No se guarda registro histórico claro de la existencia de mujeres en este oficio. Sin embargo, y como toda una leyenda, en la década de los ’60 existió una primera mujer chinchinera llamada Rosa Ester, “se la sitúa entre Valparaíso y Santiago, no hay fotos de ella ni se sabe dónde nació y vivió, pero cuentan que trabajaba con su esposo y tocaba chinchin arriba de las mesas”, comenta la artista dedicada a este oficio, Olga Carrasco en entrevista con El Mostrador Braga.
“Yo creo que las chinchineras han aparecido más numerosamente en el mundo de las comparsas que en el mundo de la tradición”, dice la chinchinera, Olga Carrasco, quien es también música, bailarina, artista visual y desde el año 2011 pertenece a las primeras generaciones de mujeres que a modo de ‘agentes culturales’ comenzaron a aprender de las familias portadoras de la tradición y enseñanzas del chinchín, instrumento de percusión doble que se toca bailando.
En conversación con El Mostrador Braga, la artista hace referencia al lugar desde donde se abrió paso a las mujeres en este oficio. “En el intercambio con las familias, en primera instancia los chinchineros vieron en nosotras una especie de novedad, como cuando se suman más niños al lote y ese grupo llama más la atención y por lo tanto llama más gente y más lucas. Eventualmente las hijas de algunos chinchineros quisieron empezar a aprender y ellos aceptaron empezar a enseñarles”.
Hasta la primera década del 2000, en un arte que se desarrolla desde inicios del siglo XX, la artista indica que la presencia de mujeres fue débil, además de que muchas veces decidían desistir de estos espacios.
“Sólo hubo cuatro mujeres y de esas cuatro, dos tocaron desde chicas y cuando pudieron decidir lo dejaron, porque es un oficio muy sacrificado”, dice. “Yo creo que hasta que aparecimos nosotras no había un referente demasiado femenino. Y aunque fuera muy choro tocar, este oficio se da en una clase social muy baja, de poca escolaridad y las muchas que tocaron seguramente sintieron que no era un lugar apropiado para estar”.
En definitiva, es muy poco lo que se sabe con certeza sobre este este oficio que ha sido popularmente conocido a través de la imagen de hombres y niños que pasean por las calles ‘en lote’, y muy recientemente, ha sorprendido la aparición de mujeres proponiendo una estética diferente para este arte.
El chinchín es un arte callejero, patrimonial, parte de una tradición que ha sido cultivada por familias chilenas de forma oral, y como tal, no existen registros escritos oficiales de la historia ni de la forma de enseñar este instrumento. “El chinchín no tiene un origen conocido, y como oficio e instrumento, ha estado abandonado por muchos años. Hay dos libros que se publicaron hace muy poco, uno de ellos lo publicó Gabriel Cárdenas, él es sociólogo y aprendimos a tocar el chinchín el mismo año (El patitas de oro, 2008. Ed independiente) Ahí él intenta reconstruir un poco la historia, el resto son un par de artículos de prensa, relatos de algunas épocas y nada más”, explica la artista.
“Hay mitos fundacionales que hablan de un origen europeo que relacionan el chinchín y el organillo; hay registros en ilustraciones y esculturas donde se ve a personas usando un instrumento parecido. Lo que se usaba en Europa era una versión portátil del organillo, y eso tiene fecha de llegada a Chile en 1894 a Valparaíso, éstos hacían las veces de radio y tocaban la música de moda, cuecas, valses, foxtrot y paso doble”, agrega como antecedente histórico.
Sin embargo, sobre la existencia de mujeres y su instalación en nuestra cultura, no hay memoria.
– Para conocer todo esto tuviste que acercarte a esta transmisión entre familias y generaciones ¿Cómo llegó a ti el aprendizaje de este instrumento?
– Yo aprendí a tocar en la comparsa Chinchín tirapié, ese es un espacio fundado también por una mujer, Rosa Jiménez, es una bailarina y trabajadora social que tenía la inquietud de formar una comparsa con identidad santiaguina. Ella cuenta que una vez estaba en la plaza de armas viendo un show de la familia Saavedra y llegaron los carabineros a echarlos y esa situación la llenó de impotencia y ahí pensó que el chinchín es el tambor chileno y tambor madre de la comparsa.
También se enseña de manera oral, pero la metodología es distinta porque es un espacio estable donde la gente va y se forma y en este caso el chinchín es parte de una banda con instrumentos de bronce, es una cosa más musical donde uno aprende el instrumento desde los ritmos y temas que se tocan, y el baile es algo que va surgiendo desde cada uno.
