El uso de fajas reductoras de cintura, popularizadas por las redes sociales y vendidas como una solución para lograr una figura ideal permanente, plantea graves riesgos para la salud física y mental de quienes la usan. Contrariamente a lo que promete, no reduce ni quema grasas, sino que afecta el correcto funcionamiento del cuerpo y a nivel mental puede tener un impacto negativo en la percepción de la imagen corporal y la autoestima, especialmente entre las personas con trastornos de la conducta alimentaria. (Actualizada)
¿Los corsés han vuelto o nunca se fueron? Desde el siglo XVIII a las mujeres se les ha impuesto y vendido la idea de la cintura de reloj de arena, y en la incansable búsqueda de la figura perfecta, muchas personas recurren a diversas soluciones para reducir medidas de manera rápida y sencilla.
En este contexto, una de las opciones más populares en la actualidad son las fajas reductoras de cintura, un dispositivo compresor que suele abrocharse con ganchos y cierres, y, entre sus variantes está la cinturilla con varillas, las que están diseñadas para ofrecer una compresión más pronunciada y con una mayor capacidad de moldeo en la región de la cintura y el abdomen.
Las fajas compresoras han sido en gran parte promovidas desde las redes sociales, donde se han convertido en una tendencia notable en los últimos años. Además, la lucrativa industria de las prendas moldeadoras ha encontrado en redes como Tik Tok e Instagram un extenso espacio para comercializar sus productos.
Sin embargo, detrás de la sorprendente promesa de definir la cintura y acelerar la quema de calorías, se esconden grandes peligros que pueden comprometer seriamente la salud física y mental de quien la utiliza.
Según la docente y nutrióloga, Maritza Rivas, no está comprobado que las fajas de uso estético reduzcan permanentemente la grasa abdominal, sino que provoca un efecto óptico momentáneo, que no reduce ni quema grasas.
Además, agrega que la única forma de reducir la grasa abdominal es a través de la alimentación y el ejercicio que produzca un gasto calórico suficiente para poder bajar ese porcentaje de adipocitos que están dentro del organismo.
Lo que sí podría provocar la faja, y está respaldado por numerosos estudios, son riesgos para la salud, sobre todo cuando se utiliza por más de 12 horas al día. “Se produce un aumento de la acidez, porque presiona todos los órganos internos, como los del tracto digestivo, impidiendo la correcta circulación de los alimentos”, indica la docente.
Además, Maritza menciona que afecta en materia de respiración y hibridación del organismo pues “lo normal es que uno cuando inhale infle el diafragma. Sin embargo, con el uso de fajas, como está toda el área de la cintura comprimida, para que visualmente se vea más delgada, se utiliza una respiración costal, que no es anatómica ni es biológica. Por lo tanto, no produce una correcta hibridación del organismo, lo que podría llevar a la sensación de mareo o cefalea”.
Lo que también provoca el uso excesivo de la faja es la pérdida de la tonicidad de la musculatura del abdomen, pues este dispositivo impide la tarea que debieran ejercer los músculos de la zona central del organismo, y al perder la tonicidad empieza a aumentar la flacidez en toda esa área.
La nutrióloga indica que los casos donde se recomienda la faja son en la recuperación postoperatoria: después de ciertos procedimientos quirúrgicos abdominales, como abdominoplastias o cirugías de hernia, se pueden recomendar fajas compresoras para ayudar a reducir la hinchazón, mantener la forma deseada y brindar soporte a los tejidos operados.
O en otros casos que se recomiende por indicaciones médicas, donde se utilizan fajas, pero con horarios controlados y tiempos muy acotados. Por ejemplo, para algunos atletas o personas que hacen ejercicio intenso o trabajos forzados, que las utilizan para mejorar la estabilidad del núcleo y reducir la probabilidad de lesiones.
Según la psicóloga e investigadora feminista de CIDEM (centro interdisciplinario de las mujeres), Pía Urrutia, los profesionales de la salud llegaron al consenso de que este tipo de artefacto “generan un impacto en la percepción de la imagen corporal porque básicamente reafirma que necesitas un cuerpo con determinadas características para ser válido”.
Por otro lado, la psicóloga menciona que este tipo de “artefactos puede ser muy nocivo para las personas, sobre todo mujeres que tengan un diagnóstico de trastorno de la conducta alimentaria (TCA), porque una de las características de estos trastornos es la dismorfia corporal, es decir, que yo tengo una percepción muy distinta a cómo se ve mi cuerpo. Entonces este artefacto va a fomentar la dismorfia”
Otro punto a considerar es que a largo plazo puede generar un nivel de frustración altísimo “porque básicamente no tienen esa corporalidad y cuando llegan a casa se sacan la faja, entonces pueden generar esta idea de que no son suficientes o no pueden alcanzar ese cuerpo deseado”, indica la psicóloga.
Esto también afecta directamente la autoestima y la capacidad de disfrutar. “Pensando en espacios como encuentros sexuales, también puede generar una sensación muy incómoda y la incapacidad para disfrutar con este cuerpo, porque aparece la vergüenza, que también va muy vinculada a una baja valoración personal”, agrega Pía Urrutia.
Además, su prolongado uso puede provocar que algunas personas generen una dependencia emocional a la faja, sintiendo que no pueden hacer su vida normal sin ella, lo que puede llevar a una preocupación excesiva por su apariencia física y autoimagen.