“Sabemos que los hombres son los que nos atacan. No los fantasmas, ni satanás, como nos han hecho creer. Sabemos que no hemos imaginado los ataques. Que nos dejaron inconscientes con tranquilizante para vacas. Sabemos que estamos magulladas, infectadas, embarazadas, aterrorizadas, locas… y algunas incluso muertas”, dicen en una de las escenas del filme.
Los menonitas son una comunidad religiosa que ha encontrado en América Latina su tierra prometida.
Desde su surgimiento en la Reforma protestante hace 500 años, padecieron de persecuciones religiosas que los llevaron a emigrar durante siglos por varios territorios de Europa y Norteamérica.
Finalmente se asentaron a comienzos del siglo XX en América Latina, donde había tierra, recursos naturales y gobiernos dispuestos a respetar su deseo de no interferencia del Estado en sus prácticas religiosas y culturales.
Hoy son exitosos granjeros, que comercializan grandes volúmenes de granos y alimentos producidos de forma autónoma. Y aunque hay estereotipos sobre su apariencia, la realidad es que las comunidades son diversas.
“No hay un solo tipo de menonitas”, le explica a BBC Mundo la antropóloga Ruhama Pedroza. “Los menonitas contemporáneos ya no son los que nos retratan en las revistas o aquellos de los estereotipos que tenemos”.
La investigadora señala que mucha gente tiende a creer que todos son “buenas personas”, por su gran sentido del trabajo duro y por su apariencia pulcra. Pero en interior de su comunidad también ocurren crímenes e injusticias.
De esto último trata “Ellas hablan” (Women Talking), un filme nominado al Oscar a la mejor película en los premios que se entregan este domingo y que ganó el galardón a mejor guion adaptado.
Este relato de ficción está inspirado en un traumático caso de abusos sexuales vivido por unas 150 mujeres y niñas en una colonia menonita en Bolivia.
Las mujeres de la película están en una encrucijada: decidir si abandonan la colonia para ponerse a salvo junto a sus hijos de los abusos sexuales que han sufrido.
“Sabemos que los hombres son los que nos atacan. No los fantasmas, ni satanás, como nos han hecho creer. Sabemos que no hemos imaginado los ataques. Que nos dejaron inconscientes con tranquilizante para vacas. Sabemos que estamos magulladas, infectadas, embarazadas, aterrorizadas, locas… y algunas incluso muertas”, dicen en una de las escenas del filme.
En el caso ocurrido hace unos años en Manitoba, Bolivia, ocho hombres menonitas fueron encarcelados por abuso sexual, un hecho extraordinario en una comunidad que evita cualquier influencia externa, incluida la justicia civil.
Pero lo ocurrido es una muestra de cómo son algunas colonias menonitas ultraconservadoras y el tipo de estructura social que tienen, explica Pedroza.
“El líder máximo de una colonia es el obispo, quien tiene sus ayudantes, que son los ministros, y éstos administran cierta cantidad de campos familiares. Y ahí hay jefes elegidos, pero todos son hombres”, señala la antropóloga.
“Esta misma estructura, esta lógica organizativa y sociocultural, permite o tolera este tipo de abusos hacia las mujeres, hacia los ancianos o hacia los niños”.
Y en países como los de América Latina, la intervención de la justicia civil es casi nula.
A mediados del siglo XIV, una rama del anabaptismo surgido de la Reforma protestante fue liderada por el predicador neerlandés Menno Simons (1496-1561), de quien se desprende el término “menonitas”: los seguidores de Menno.
Tienen sus raíces en varios territorios de lo que hoy es Alemania, Países Bajos y Suiza.
En el siglo XVI sufrieron múltiples persecuciones religiosas, tanto de gobernantes católicos como de otros cristianos. Eso hizo que su historia estuviera marcada por las migraciones.
Al lugar al que llegaran, solicitaban a los gobernantes respeto a sus creencias, forma de vida y el Privilegium: la demanda de permanecer exentos del servicio militar, el juramento civil e incluso la educación oficial, explica el investigador Yann le Polain en un estudio documental sobre la migración menonita hacia América Latina.
Cada vez que los menonitas veían amenazadas estas garantías, optaban por buscar un nuevo hogar, por lo que durante siglos migraron por países como Bélgica, Países Bajos, Prusia, Ucrania y Rusia.
A finales del siglo XIX se dio una gran migración a Canadá, donde se asentaron en la provincia de Manitoba.
Al ver nuevamente amenazado su modo de vida por políticas del gobierno canadiense de integración cultural, se dio la primera gran migración a México y Paraguay en la década de 1920, señala Le Polain en su investigación sobre los asentamientos en América Latina.
Los gobernantes de mano dura de esos países ofrecieron respeto a sus creencias y prácticas.
Y a partir de entonces los menonitas comenzaron a extenderse por otros países hasta conformar en la actualidad unas 214 colonias en nueve naciones del continente, explica Le Polain: Argentina, Belice, Bolivia, Colombia, México, Perú y Paraguay.
En el caso de Brasil y Uruguay, los colonos menonitas fueron principalmente migrantes de Rusia.