– Entonces el chinchín no llegó directamente desde una familia a la comparsa…
– Desde la fundación de la comparsa, hubo algunos chinchineros que no eran de familia que aprendieron por su lado con don Roberto Casanova. Y lo que sí pasó es que una vez invitaron al ‘Pepa’ para que diera una clínica y ahí aprendí un poco más del baile y toda la cosa. Los primeros fueron músicos, bateristas, pero también había unas chicas que eran bailarinas, siempre hubo mujeres y nunca hubo rollo de género.
– Se ha documentado que María del Carmen Toledo Riquelme, es la primera mujer chinchinera y organillera que aprendió de su padre, Luis Toledo, quien a la vez heredó la tradición de don Lázaro Kaplan, artífice del bombo en 1920 ¿Qué se sabe de las mujeres chinchineras en la historia?
– Son épocas distintas porque en las épocas más antiguas no había registro de ninguna mujer, y luego aparece una mujer que se llama Rosa Ester, ella está situada en la década del ’60 en Valparaíso, también en Santiago. Por lo que yo he leído ella acompañaba a su marido a trabajar, entonces en una de esas ella aprendió a tocar el chinchín y dicen que tocaba arriba de las mesas.
Y años después, aparece la María Toledo, ella es la hermana mayor del Pepa, Patricio Toledo -que es el chinchinero que nos apadrinó en la comparsa- y su papá que era percusionista se metió en el cuento del oficio y les enseñó a los dos. Ella tocó hasta los 12 años y después se aburrió de tocar y se convirtió en organillera y hasta el día de hoy lo es, y su hija toca el bombo y es una de las pocas niñas que está en el oficio.
Te digo que desde la década del 20 hasta hoy estuvo Rosa Ester, pero no hay ninguna foto de ella ni se sabe dónde nació, ni dónde vivió exactamente. Después en la generación de la familia Toledo, también una muchacha que era de la familia Aravena y tocó hasta los doce años y dejó de tocar.
Y después hay otro relato que había una chinchinera que era de San Bernardo y era lesbiana, pero murió y una vez le preguntamos a los cultores por eso y ellos decía ‘no, no, ella no era buena’ no sé si era una directa discriminación por su orientación sexual.
– ¿Y cómo se generó esta oleada de mujeres chinchineras que se puede ver en las calles actualmente?
Por el lado del trabajo, siempre había un intercambio que se daba de manera inevitable, había diferencias culturales que me cansaban un montón al principio, en formas de pensar o ser. Me acuerdo de que la Dina Aravena una de las hijas de René Aravena un día quiso salir a tocar y como él ya había cachado que estábamos nosotras, que otros nos llamaban a sus grupos y eso traía sus efectos, dijo ok, y la incluyó por un tiempo.
También está el caso de María Jesús, hija de la María Toledo. No sé si a la María le molestará que yo cuente esto, pero ella no tuvo una muy buena experiencia, entonces no veía con buenos ojos que su hija se dedicara a esto y cuando finalmente le dieron permiso y le hicieron un bombo, ella se sentía culpable de haber retrasado el aprendizaje de su hija, de haberle “cortado las alas”.
Y está también la familia Apablaza Oñate, de Valparaíso, ellos también tienen una hija, la Cony, que también toca y así han ido apareciendo chinchineras en las familias que era algo super escaso. El verano pasado se hizo un festival de organillo y para poder financiar este festival, en los fondos concursables la paridad es una exigencia lo que ha incentivado que participen las mujeres de las familias.
Y de las primeras generaciones de La Chinchín está Paulina Cepeda, ella es cantora y cultora, Camila Guerrero, Ana Carolina y una chinchinera de Concepción que es la única que puedo decir que fue mi alumna, Daniela Pacheco, ella también es bailarina y artista visual, una mezcla un poco extraña para estos tiempos.
– Para terminar esta entrevista ¿Qué significa en lo personal la elección de ser chinchinera?
– Partí de puro tincada, pero a lo largo de los años me doy cuenta de que me gusta el chinchÍn porque es un instrumento interdisciplinario. Yo he tenido una formación super dispersa, hice danza cuando chica, estudié artes visuales, estudié escultura, me interesó siempre el arte sonoro, el trabajo en el espacio, me interesa el folclor el arte patrimonial y el chinchín es un ámbito en el que confluye todo, pero ahora con los años puedo decir que es así.
Y por otro lado también es un instrumento nómade, es transhumante, he conocido muchos lugares tocando el chinchín, he llegado a personas a instancias incluso dentro de la música he llegado a compartir con personas que estando sola hubiera llegado jamás, entonces me gusta mucho que el chinchín sea algo tan outdoor jaja, es independiente y soberano, me gusta esa libertad. Cierra.