“Tomé la investidura de primera dama para poder desvestir la reiteración de esa figura y ese lugar”, comenta Irina Karamanos.
Desde su oficina en el Palacio de La Moneda, Irina Karamanos se propuso cambiar la dinámica de primera dama y se abocó a la misión, como ella misma dice, de transformar dicho rol. Derivar las decisiones sobre las fundaciones a los respectivos Ministerios sectoriales, profesionalizándolos y valorando la vocación pública de estas. Para ello, primero había que revisarlas, revertir antiguas usanzas, aumentar su transparencia, subir sus estándares y reducir gastos innecesarios; dando pie adelante a modernizar, al menos, esa parte del Estado chileno.
“Mi primera aparición pública fue como pareja de un presidente. Que eso sea la definición de quién eres socialmente, es tremendamente interesante, desafiante y difícil también”, comentó Irina Karamanos en conversación con la revista española Vein digital
-¿Dejaste muchas cosas de lado estando en el rol de primera dama?
Todo. Me concentré 200% en mi nuevo compromiso político, que sabía que sería por un tiempo acotado. Dejé de lado el tiempo libre y, por supuesto, mi carrera profesional, cualquier tipo de pasatiempo. Usé todas las herramientas que tenía para adaptarlas a la nueva misión. Por ejemplo, no pasó un día en que no volviera a mi casa -siempre tarde- a leer teoría sobre lo que estaba haciendo, leer historias de otras primeras damas, leer teoría de género. Lo único que traté de no dejar de lado era mi personalidad, mi criterio y mi relación afectiva con el presidente, porque a muchas personas de mi entorno las dejé de ver por un año. Es irónico porque el lugar de primera dama es muy visible, pero lo que había dentro era poco visible. Yo me convencí de aceptar el rol de primera dama cuando repetidas veces algunos abogados con los que me reuní antes de tomar la decisión, me mencionaron como una característica positiva que ese espacio era una oportunidad porque tenía muchas zonas grises. Esa frase me terminó convenciendo de ingresar, investigar y reducir todos los espacios de arbitrariedad que encontrara para alivianar un lugar tan alto en la política de nuestro país.
-¿Y cómo te vinculabas con el poder?
Me lo tomé con mucha responsabilidad, entonces yo estaba muy atenta, tensa e incómoda con tener poder. Tengo una convicción democrática muy fuerte, entonces yo misma consideraba que era ilegítimo estar allí por más tiempo de lo estrictamente necesario. Me iba dando cuenta de lo mucho que se puede hacer con esa posición jerárquica y a la vez decidía no usarla; solamente usé el poder para ir desarmándolo. Tomé la investidura de primera dama para poder desvestir la reiteración de esa figura y ese lugar. Cualquier persona que le dan poder y quiera hacer el bien, el lugar de primera dama es perfecto porque se pueden efectivamente hacer muchas cosas buenas: es una privilegiada oportunidad y suena muy atractivo poder presentar buenos proyectos que tengan un impacto en mucha gente, pero ese no es el tema, el tema es ¿por qué esa persona? Y la respuesta es simple y llanamente porque es pareja del presidente. Y ese es el pecado original del cargo si uno se pone lentes del siglo XXI, porque hoy en día tenemos ministerios que hacen las políticas sociales, de género y sobre los temas que tradicionalmente se asocian a las primeras damas. Pero sobre todo porque hoy podemos votar por líderes mujeres, en cambio una primera dama no es una figura electa. Ser pareja de alguien no es haber sido electa, y si no fui electa para gobernar no voy a gobernar. Mi convicción en esto tuvo que ver con valores democráticos, no con caprichos. Algunas personas pueden pensar que salir de la figura de primera dama es un rechazo personal a un privilegio dado, yo creo que es un decidido rechazo político a un poder que no pertenece.
-¿Fue muy agotador?
-Sí. Fue muy agotador. Hubiera sido más fácil simplemente seguir la corriente como cualquier figura política que quiera promocionarse a sí misma y armar una carrera, pero honestamente yo además de no buscar eso, jamás me alumbraría desde la sombra de una pareja. O sea, yo sabía que iba a ser agotador, justamente porque no quería mantenerlo tal como estaba, y personalmente recién este año me pude hacer cargo del estrés acumulado. Porque el estado de alerta permanente te genera un nivel de desgaste emocional impresionante. Creo que fue una misión que traté de hacer lo más rápido posible, justamente para no ocupar un lugar de poder por más tiempo del necesario y eso tuvo consecuencias en mi salud, pero mi convicción política iba primero y no me arrepiento.
-¿Te gusta incomodar entonces?
-Sí, me gusta mucho. No me gusta dar por hecho. No me agrada cuando las cosas son tan obvias, creo que ahí nos equivocamos más. Mientras más cómodos nos sintamos, más riesgos corremos de cometer errores. Estar en un grupo de iguales es una comodidad que a mí siempre se me ha hecho insoportable; no me urge estar conversando con gente que piensa lo mismo que yo, me interesa estar en un lugar en el que me siento incómoda y descubrir porqué me siento incómoda. Me parece que los mayores riesgos de la humanidad se están corriendo justamente porque la gente defiende mucho el “nosotros contra los otros”. Lo otro es lo que no conozco, lo que no soy yo, lo que no he conocido, el otro grupo, el otro país, el otro género. Esa distancia que se genera ahí creo que está generando problemas muy grandes, son sociedades que están aceptando la discriminación y aislarse entre grupos. Sabiendo que hay otro grupo, ¿por qué insisto tanto en que el mío es mejor? Es como una obsesión entre iguales que, la verdad, no logro entender ni aceptar.
