Durante las últimas décadas hemos enfrentado varias batallas. En cada una de ellas, por cada centímetro que avanzamos, tuvimos que enfrentar oponentes con discursos que parten del miedo para llegar al odio o que buscan sembrar dudas para que crezca la indiferencia.
A pesar de ello, en los últimos años hemos avanzado mucho más que en los últimos siglos, pero desde el norte viene una tormenta.
[cita tipo=”destaque”] El miedo es que si este gobierno no avanza, si perdemos esta ventana de oportunidad, estaremos menos protegidos si una mayoría o un gobierno conservador focaliza sus esfuerzos e intenta utilizar el poder del Estado en contra nuestra.[/cita]
En el Reino Unido una famosa autora infantil se ha convertido en la voz más visible contra las personas trans. En un equivalente retórico al “gran reemplazo” acusa a los inmigrantes de borrar la raza blanca y la cultura occidental, mientras que las mujeres trans somos acusadas de “borrar a las mujeres” y se comenzó a movilizar el miedo a que hombres entren a los espacios femeninos a cometer abusos -miedo construido desde la política, que contrasta con la inexistencia de este problema en países con Ley de Identidad de Género-. El odio siempre se moviliza desde el miedo.
En los Estados Unidos el Partido Republicano está dividido en varios frentes, pero durante el último año ha encontrado unidad en la agenda antitrans. Entre los discursos más agresivos resalta Michael Knowles, quien señaló que, “por el bien de la sociedad el transgenderismo debe ser erradicado por completo de la vida pública” y el expresidente Trump -para no quedarse atrás- prometió prohibir por ley la salud trans si es elegido.
Muchas veces nos han dicho que los discursos de odio serían solo palabras, pero esa forma de negación solo sirve hasta que los promotores del odio lleguen al poder. En los estados de mayoría republicana los efectos son concretos: en Texas una directiva del gobernador ordenó que Servicios Infantiles considere el apoyo a un hijo trans como “abuso infantil” y faculta al Estado a quitártelo; en Tennessee prohibieron la expresión drag en público; y a nivel nacional son más de 300 leyes que buscan prohibir que las niñas trans hagan deporte con sus amigas, perseguir a personal médico que practique tratamientos afirmativos o despedir a profesores si conversan sobre identidad de género con sus alumnos.
En Chile algunos congresistas han intentado tomar la posta con proyectos similares, pero no están logrando apoyo ni repercusión mediática. Lamentablemente, esto no es consuelo, ya que hoy nos gobierna un Presidente y una coalición que expresaron compromiso para avanzar la agenda LGBTIQ+, pero que no han logrado hitos concretos en su primer año: La ley José Matías lleva meses detenida, la reforma a la Ley Antidiscriminación no tiene institucionalidad ni urgencia y no hay medidas significativas de ministerios que podamos declarar como victorias. La única ley LGBTIQ+ que tuvo urgencia -y luego se retiró- fue un proyecto más simbólico que concreto para establecer el día nacional de la visibilidad lésbica. El miedo es que si este gobierno no avanza, si perdemos esta ventana de oportunidad, estaremos menos protegidos si una mayoría o un gobierno conservador focaliza sus esfuerzos e intenta utilizar el poder del Estado en contra nuestra.
Como sociedad, vivimos tiempos de conflicto e incertidumbre. En periodos de dificultades como el que atravesamos, cuando deberíamos hacer un esfuerzo para buscar aquello que nos une para construir, muchas veces es más fácil buscar un chivo expiatorio, un grupo humano culpable de los males que nos aquejan para conseguir unidad artificial por el miedo a un enemigo artificial. Culpar a alguien externo, a las personas trans en este caso, es una forma de autoengaño en el que caemos las sociedades, porque si no tenemos a quien apuntar los dedos acusadores estamos obligados a mirarnos al espejo y preguntarnos si somos parte del problema.
Es posible que esta tormenta nos alcance. Para enfrentarla no podemos olvidar que todas las batallas que llevamos en el cuerpo las superamos sobrepasando las barreras partidarias, de religión e ideología, y logrando que la gente se conectara con nuestras historias. Esa es la clave para todos los desafíos pendientes que tenemos en Chile: recordar aquello que nos hace humanos.