Sol Díaz es dibujante y diseñadora gráfica de la Universidad de Chile y diplomada de arte con mención en pintura en la U. Católica de Chile. “Es esa locura de no ver lo que te pasa, de querer siempre cumplir, funcionar, y hacer la vista gorda de nuestros problemas. El mundo no nos da tiempo de mirarnos, ni en lo bueno ni en lo malo. Es importante ver la rabia como un hecho liberador, hay algo en esa violencia que nos permite darnos cuenta de dónde vivimos y cómo. La crisis de salud mental es eso, un mundo agobiante, que no nos da espacio para hacer ni para ser. No ser buenos ni funcionales, sino equivocarnos y ser humanos”, comentó en conversación con El Mostrador Braga.
Sol Díaz es autora de los libros de humor gráfico Bicharracas, negras, feas y peludas, Bicharracas 2, ser fea está de moda y Bicharracas 3, raras, locas y libres. También de ¿Cómo ser una mujer elegante? y ¿Cómo ser una mujer elegante y de buena familia?; Además de la novela gráfica La Hoja Naranja, editados por Ril.
Su última publicación, La rabia negra, viene de la mano de Penguin Random House, editada por Reservoir Books. Una novela ilustrada en donde acompañamos, viñeta a viñeta, a nuestra protagonista, que puede ser cualquiera de nosotras.
—¿De dónde nace la idea de escribir “La rabia negra” y otorgarle esa característica de animal, un animal que habita en cada una de nosotras? ¿Y por qué decidiste que en el caso de la protagonista fuera una pantera?
—Durante las movilizaciones de octubre de 2019 nos vimos en la obligación de entender la rabia, nombrarla, pero también comprenderla en sus aspectos luminosos y destructivos. Luego vino la pandemia, que significó llevar toda esa rabia hacia adentro, y nos hizo comprender cómo nos hacemos cargo de esa rabia, de lo que odiamos de nosotros mismos, de nuestro entorno. En ese momento yo empecé a dibujar la Rabia negra, y además me llamaron de Domestika, una plataforma que ofrece cursos online, quienes me invitaron a ser profesora y me pidieron hacer un cómic autobiográfico, entonces empecé a observar los dibujos que tenía en mi libreta, y me di cuenta de que aparecía mucho la figura de la rabia, a partir de reflexiones que yo estaba haciendo al respecto, y también estaba apareciendo mucho una pantera. Entonces empecé haciendo el cómic para Domestika y después me enamoré del personaje, y a partir de eso nace el libro.
Además de que la pantera era un animal que me empezó a aparecer en las libretas, porque se me apareció, en un momento muy místico, cuando yo estaba en trabajo de parto de mi segunda hija. A mis hijos los tuve muy natural, de una forma muy animal, sin anestesia ni nada, entonces siento que me conecté con una cosa inconsciente y la locura misma del momento, y visualicé una pantera. Entonces el libro está dedicado a mi hija Filomena, que llegó montando una pantera. Después empecé a unir cosas, sobre cómo las mujeres lidiamos con la pantera y la rabia, el inconsciente, ese animal que te posee cuando te da mucha rabia. Hay una locura que me parece muy cautivadora, en un lugar oscuro incontrolable que tenemos, que a veces es terrible y hacemos o decimos cosas que no queremos, pero otras veces es maravilloso.
A la vez, me di cuenta de que el mundo de la rabia está muy vetado para las mujeres, el descontrol, el enojo, el no ser complaciente, no estar siempre dispuesta a ayudar y ser la mejor o más simpática, sino ser pesada, decir que no, decir que no quiero, que no te harás cargo de ciertas cosas, etc. Eso me empezó a enamorar del personaje, de la relación que tiene con la pantera y la rabia.
—¿Cómo se relaciona esta “rabia negra” con la crisis de salud mental que atraviesa nuestro país y que afecta en mayor medida a mujeres?
—Es esa locura de no ver lo que te pasa, de querer siempre cumplir, funcionar, y hacer la vista gorda de nuestros problemas. El mundo no nos da tiempo de mirarnos, ni en lo bueno ni en lo malo. Es importante ver la rabia como un hecho liberador, hay algo en esa violencia que nos permite darnos cuenta de dónde vivimos y cómo. La crisis de salud es eso, un mundo agobiante, que no nos da espacio para hacer ni para ser. No ser buenos ni funcionales, sino equivocarnos y ser humanos.
—Desde tu perspectiva, ¿cómo podemos lograr que las nuevas generaciones abracen estos sentimientos de rabia, pena, enojo, etc?
—Yo creo que las nuevas generaciones vienen más abiertas. Hay que hablar las cosas, perderle el miedo a las palabras. Todos tenemos opiniones y visiones de mundo, pero existe cierta exigencia en eso, todo es encasillado para bien. Debemos aprender a dialogar más y tener más espacios personales. Para llegar a conectarnos debemos entablar conversaciones honestas y eso tiene que ver con cómo nosotros aprendemos a conectarnos con nosotros mismos de forma honesta, sin exigirnos ser de una manera, sino que simplemente descubriéndonos permanentemente.