No estoy diciendo que no son importantes los valores de vivir en comunidad, de tener una identidad, de ser parte de un grupo de personas, de un pensamiento, de una idea o de un partido, obviamente. Lo que digo es que el contorno de eso está transformándose a veces en una barrera, o en una trinchera incluso, y ahí es cuando se torna peligroso.
-¿Hay alguna imagen que te queda de tu paso por La Moneda?
-Mira, la primera es la diferencia entre oficinas en el Palacio de La Moneda. Creo que la jerarquía simbólica de los espacios del Palacio es muy fuerte. Vivimos en un país muy desigual, socioeconómicamente hablando, y la apariencia ha sido un tema en la cultura chilena muy fuerte. Uno demuestra cosas con esa apariencia, demuestra poder, demuestra jerarquía. Y el Palacio replica eso de una manera muy tajante. Mi oficina era de un lujo que me sorprendía todos los días, los otros equipos le decían Versalles. Tres pisos más abajo, exactamente debajo de mi oficina, está la lavandería del Palacio, que no tiene ventanas, donde trabajan mujeres hace décadas, de quienes se conoce poco, y ahí es donde terminan las camisas manchadas con café y vuelven a aparecer arriba en los salones cuando están nuevamente perfectas. Por arte de magia. Las habitaciones de las guardias de Palacio, por ejemplo, no solo no tienen sillones cómodos, sino que están rotos. Y así.
-Estudiaste arte por un tiempo y has seguido conectada con esto, sé que dibujas y pintas por ejemplo: ¿Cómo conjuga tu ser político con tu ser artista?, ¿se contraponen, se complementan?
-Encuentro que conversan mucho. Ojalá conversaran más, de hecho. Creo que el arte se hace preguntas más abiertas que la política, pero por suerte ambas se hacen preguntas sobre la realidad, sobre el contexto. Creo que la diferencia crucial es que la política está ahí para dar respuestas y soluciones concretas que van a impactar a miles y millones de personas. El arte también puede impactar a miles y millones de personas, pero no tiene una responsabilidad representativa, ni con la verdad, ni con la moral, ni con lo correcto políticamente. El arte tiene más libertades. Pero del proceso para buscar una respuesta, creo que la política podría aprender mucho del arte y de los procesos creativos, al abrirse más, a considerar aún más lenguajes y aún más formas de ver la realidad.
-¿Y de dónde vienen tus ideas para crear?, ¿de dónde viene tu imaginario?
-Es la manera más profunda que tengo para conectarme con mis emociones, las fuertes sobre todo, de impotencia, de dolor. Siempre he encontrado difícil crear desde la alegría o felicidad, no me ha salido mucho. Creo que hay cosas que uno no sabe procesar y que el arte te permite expresar, y muchas veces esas son emociones profundas y que no entendemos inmediatamente con nuestra conciencia. Cuando intento dibujar o pintar a veces puede aparecer algo más allá del plan y yo he encontrado en el arte eso un poco.
-Te ha tocado vivir la proyección de estereotipos femeninos, ¿pero cómo te vinculas con lo femenino?, ¿qué significa para ti?
-Me siento muy cómoda con mi expresión de género. Lo tradicionalmente femenino me gusta, me entretiene. He tenido que pensar en este tema a propósito de que me hice famosa por ser una versión muy particular de mujer: una otra mitad. Pero además recibí cientos de mensajes sobre cómo es ser “una mujer de verdad”. Esas dos características por mucho rato fueron el tema para mí. Y me di cuenta que hay unos imaginarios muy rígidos sobre eso, básicamente porque la combinación de ser mujer y pareja necesariamente te pone en la posición de complemento: la mujer pareja del presidente es el resto. Eso encuentro que deja poco margen. Un poco la expectativa es que a una autoridad masculina la complementa una mujer, con dulzura, con belleza, con cuidado, con contención, con buenas noticias, con poco ruido, con no incomodar. Y ahí varias de esas cosas yo no las cumplía muy bien.
-¿Y tu relación con los feminismos cómo está hoy?
-En términos de mis convicciones, más hacia un feminismo interseccional y más queer. Creo que hemos ido en Chile mucho en una dirección feminista que se hace cargo y se está haciendo cargo de disputas muy importantes en la política sobre las mujeres y principalmente los cuerpos feminizados, pero creo que hay muchos espacios feministas separatistas por motivos que creo que hay que repensar. Creo que los espacios seguros hay que también construirlos. Pienso que hay colectivos feministas que se han empezado a convertir en espacios más transinclusivos. Hay una pregunta clave en los feminismos que tiene que ver con cómo imaginamos la sociedad. El feminismo es un proyecto sobre la posibilidad de la diferencia, de la libertad colectiva, de la sostenibilidad de la vida y es también un proyecto transformador de la sociedad y como tal, insistiría en pensarnos como sociedad toda, hablarnos como sociedad completa, que es desde ese colectivo muy heterogéneo que queremos vivir libres de todas las violencias y discriminaciones, incluidas las que son en razón del género. Y para eso hay que hablarle a toda la sociedad. El transfeminismo y la teoría queer tienen puntos de enunciación fundamentales a propósito de que no queremos seguir hablando de minorías numéricas, basadas en biología. Si es que queremos hablar de minorías políticas es porque son contrahegemónicas, porque tienen menos poder que otros grupos de la población. Se las trata como tema de nicho pero qué más de nicho que lo selectiva que es la discriminación contra grupos seleccionados por personas selectas. Suena absurdo pero en muchos casos es letal, por eso insistimos, porque se trata de vivir vidas libres.