“La historia de una mujer que regaba su planta con una cuchara” es el nombre de la obra escrita por Alejandra Cabrera Monzálvez y dirigida por Marcia Césped Laplechade, a cargo de la compañía Colectiva Metralletas. Las discrepancias de dos esposas de militares y sus vidas metaforizadas en el cuidado de una planta, evidencian las violencias de género impuestas sobre estas mujeres que se acompañan entre secretos, confesiones -y también risas- el día del plebiscito nacional del 5 de octubre de 1988. Se estrena el 18 de agosto con funciones en Santiago y Valparaíso.
Dirigida por Marcia Césped Laplechade y escrita por Alejandra Cabrera Monzálvez, la obra se adentra en la historia de dos esposas de militares que viven una dictadura dentro de una dictadura. Marcadas por las apariencias y los mandatos de género en lo que se denomina “la familia militar”, la obra devela un espacio poco explorado respecto a las memorias de la dictadura, presentando un diálogo entre el escenario dictatorial y el patriarcado.
Dos mujeres que viven en departamentos contiguos en la Villa San Luis de Las Condes, población fiscal construida por el gobierno de Salvador Allende y desalojada por militares después del golpe de Estado, son esposas de Suboficiales del Ejército en plena dictadura cívico militar, y han sostenido una amistad pese a una gran diferencia: cómo piensan, qué desean y cómo votan en el plebiscito de 1988.
Esa discrepancia es la que enfrentan en “La historia de una mujer que regaba su planta con una cuchara”, obra que se estrena este 18 de agosto en el Parque Cultural de Valparaíso y el 23 del mismo mes en Teatro del Puente.
El proyecto transdisciplinar y territorial es financiado por el Fondo Nacional de Fomento y Desarrollo de las Artes Escénicas, Convocatoria 2023 del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, desarrollado en las dependencias del Parque Cultural de Valparaíso, que reúne a artistas de la región de Valparaíso y Santiago.
Como explica su directora, Marcia Césped Laplechade, “siempre se ha hablado de una dictadura, de una sola, pero a nivel social tenemos el patriarcado que es otra dictadura. Entonces, estas mujeres que ya tienen esa doble opresión a cuestas, se van dando cuenta que esa es la razón de ciertas decisiones que han tomado para vivir la vida que viven, y poder seguir siendo esposas de militares. ¿En qué momento se desvela que eso también es patriarcado?, también es parte de la obra.”
“El montaje es un dramaturgismo entre lo escrito por Alejandra Cabrera M. y la puesta en escena”, en el cual “se disloca el pasado para que se haga evidente el presente”, con el objetivo de “transformar, cuestionar y problematizar todas nuestras creencias frente al hecho, a la huella de la dictadura, la cual hemos internalizado de determinadas maneras”, agrega la directora.
A pesar de las diferencias de las protagonistas y sus posibles consecuencias, la obra refleja la sororidad y el entendimiento de la situación del país, independiente de que las protagonistas viven en un contexto controlado por el mandato dictatorial: no todo se sabe, no todo se conoce, y toda opinión debe estar apegada a la realidad que la institución militar ha creado y la única que permite.
Al respecto, la actriz Carina Aspillaga, quien también está a cargo de la investigación referencial y la asistencia de dirección, detalla que en el trabajo escénico han abordado esto “desde ese cuerpo que se va transformando, afectando y permeando (…) se quiere generar una micro revolución desde lo íntimo, y desde ese metro cuadrado en esta obra le hemos estado entregando ese poder de cambiar el rumbo de su historia”.
Para la dramaturga, Alejandra Cabrera Monzálvez, esta obra “rescata las memorias de los espacios cotidianos, a partir de mi propia biografía, proponiendo una reflexión feminista y social, en torno a esas violencias históricas que aún permanecen. Las estructuras sociales que se viven en la vida íntima, sustentadas en creencias que responden a mandatos institucionales y religiosos”.
Otro aspecto relevante de la propuesta de Marcia Césped, elaborada y trabajada con el equipo de diseño y asistencia de dirección, tiene que ver con la expansión de la dramaturgia a partir de la autoficción y los nuevos medios, provocando un cruce entre la experiencia inmersiva y el teatro. El lenguaje del body horror y el video-mapping construyen un relato delirante e interactivo, involucrando lo visual, lumínico y sonoro, generando un montaje híbrido, con capas y repliegues de una historia que se enmarca en la conmemoración de los 50 años del golpe de Estado en Chile.
Como explica Ángela Sepúlveda, integrante del elenco de la obra, “lo primero que apareció fueron nuestras madres, y en mi caso, nace una necesidad de emancipación interior. Esto aparece con la música, las formas de moverse, en los recuerdos, las memorias”.
Respecto a la autoficción, la directora destaca que en el proceso creativo han “buscado desapegarse de la propuesta dramática escrita, para indagar en las posibilidades que la autoficción moviliza en un relato y proceso creativo. Este proceso se nutre de todo el equipo, de sus propias biografías. Hemos transitado entre lo que es verdad y es mentira, aquello que está oculto, la necesidad de purgar. Lo que más hemos trabajado ha sido la relación con el horror que habita en nuestro propio cuerpo y lo que vemos cargan los cuerpos después de 50 años bajo una doctrina del miedo”.