la mujer, inclusive las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de libertad, tanto si se producen en la vida pública o en la privada”. 

Como concepto subyacente a tener en consideración, se entiende por violencia sexual a “toda acción que obliga a la mujer a tener intimidad sexual forzada, por medio de intimidación, amenaza o cualquier otro mecanismo que anule o limite la voluntad personal. Según el código penal de nuestro país, se consideran delitos sexuales: la violación, el estupro, el abuso sexual, incesto, la sodomía y otros delitos asociados a la prostitución y pornografía infantil”.

Gran parte de la sociedad aún no entiende la reacción de las víctimas de abuso o agresión sexual. Diversas investigaciones documentan extensivamente que las mujeres que son abusadas o agredidas sexualmente, son aún objeto de la presión social por tener que responder a maneras específicas para “probar” que son víctimas “reales” y “creíbles”. Muchas veces se les mira con sospecha y escepticismo -dudando si fueron realmente abusadas o agredidas, o peor aún, si son ellas mismas las culpables por lo que les sucedió. Un mito recurrente sobre la violación es la idea de que las mujeres que no revelan rápidamente o reportan el abuso sexual están mintiendo.

Por otra parte, en la imaginación popular, frecuentemente se espera que la mujer se resista para probar que fue víctima “real” de una agresión sexual. Este es uno de los mitos persistentes; una “verdadera” víctima de agresión sexual pelearía de vuelta o gritaría, si no lo hace, se asume que la relación sexual fue consensuada

Más allá de los estereotipos y desconocimiento social en torno al problema, está reportado internacionalmente que la mayoría de las mujeres adultas que han sido víctimas de algún tipo de agresión sexual, optan, por diversos motivos asociados al trauma y la vergüenza, por no denunciar oportunamente. Como ejemplo cuantitativo, Sipsma E. (2000) analizó las actitudes de los estudiantes españoles hacia el sexo forzado, como las experiencias reales de agresión sexual, y encontró que el 33.2% de las alumnas habían tenido alguna forma de actividad sexual no deseada. Además, encontró que el 7.7% de las mujeres vivió un intento de violación o, derechamente, una violación. Dicho estudio se concluye que solamente el 39% de las víctimas busca algún tipo de ayuda.

El daño psíquico conforma una de las secuelas de la victimización de un delito. El daño o huella psíquica se obtiene a través de la medida de los efectos de un acto delictivo en la salud mental, siendo el trastorno primario en violencia de género el Trastorno de Estrés Postraumático (TEP), y los secundarios la depresión, inadaptación social, ansiedad y disfunciones sexuales. Los eventos traumáticos no son necesariamente violentos, aunque transgreden el sentido de seguridad y de identidad en las personas. 

Los estudios de las secuelas de una violación o abuso sexual, dentro del campo de la psicología, dan cuenta que estas agresiones son eventos traumáticos que con frecuencia gatillan en la configuración clínica del estrés postraumático. Entendemos por trauma a aquel acontecimiento de la vida que se caracteriza por su intensidad, por la incapacidad para responder a él adecuadamente, así como por los trastornos y efectos patógenos duraderos que provocan en la organización psíquica de quién lo sufre. A su vez, la literatura especializada muestra una correlación entre el TEP y el fenómeno del suicido. De ahí la asociación del abuso sexual al malestar depresivo y la ideación suicida. 

Por último, se entiende al suicidio por razones de género como suicidio femicida, la desesperanza, la depresión y el síndrome de estrés postraumático se convierten en predictores de este drama. Paulina del Río Jiménez, presidenta de la fundación José Ignacio, enfocada en la prevención del suicidio, señala que “la inmensa mayoría de los suicidas no quiere morir, sino poner fin a su dolor psíquico…si pensamos en el nivel de dolor que va acumulando una mujer víctima de violencia de género y abuso sexual, se hace más fácil entender que este tipo de suicidios es una realidad”. 

Debemos por tanto, tener y crear conciencia de que el suicidio y la violencia de género están íntimamente relacionados. 

Gracias a las movilizaciones feministas se han visibilizado las distintas formas en que la violencia de género embiste y arrasa con la vida de miles de mujeres y niños alrededor del mundo. Alcanzando una mayor comprensión de que es un problema de salud pública, un grave drama que arrastra consigo consecuencias a veces irreparables para sus víctimas, cobrando la vida de muchas de ellas. 

Durante los últimos años se han acuñado imágenes y conceptos tales como “suicidio femicida”, para educar y sensibilizar a la sociedad. “Punta del iceberg”, “micromachismos” y “violencia simbólica”. Son otros de los conceptos que nos ayudan a nombrar este problema.

Es cada vez más común encontrarnos en redes sociales con términos como gaslighting o mansplaining para dar cuenta de comportamientos antiguos y muy arraigados en la interacción social de una estructura basada en el abuso de poder y el control ejercido sobre las mujeres, no sólo de parte de sujetos singulares e individualizados como agresores, sino de toda la trama cultural y política que, a través de sus instituciones, poder judicial y del estado, perpetúan la violencia, actuando como cómplices de esta.

Hoy sobre la mesa se ha puesto un dolor vivido por siglos bajo el mandato de la soledad y el silencio de las víctimas, amparado en la impunidad y la injusticia social. Hoy tenemos la oportunidad de educar y prevenir la violencia de género y el abuso sexual, ayudándonos a identificar a tiempo este problema al interior de nuestros hogares y/o en la vida pública. Prevenir para reducir la probabilidad de ocurrencia de este fenómeno, prevenir para nuestras hijas, compañeras de trabajo, amigas, hermanas y para todas las niñas y mujeres que formamos parte de esta sociedad que hoy día por fin empieza a reconocer, a dar nombre y sancionar una conducta que hasta ayer era validada, minimizada y silenciada.

Hoy se ha sembrado una semilla de esperanza, que de frutos es tarea de todes…

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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