“Educadora y formadora de conciencias, la mujer es la gran forjadora del porvenir y la gran depositaria de las tradiciones nacionales (…) trabaja en el laboratorio silencioso del hogar, velando por resguardar el más precioso capital de la nación: el cuidado de sus hijos, esperanza futura de la Patria”: los discursos de Augusto Pinochet Ugarte y con ello la dictadura en su conjunto dan cuenta de la delimitación del rol de la mujer, relegado a la maternidad y el cuidado del hogar, construido en discursos, revistas e instituciones a cargo de la esposa del dictador. En respuesta a ello, organizaciones respondían con una lucha en las calles y las academias, y la violencia política sexual emergía como una especificidad de castigo hacia el incumplimiento de un mandamiento claro: madres y dueñas de casa o nada.
“En su misión de mujer y de madre, se dan la mano el pasado y el futuro de la nación , y quien aspire, como gobernante, a proyectar en el tiempo una obra política estable, tiene que contar con la palanca espiritual de su poder”, dice Augusto Pinochet Ugarte el 24 de abril de 1974.
Con el discurso “La Junta de Gobierno se dirige a las mujeres de Chile”, a un año de la asunción al poder a través de un Golpe de Estado, el dictador anuncia sus palabras a un sector social bien particular, las mujeres. Y no es casualidad, según recoge una investigación de la cientista social Pía Silva Reyes (2020), este especial agradecimiento no es hacia todas sino a aquellas que tuvieron “la valentía suficiente” para exigir a los militares en las calle, y se les otorga una labor dentro de la “reconstrucción de la patria” evocando su rol tradicional dentro de la familia.
“Debido a la importancia que tuvo el rol de la mujer conservadora en el derrocamiento del gobierno de la Unidad Popular, la Junta Militar se dio cuenta que tenerlas de su lado podría aportar y facilitar la construcción e imposición del régimen autoritario”, sostiene la licenciada de historia en su investigación.
Así pues, las mujeres se convirtieron “en el principal destinatario del mensaje de la dictadura”. Incluso, la especialista va más allá al indicar que es la categoría de ‘lo femenino’, más que la mujer lo que se pone en un pedestal.
¿Cómo se traducía esto? En una serie de valores, roles y comportamientos específicos que las mujeres debían sostener: así como había un régimen militar, se construyó un régimen dentro de cada hogar. Con ello se aseguraba un “control de la población” que no pusiera en peligro el “poder centralizado de Pinochet”.
La imagen perfecta de la dictadura era pensada entonces como el de la familia prototipo: un matrimonio donde el hombre trabajara gran parte del día y la mujer se hiciera cargo del cuidado de los hijos y los quehaceres del hogar, ninguno con militancia partidaria activa, devotos de la iglesia católica y sin poder de cuestionamiento hacia el poder establecido.
“Junto con la ideología católica que apoyó la dictadura, fomentaron la sumisión y la obediencia como valores que toda mujer debe tener, tal como el culto a María”, establece la investigación titulada “Hoy y no mañana”: la reivindicación del sexo femenino como sujeto político a través de la lucha de los movimientos de mujeres contra la dictadura militar en Chile (1983-1988).
Este modelo de disciplinamiento surgió como un proceso de “regresión en el proceso de liberalización y obtención de derechos”, ya que la revolucionaria década de los 60’ y luego su amplificación } siguiente, habrían hecho eco también en Chile y aquel papel cuestionador del rol de las mujeres no era afín con el modelo neoliberal que se quería instalar por lo cual la dictadura tuvo que “poner orden” estableciendo lógicas más autoritarias dentro de las experiencias del ser mujer.
“Chile necesita y agradece el aporte técnico de sus profesionales femeninas, y lo aprecia en el alcance de su brillante capacidad. Pero no subestima por eso la labor anónima de las mujeres que trabajan en el laboratorio silencioso del hogar, velando por resguardar el más precioso capital de la nación: el cuidado de sus hijos, esperanza futura de la Patria”, declara el mismo discurso de Pinochet.
El hogar así adquirió un lugar especial, un espacio destinado a los quehaceres de las mujeres, que iban más allá de los cuidados de las y los niños y la limpieza: la dictadura también destinó numerosos bienes culturales dirigidos a ello. Revistas, publicidades y discursos políticos y televisivos -controlados por el poder centralizado- se utilizaron para inducir ideas y permear el comportamiento deseado de las mujeres en ese construido y delimitado por el régimen militar.
“Amiga” es uno de los casos más ejemplares de la época. Creada por la Secretaría Nacional de la Mujer, la revista fue editada entre 1973 y 1983 con la misión de “ser un medio de difusión gratuita de las acciones que emprendía la Secretaría Nacional de la Mujer, y ser una revista magazine, que incluía contenidos de entretenimiento y actualidad”.
A través de ella se buscó “promocionar un modelo femenino consecuente con las acciones de la Secretaría de la Mujer y CEMA centrado en el ‘sacrificio’ y ‘servicio’; propagar un modelo de mujer en lo privado con sus reportajes sobre familia, maternidad y cuestiones de ama de casa; y conectar a la mujer con el mundo público”, reconoce la historiadora Vanessa Tessada.