—¿Tú crees que para las mujeres, el feminismo es ese espacio de libertad, de dejarnos sentir toda esta rabia sin presiones?
—Pienso que el feminismo llega a ser ese lugar seguro, ese nido donde, en el fondo, podemos confesarnos. Pero también muchas veces, se vuelve un lugar dictatorial, una competencia entre quién es más feminista que la otra, o una mejor feminista, y entramos y operamos en el mismo lugar de ser correcto y hacer las cosas para ser mejor. No es que se pierda el feminismo, sino que la gente se pierde dentro del feminismo. Creo que el feminismo, para muchas, es un lugar de confesión, donde podemos sentarnos y mostrarnos vulnerables; y la rabia tiene mucho de vulnerabilidad, la rabia siempre acarrea mucha pena, es una energía que motiva y es un fuego profundo, pero también es porque algo te dolió mucho y por eso sacaste las garras, por eso está bien sacar las rabias. Esos espacios donde podemos ser vulnerables, son siempre humanizadores porque nos hacen más personas.
—Tú también has trabajado en proyectos conjuntos con otras mujeres artistas, como en la Revista Brígida, ¿cómo ha sido la experiencia de trabajar con más mujeres ilustradoras?
—Cuando hacemos proyecto entre mujeres, pareciera que generalmente operan lógicas mucho más comunitarias, más simples, sin tanta ambición. Es un lugar como el feminismo, un espacio que te relaja y de comprensión. Yo siento que las mujeres tenemos conectados ciertos aspectos de nuestras vidas. El trabajo, la vida, los hijos, la familia, los amigos, los intereses, todo está conectado. No hay una locura por el éxito, y por lo mismo, siento que en general tenemos un trabajo más genuino, porque no estamos preocupadas del resultado y eso hace que me guste mucho el trabajo de las mujeres; las mujeres poetas, las mujeres escritoras, las mujeres músicas, las mujeres dibujantes, etc., porque hay algo que palpita dentro de lo que uno ve, y que emociona. A mí me gusta ver el dolor, me gusta conectarme con el trabajo, y siento que las mujeres en general lo logran bastante bien. Por supuesto que hombres también, y me emociona el trabajo de muchos compañeros dibujantes con quienes hemos compartido una trayectoria “similar”, pero me parece que trabajar con mujeres está a otro nivel.
—Asimismo La rabia negra no es tu primera publicación, también cuentas con varios otros cómics que se centran en las niñas y las mujeres, ¿por qué es importante para ti reivindicar la figura de lo que se entiende por “femenino” y las mujeres?
—Porque a mí me costó mucho abuenarme con ser mujer en mi vida. Yo tengo otro personaje, por ejemplo las Bicharracas, que es el primer cómic que publiqué, en donde nos encontramos con tres niñas: la negra, la fea y la peluda; y se burlan de esta idea de ser linda, porque cuando yo era chica, me daba cuenta de que si no era linda, correcta y simpática, pareciera que no eras mujer. Siento que en todos los libros de alguna manera voy diciéndome a mí, en distintas etapas de mi vida, que es genial ser mujer, y voy descubriendo nuevas formas de ser mujer.
—Mucha gente cree que las novelas ilustradas están hechas para las infancias, pero incluso, en algunas ocasiones, las novelas gráficas logran amenizar historias difíciles de contar. Como dibujante, ¿cómo resignificar las novelas ilustradas como literatura igualmente válida?
—Yo encuentro que es maravilloso, porque es como un secreto, la gente no conoce el poder que tiene una novela gráfica o un libro ilustrado. A mí me enamora mucho eso, encuentro que es un gran desafío, porque como tú dices, es un lugar mirado en menos. Y es esa libertad, de ser mirado en menos, lo que nos permite transmitir unos mensajes tan fuertes e importantes a través de dibujos. A mí esa contradicción, de transmitir una cosa tan significativa con algo, que a mi parecer, es tan primitivo como un dibujo, me enamora siempre. Poder decir cosas complejas desde lo más simple.
También con el tiempo, el cómic se ha ido desplazando de este lugar de historietas de superhéroes, que a mí no me gustaba para nada cuando chica. Cada vez se ha ampliado a lugares más diversos y artísticos, de una forma muy libre y expresiva.
—Y como mujer artista, ¿sientes que también ha sido un espacio masculinizado, por la idea de estos cómics de superhéroes?
—A mí siempre me gustó dibujar, y me acuerdo que un profe me recomendó ir a una tienda de cómics. Fui, y me encontré con puras historietas de superhéroes, de guerra y mujeres hipersexualizadas, y no me gustó lo que vi. Pero seguí dibujando, y entré en el mundo de la historieta con las Bicharracas, y cuando me publicaron tuve la oportunidad de asistir a ferias y festivales del libro. De hecho, había una Feria del Cómic que se hacía al aire libre en plaza Brasil, donde vi por primera vez otros cómics, otros autores, y sobre todo, autoras. Gente distinta que hacía fanzines. Y me di cuenta de que hay muchas mujeres que dibujan y empezamos a hacer cosas juntas, a hacer una comunidad para visibilizar nuevas y variadas formas de hacer cómics.