Desde 1999, cada 25 de noviembre se conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer en memoria de las hermanas Mirabal, asesinadas en 1960 por la dictadura de Rafel Trujillo en República Dominicana. En Chile esta nueva conmemoración nos encuentra con cuatro medidas importantes a destacar.
Por un lado, tras la publicación de la Ley 21.369, las instituciones de educación superior han debido adoptar protocolos y prácticas institucionales para prevenir, investigar, sancionar y erradicar el acoso sexual, la violencia y la discriminación de género. Junto con esto, hoy se discute la implementación de la Ley de Acoso Callejero, que tipifica el delito de acoso sexual en espacio públicos. Por otro lado, tenemos la implementación de mesas para la discusión de la Política Nacional de Educación en Afectividad y Sexualidad Integral con el fin de diseñar un futuro proyecto de ley y, finalmente la implementación de las Jornadas Nacionales para una Educación No Sexista.
[cita tipo=»destaque»] Una educación antisexista no tiene que ver solo con la reparación de la situación de devaluación histórica de las mujeres, sino que viene a complejizar cómo el orden de género binario posiciona tanto a mujeres como a hombres en lugares de subvaloración, discriminación e injusticia.[/cita]
Todas estas medidas son un tremendo avance tanto en lo que refiere a la sanción como también a la educación y formación que se requiere para poder transformar las instituciones a propósito de las desigualdades y discriminaciones de género.
Por su parte, la Ley 21.369 ha generado que las instituciones de educación superior se preocupen por la revisión y generación de nuevas prácticas y protocolos con el fin de implementar lo referido a prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres. Asimismo, precisa el concepto de violencia contra las mujeres y las definiciones de sus manifestaciones: física, sicológica, sexual, económica, simbólica, institucional, laboral y gineco-obstétrica.
Por su lado, la Ley 21.153 de Acoso Callejero, que modifica el código penal con el fin de tipificar el delito de acoso sexual en espacios públicos, castiga con multas y presidio a las personas que cometan estos actos. Aquí lo relevante tiene que ver con cómo la seguridad en los espacios públicos se entiende como un derecho humano que debe ser resguardado.
Ambas leyes no solo instalan procesos de regulación y sanción, sino que instan a que las instituciones y las personas transformen sus formas de actuar y, eventualmente, transformen sus formas de pensar en lo que es género y cómo produce discriminación, desigualdad y violencia.
Ahora, lo que viene de la mano con la implementación de estas leyes tiene que ver con cómo educamos a las comunidades con el fin de remediar antes de sancionar. Si bien las sociedades a menudo miden sus niveles de progreso a través de las acciones con que el Estado regula, sanciona y penaliza formas de discriminación, esto debe ir aparejado con procesos de formación. Sin duda, estos son desafíos importantes y que requieren de esfuerzos y voluntades para avanzar, en serio, en estas demandas.
Es en esta línea en donde tanto la propuesta de Política Nacional Educación en Afectividad y Sexualidad Integral como las Jornadas de Educación No Sexista juegan un rol clave: la educación y transformación de las comunidades escolares en relación con como entendemos género, discriminación y justicia. Tenemos que educar para que el género (conceptualizado como la diferencia entre hombres y mujeres) sea entendido como una estructura que produce discriminación y desigualdad, y avanzar más allá de pensar que género es lo que aprendimos en la casa o en la escuela. Sin estas transformaciones de las formas en las que entendemos el género, las leyes vienen a ser camisas de fuerza para las instituciones. De ahí la relevancia de estas dos últimas instancias. Y aquí me quisiera detener.
Por ejemplo, para considerar una educación antisexista, me parece que un primer lugar de reflexión debe ser el contestar a la pregunta sobre ¿qué es el sexismo? Si ponemos atención a las distintas formas que tenemos de entender y vivir el género, es fácil darse cuenta que no todas las personas entendemos el sexismo de la misma manera.
Para alguien una práctica antisexista en la escuela podría ser dar el mismo tiempo a niños y niñas para hacer preguntas o cambiar los roles asumidos como femeninos y masculinos, o agregar autoras a la lista de referencias de un curso. Sin embargo, la pregunta que debemos hacernos es si esto es suficiente para transformar una cultura que subvalora aquello que se considera femenino. Y aquí quiero recalcar este punto. Una educación antisexista no tiene que ver solo con la reparación de la situación de devaluación histórica de las mujeres, sino que viene a complejizar cómo el orden de género binario posiciona tanto a mujeres como a hombres en lugares de subvaloración, discriminación e injusticia.
Leyes sin formación conducen a instituciones y comunidades que se enfrascan en el miedo más que ver el valor de aprender una manera distinta de entender género para producir justicia e igualdad.