El territorio que ocupan en la actualidad es equivalente al de Países Bajos (+40.000 km2), según ha documentado Le Polain.
Los menonitas étnicos (que no son conversos) son la mayoría de los miembros de esta comunidad en las distintas colonias de América Latina.
La antropóloga Ruhama Pedraza, quien vivió un año con los menonitas para una investigación de campo, explica que entre esos asentamientos se puede observar dos grandes grupos: los conservadores y los liberales.
Ambos grupos guardan rasgos en común. Conforman una comunidad agraria cerrada en la que los hombres trabajan en los campos de cultivo o con el ganado y las mujeres se encargan del hogar.
Entre ellos hablan plódich, una mezlca antigua de bajo alemán, prusiano y neerlandés que es una de las pocas enseñanzas básicas que reciben en la escuela, junto a aritmética básica y las clases sobre la Biblia.
Solo se relacionan con menonitas, consideran que tener tantos hijos como puedan los acerca a Dios y practican el bautismo solo en la edad adulta, entre otros fundamentos religiosos.
“Tienen un gran sentido del honor étnico. Si son mexicanos porque nacieron en México, no importa, ellos se consideran menonitas. Para ellos es muy importante diferenciarse”, explica Pedroza.
La religión no es una cuestión de fe personal, sino que la ven como algo colectivo que les da identidad y sentido de pertenencia.
“Y son una sociedad patriarcal en la que todas las decisiones están en manos de varones. Las mujeres juegan un lugar importante, sí, pero en la administración del hogar”, señala la antropóloga.
Las diferencias de estilo de vida más notables se dan entre los conservadores y los liberales.
Los conservadores desde hace siglos han buscado mantenersecuanto sea posible al margen de la modernidad.
Establecen colonias en sitios remotos, lejos de influencias culturales o tecnologías actuales. Es por ello que en algunas colonias menonitas se ve el uso de carretas en el transporte o maquinaria agrícola sin neumáticos.
Los liberales, en cambio, han experimentado una apertura desde la década de 1960, cuando se dio una ruptura con las viejas prácticas.
Ellos sí emplean vehículos de transporte modernos y maquinaria agropecuaria pesada. Usan dispositivos de comunicaciones y están abiertos a convivir con otras culturas.
Algunos en América aprenden otros idiomas, como inglés y español, dependiendo del país en el que se establezcan.
A pesar de estar ya plenamente asentados en América Latina, la migración sigue ocurriendo por dos factores.
Uno es que cuando los más conservadores sienten que ya hay demasiada influencia del exterior o de los liberales, optan por buscar nuevas tierras en lugares apartados, así sea un nuevo país.
Pero también ocurre que, al tener familias numerosas, la falta de tierras para las nuevas generaciones es un problema. Entonces buscan nuevos territorios para comprar tierra y fundar colonias, ya sean liberales o conservadoras.
Para los menonitas, los temas relacionados con la sexualidad y la salud femenina son un tema tabú.
Si una mujer sufre problemas de salud íntima, son los hombres quienes hablan por ellas con los médicos. Incluso las mujeres embarazadas optan por apartarse de la vista de niños para evitar las preguntas sobre su estado, explica Pedroza.
Eso es un factor cuando ocurren casos como el de la colonia ultraconservadora de Manitoba, Bolivia.
En esa comunidad remota, nueve hombres fueron detenidos en 2009 y luego condenados a prisión por violar a 151 mujeres y niñas. Empleaban sedantes para bovinos para neutralizar a familias enteras -hombres, mujeres y niños- y así cometer los abusos sexuales con impunidad.
“Debido a sus creencias religiosas, pensaron que algo malo, algo malévolo estaba sucediendo en la colonia”, explicó Fredy Pérez, un fiscal encargado del caso. Las víctimas sentían mucha vergüenza de relatar lo que les pasaba.
Un joven que fue sorprendido irrumpiendo en una casa delató a 8 más. Aunque ellos negaban haber cometido las violaciones, hubo testimonios que los llevaron a recibir sentencias a ocho de ellos (uno escapó) de hasta 25 años de cárcel.
En las colonias menonitas, “cuando hay problemas, quejas, o casos de violaciones, son los mismos hombres los que hablan con los jefes”, explica Pedroza. “Las mujeres están totalmente silenciadas, no pueden expresarse públicamente”.
Para la antropóloga, lo que se plantea en la película “Ellas hablan” esun “retrato de la realidad terrorífico, pero no inusual”.
“Cuando ocurre algo malo es un secreto a voces: todo el mundo sabe quién fue, qué pasó, todo el mundo se entera de alguna forma. Pero nadie habla como para generar un cambio en la conciencia”, apunta.
También señala que la complejidad de las colonias menonitas no se reduce a lo planteado en el filme: “Los menonitas tampoco son todos violadores“.
Para su investigación, Pedroza vivió entre 2015 y 2016 en la colonia Manitoba, en Chihuahua (norte de México), donde encontró varios aspectos de choque cultural notables.
