“Dejaste que me quemara y ahora somos cenizas en el suelo” es el nombre del libro que este 5 de octubre lanzará el artista integrante del Colectivo Mar y Cueca. El volumen, plantea “es la memoria de un niño marica de aire. Una cola chica de población que se pensaba única en el patio del colegio; en la pichanga. Se nos asocia a la pobreza, a lo marginal e incluso a lo violento. Pero prefiero entender nuestra memoria como una constante construcción”.
“Cuando dije que tenía VIH, me dijeron que me harían un baño aparte. Que me comprarían una loza nueva, para marcarla con mi nombre”. Esta es una de las experiencias de exclusión que ha atravesado el artista y escritor Gerundio, sobreviviente del cáncer y persona viviendo con VIH, quien está próximo a lanzar un libro con estas y otras vivencias.
“Dejaste que me quemara y ahora somos cenizas en el suelo” es el nombre del libro que este autor lanzará el jueves 5 de octubre a las 19:00 hrs en el Museo del Estallido Social, iniciando una gira por comunas como Talagante y El Monte en la Región Metropolitana, y luego en Puerto Montt y Valparaíso.
“Como persona seropositiva y perteneciente a la comunidad LGBTQIA+, he guiado mis procesos, como gestor y artista, enfocado en establecer diálogos y reflexiones en torno a la igualdad, la dignidad humana y la no discriminación. Desde la resignificación de mi propia historia he explorado diversas disciplinas y materialidades, como el bordado, el tejido, la performance, la danza y la instalación”, señala Gerundio sobre sus intereses, vertidos en casi 10 años de escritura, cuya selección de textos conforma este volumen.
Escrituras en la sala común de un hospital, entre quimioterapias seropositivas, en las lecturas de una biografía con hojas en blanco que se van sanando. En la calle, con la rabia y con la llama.
“Estas historias han pasado en cada calle, cada casa, en cada sala de oncología de algún hospital. Y esa es una de las tantas cosas hermosas de la escritura de Gerundio, que nos ayuda a sentir rabia y a comprender un poco mejor qué se esconde detrás de un sentimiento, tan avasallador, como lo es el amor”, relata la dramaturga Carla Zúñiga en el prefacio del volumen.
“‘Dejaste que me quemara y ahora somos cenizas en el suelo’ es la conversación que nunca tuve con mi madre. El andar de un niño marica de población, el abuso, la carencia, la enfermedad y la muerte”, agrega el autor de este volumen, publicado como autoedición. Esto porque, al ser un relato tan íntimo, “decidí trabajar con personas cercanas, con quienes nos topamos alguna vez en la vida. En la creación, en el arte. En las causas y las luchas en común. Si se iba a cambiar algo en la historia, quería ser yo quien lo hiciera. No una editorial”.
-El dolor como lugar de enunciación, ¿cómo marca a este libro?
El dolor está en la raíz de cada uno de los textos. Sentí la necesidad de deconstruir y destruir los espacios y roles de poder; los lugares. Desde mi propia biografía, de mis calles, de mi familia y mi no familia. Posicionarse en quien soy y mi contexto. Despojarme de la normativa y la regla que me impusieron. Decidí habitar el dolor desde la experiencia. Entender la muerte y la ausencia de mi madre, de mi amigo por el VIH, el “difunto” por el cáncer y el VIH. Todas mis propias muertes.
Tomas el tópico de la madre, usualmente sagrado, desde una mirada crítica. Además del carácter biográfico, ¿por qué optaste por este camino?
Hay un síndrome de la madre ausente que no puede desapegarse de este libro. Una madre incapaz de satisfacer y acompañar emocionalmente a su hijo. Que entrega a su hijo sin pudores ni afectos. Siempre se me prohibió odiar a mi madre. No sé si ella me odiaba. Pero sí sé que no me quería; que no me contaba entre sus hijos. Odiar los días de la madre, odiar el color café de sus mandas a la Virgen del Carmen. Odiar las navidades y los regalos que le hice y que terminaban en la basura. Ir a saludar en año nuevo a una casa en donde nadie me quería. Durante mi tercer cáncer entendí que necesitaba “soltar”. Y, así, solté a Gerardo, mi padre, y a Eugenia, mi madre.