A la par, instituciones como los Centros de Madres (CEMA-Chile) también fueron utilizados como “medio de ideologización y control hacia las mujeres de escasos recursos”, que fueron utilizados para la realización de cursos relacionados con labores domésticas con la finalidad de mejorar la habilidades de dueñas de casa e imponer ese rol como el principal de una mujer. Y además, se daba clases de cívica y ética para imponer la “doctrina tradicional cristiana”, funcional al modelo. Todo ello estuvo a cargo de la esposa de Lucía Hiriart, esposa de Pinochet, a través de la cual también se ejemplificaba el ideal de mujer de la época.
“Este hombre está en el segundo piso de Londres 38 y desde una ventana mira hacia el patio interior. Allí abajo, hay una camilla ginecológica. Tendida en esa camilla, hay una muchacha de pelo rubio muy largo, que cae como una cascada en la cabecera de la camilla. El cuerpo delgado, blanco, desnudo. Las piernas amarradas, abiertas. Ella se llama Valeria. Un agente aplica electricidad en sus pezones. Otro aplica electricidad en su vagina. Al frente de la muchacha, sentado en una silla y con las manos amarradas a su espalda, está su padre”.
La descripción de la imagen descrita por la periodista Patricia Verdugo es tomada por la historiadora Hillary Hinner (2009) para analizar la violencia política sexual ejercida contra las mujeres en dictadura y analizar cómo este tipo de tortura evidencia “los códigos de género blanco-erógeno-maternales de los pezones y la vagina, la camilla y los tabúes sexuales entre padre e hija” jugaron un rol importante en la forma de ejercer dominación de género.
Así como se instituyó un ideal de mujer, también se configuró una idea de la mujer in-deseada, es decir, aquella subversiva que ponía en riesgo la patria.
La investigación de Andrea Zamora Garrao; “La mujer como sujeto de la violencia de género durante la dictadura militar chilena: apuntes para una reflexión” (2008), permite comprender que la agenda de la dictadura para este grupo social buscaba un efecto más allá de la delimitación de género.
“Por medio de la violencia política, los militares imponen un discurso y una práctica autoritaria, instituyendo una lógica de la violencia para toda la sociedad, en tanto política planificada e institucionalizada de este nuevo orden”, plantea la investigación.
En esta línea, la mujer militante de partidos o movimientos políticos, o cualquiera con alguna participación activa en el ámbito público-político “se conformará como un elemento trasgresor y rupturista con el tradicional sistema patriarcal chileno y por ende, con los roles genéricos socialmente asignados”, muestra la investigación.
El mensaje era claro: toda aquella que saliera del rol materno y el quehacer del hogar, y junto con ello todos aquellos que incentivaran esta rebeldía, eran considerados “subversivos” y por ello reprimidos en distintos grados.
Sin embargo, esto no se tradujo en un acatamiento generalizado. Muy por el contrario. Información recogida por el Archivo Nacional demuestra que hubo robustos esfuerzos por encarar de manera activa al régimen, tanto aquel régimen nacional como hogareño que se buscaba reproducir.
Organizaciones como el Movimiento Pro Emancipación de la Mujer Chilena (MeMch83); el Círculo de Estudios de la Mujer, Mujeres por la Vida, la Agrupación de Mujeres Democráticas, mujeres autorganizadas y convocadas en cabildos y ollas populares en las poblaciones y tantas otras, se unieron para combatir el hambre, luchar por la vuelta de la democracia y exigir información sobre el paradero de cientos de miles de detenidos desaparecidos y ejecutados políticos, entre tantas otras labores.
Ese rol no sólo activo sino protagónico y decisivo en la recuperación de la democracia buscó ser atajado con el ejercicio sistemático de la violencia política sexual que se orientaba particularmente a esa condición de mujer.
“Se orientó en gran mayoría a una violencia de género, que iba desde la violencia psicológica -con respecto a su condición de mujer’-, hasta el uso de la violencia sexual como método de tortura inicial o reiterado que sumaban una consideración más a la violencia política (…) Destaca por esto, el castigo de carácter sexual y de género en sus sesiones de interrogatorio y tortura”, refiere la investigación de Zamora.
En el marco de la conmemoración de los 50 años del Golpe de Estado, la historia chilena aún no reconoce -y es más, desconoce en ciertos casos- uno de las tantas maneras de ejercer la violación sistemática de los Derechos Humanos, como lo fue la violencia política sexual que se ejerció, con un particular esmero, sobre las mujeres, muchas de las cuales fueron ejecutadas y otras varias desaparecidas, incluso estando embarazadas.
A medio siglo de esos 17 años de horror, la persistencia de la dictadura asfixia el cuerpo chileno de aquellas y aquellos de los cuales aún se desconoce su paradero, perdió a uno de sus amigos y/o familiares o vive a la espera de justicia. También de aquellas y aquellos que aún desconocen su identidad por ser sustraídos de los brazos de sus madres, y aquellas y aquellos cuya huella de la tortura caló en lo más profundo de sus cuerpos.
El disciplinamiento del rol de la mujer es parte de un orden social con el que aún no se logra romper, aún estando en democracia. La autonomía para decidir sobre el propio cuerpo y participar de manera igualitaria en un sistema que promueva el fin de las desigualdades es aún materia pendiente no sólo en Chile sino en el mundo. Y ante pequeños avances, la contraofensiva se levanta con más fuerza.
Pero las mujeres no saben otra cosa que estar de pie.