“Su ética del trabajo es ‘uno trabaja como forma de agradar a Dios’. No se puede estar ocioso porque eso es pecado“, explica.
“Te hacen amables cuestionamientos, como ‘¿Tú qué haces?, si no tienes campo, no tienes vacas, no tienes hijos'”, recuerda.
Y es que para los menonitas, las jornadas de trabajo son de sol a sol y solo tienen menos de una semana de descanso al año.
En el caso de Manitoba, en Chihuahua, hay menonitas liberales que tienen cierta apertura a la convivencia con los mexicanos o mestizos, como se refieren a todo aquel que no sea miembro de la comunidad.
“Al principio yo llegué a comprarme ropa de allá, por ingenuidad antropológica. Pero ya con la confianza, las mujeres me preguntaron ‘¿Por qué te vistes así? Tú no eres menonita. Nosotros sabemos que tú eres mestiza y las mestizas usan pantalones. A nosotros nos gusta cómo se visten’, recuerda.
Pero también mostraban interés por la cultura mexicana: “Mi vecina me pidió a través de su esposo que le enseñara español. Entendía un poco porque a escondidas veía telenovelas. Pero quería hablarlo. Y organizamos un grupo de estudio, solo de mujeres, para aprender español”.
Las largas jornadas de trabajo, y el conocimiento compartido de siglos sobre la agricultura, tienen como consecuencia una gran productividad en los campos menonitas.
En los lugares donde asientan sus colonias se generan enclaves de riqueza. En el siglo XX, lideraron la producción de carne bovina en Paraguay, la de soya en Bolivia, o de los lácteos en el norte de México, explica Yann le Polain.
Al contar con relaciones muy estrechas con otras colonias, los menonitas -particularmente los liberales- introducenen el campo técnicas avanzadas y, sobre todo, ya probadas.
“Hay mucha inversión en tecnologías, sobre todo en la cuestión agrícola, de las semillas, de fertilizantes. Inventan sus propios sistemas de riego, adaptan las maquinarias”, explica Pedroza.
Y todo lo que ganan lo vuelven a invertir en sus campos, por lo que rápidamente se genera una dinámica de productividad grande.
Pero todo ese potencial de producción también tiene efectos adversos.
Cuando se establecen, implementan la técnica llamada “roza-tumba-quema” mediante la cual derriban miles de hectáreas de bosques o selvas para conseguir un terreno plano, lo que genera un importante efecto de deforestación. La quema de los restos de bosques también es una fuente contaminante.
“Generan una gran depredación del ecosistema” por esa técnica, explica Pedroza. “También cavan hasta donde encuentren agua. Y si eso implica un pozo de 100 m o más lo hacen, lo cual agota los recursos, no solo para ellos, sino para los vecinos”.
“No se genera mucho escándalo porque los menonitas, a donde llegan, generan enclaves de productividad y riqueza”.
Ejemplos de lo anterior se encuentran en los diversos países en donde se han asentado las colonias menonitas.
En el estado mexicano de Campeche, en la selva tropical del sureste del país, recientemente el gobierno mexicano ha intentado emprender acciones de control sobre los campos menonitas de la colonia Chavi ante los estragos que se han visto en el ecosistema.
Un estudio de 2017, dirigido por el investigador Edward Alan Ellis, de la Universidad Veracruzana, encontró que las propiedades de los menonitas en ese estado tenían tasas de deforestación cuatro veces más altas que las propiedades de los que no lo eran.
Aunque han logrado acuerdos para reducir el impacto ambiental, los menonitas se sienten atacados por el gobierno.
Jose Uriel Reyna Tecua, un representante legal de la colonia, le dijo a la agencia Reuters que incluso han sido amenazados con la entrada del Ejército a las colonias.
En Bolivia ocurre algo similar. La organización ambientalista Conservación Amazónica ha documentado que entre 2011 y 2021 fueron deforestadas 904.518 de hectáreas en la Amazonía, una de las regiones del sureste boliviano donde se asientan las colonias menonitas como Norde Nhof, Nuevo México o Valle Hermoso.
“Encontramos que los Menonitas han causado un tercio (33%) de la deforestación por la soya en la Amazonía boliviana en los últimos 5 años”, señala un reciente informe documental de esa ONG.
La poca vigilancia de las autoridades de los países de América Latina, aunada a que muchas colonias menonitas se cierran a la influencia exterior, facilita que los problemas pasen desapercibidos.
Casos como estos muestran que los menonitas han potenciado las economías agropecuarias de los países y regiones donde se establecen, pero su éxito ha generado problemas de fondo.
“Como son tan ricos y productivos -según vemos desde fuera, al admirar sus casas, sus campos, su realización-, no vemos lo que hay alrededor”, sostiene Pedroza.
Para esta comunidad, el trabajo que hacen está amparado por la fe que profesan.
“Su generación de riqueza para ellos es una consecuencia natural de agradar a Dios. Y si tú eres pobre, es porque no te estás esforzando lo suficiente”, apunta la antropóloga.
“Para ellos ser rico no es pecado. Pecado es acumular sin compartir con los demás”.