Hablas de la idea de renunciar a un linaje, que es desprenderse de una familia. ¿Cuán sanador puede ser este ejercicio?
Buscarnos y encontrarnos auténticas. Ser como queremos ser. Aceptarnos. Eso es una necesidad. Y ese linaje, en mi biografía, habla de buscar aprobaciones de otros, contener emociones, de no levantar la voz. Aguantar insultos, golpes. Ese es el legado, de una generación a otra, que quise acabar. Ese falso yo, para mantener a otro contento. La ruptura de ese linaje me permite construir desde nuevas concepciones y convicciones. Dibujarme desde la hoja en blanco.
¿Por qué es importante adentrarnos en la infancia como un lugar de vulnerabilidad?
Hablar de infancias en nuestros territorios es hablar de exclusión social, de algo que va más allá de la pobreza y la desigualdad. Hay desprotección. Yo fui un niñe que tuvo que crecer criando a otres niñes. A los primos. Criado desde un lugar en donde los niñes no opinan. donde a los adultos no se les contesta ni se les cuestiona. Las redes de apoyo de las infancias son frágiles. Ser niñe no es el preámbulo de la vida adulta. La infancia tiene valor por sí misma. Los niños deben ser aceptados y protegidos. Yo nunca me atreví a hablar de los abusos que viví. Siempre supe que la palabra de un adulto estaba sobre la mía.
En el libro planteas “he tenido que arrancar de la ignorancia”. ¿Qué quieres decir con eso?
En mi población existía Manuelito, el peluquero. Mi familia me decía que, personas “como nosotros” sólo seríamos peluqueros o costureros. Cuando dije que tenía VIH, me dijeron que me harían un baño aparte. Que me comprarían loza nueva, para marcarla con mi nombre. La ignorancia de la que escapé no es cuestión de conocimiento; es la negación a conocer lo que hay más allá.
Una de las experiencias recogidas en el libro tiene que ver con el sistema de salud. Como sobreviviente del cáncer y persona seropositiva, ¿qué mensaje les darías a quienes trabajan allí según tu experiencia?
Escribí “El divo de Juárez” recordando mi paso por el Hospital San Juan de Dios y el día en que murió Juan Gabriel. El mismo día en que los médicos se preguntaban si a Juanga le gustaban las patitas de chancho. Hoy en día, los espacios son distintos. Existe un Departamento de Género en el Colegio Médico que ha hecho una admirable e incansable tarea por revertir esas violencias. Violencias hacia nosotros, como pacientes. Y entre elles, como profesionales. Capacitando y educando colaborativamente. Pero es imprescindible dejar de proteger a quienes ejercen violencia. Vivimos en un país en donde los torturadores dirigen clínicas, juzgan a mujeres por ejercer el derecho sobre sus propios cuerpos. E intentan ocultar las biografías seropositivas detrás de cifras discutibles.
¿Cómo este libro puede contribuir a la construcción de la memoria marica?
Como comunidades y diversidades tenemos la obligación de rescatar y difundir la memoria marica desde aquellas últimas voces sobrevivientes de la dictadura. De la clandestinidad. Instalar un archivo permanente de narrativas que nos permita entender por qué estamos hoy en pie y en la lucha constante por los derechos de las maricas que vendrán. Mi libro es la memoria de un niño marica de aire. Una cola chica de población que se pensaba única en el patio del colegio; en la pichanga. Se nos asocia a la pobreza, a lo marginal e incluso a lo violento. Pero prefiero entender nuestra memoria como una constante construcción. Soy sólo una página más entre libros, relatos, imágenes y violencias. Discriminaciones. El VIH. Soy uno más entre los sobrevivientes al estigma, al morbo y la ignorancia.