Mama Antula pasó la mayor parte de su vida peregrinando, descalza, evangelizando y pidiendo limosna para fundar “casas de ejercicios”. Al llegar a la capital estuvo lejos de ser bienvenida. Su atuendo pobre, sucio por el camino, hizo que la gente se burlara de ella y la acusara de estar loca.
Se convirtió una referencia espiritual en la Argentina colonial del siglo XVIII, una era en la que las mujeres ocupaban un lejísimo segundo plano, y algunos la consideran la primera feminista del país.
Se trata de María Antonia de Paz y Figueroa, más conocida como Mama Antula -o “Mamá Antonia”, su apodo en quechua-, quien este domingo se convierte en la primera santa de origen argentino.
La ocasión será particularmente especial para el jefe de la Iglesia católica, el papa Francisco, no solo porque se trata de una compatriota, sino porque Mama Antula es una de las figuras más veneradas por los jesuitas, la orden religiosa a la que pertenece Jorge Bergoglio.
Fue ella quien mantuvo las tradiciones jesuitas vivas en la región luego de que la orden fuera desterrada por el rey de España.
A pesar de que nació en una familia acomodada, Mama Antula pasó la mayor parte de su vida peregrinando, descalza, evangelizando y pidiendo limosna para fundar “casas de ejercicios”, lugares de retiro donde los jesuitas realizan los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola -el fundador de la obra- que consisten en oraciones, meditaciones y otras prácticas contemplativas.
Su obra más destacada fue la construcción de la Santa Casa de Ejercicios en la ciudad de Buenos Aires, que logró levantar enteramente con donaciones.
Fue habilitada en 1799, año en el que la ahora santa falleció, y aún se sigue utilizando, al día de hoy, para realizar retiros espirituales.
María Antonia de Paz y Figueroa pasó de ser una figura vilipendiada a convertirse en una persona de consulta para la alta sociedad y la dirigencia colonial, e incluso tuvo influencia en algunos de los próceres que luego lograrían la independencia de Argentina.
Curiosamente, Mama Antula también cumpliría otro rol importante en la vida espiritual de los argentinos, ya que fue quien introdujo al país el culto a San Cayetano, Patrono del pan y del trabajo, que hoy sigue siendo venerado por miles de fieles que todos los años peregrinan para rezarle.
Mama Antula nació en Santiago del Estero, una provincia pobre en el norte de Argentina, en 1730, y desde muy joven decidió rebelarse contra los mandatos patriarcales que recaían sobre las mujeres de su clase social, negándose a casarse o convertirse en monja.
En vez de ello, se hizo beata, como llamaban en la época a las laicas consagradas cristianas.
A los 15 años, empezó a acompañar a los jesuitas de la Compañía de Jesús en su tarea de evangelizar a los pueblos originarios, desafiando las reglas de la época que no permitían a las jóvenes viajar en compañía de hombres.
Gracias a la educación que recibió de los jesuitas aprendió a leer y escribir –según sus biógrafas, “fue la primera escritora rioplatense”-.
También aprendió quechua (o quichua, como le dicen en el norte argentino), el idioma de los nativos.
A pesar de que no era miembro formal de la orden, por ser mujer, su labor como divulgadora de la obra jesuita sería clave, en especial por el papel que tomaría luego de la dramática salida de la Compañía de Jesús del continente americano.
En 1767, el rey católico de España, Carlos III, ordenó la expulsión de los jesuitas de las colonias españolas.
Seis años más tarde logró que el papa Clemente XIV ordenara la disolución de la Compañía de Jesús.
Tras el destierro de los jesuitas, Mama Antula, entonces de 38 años, tuvo una “epifanía”, según cuentan sus devotos: recibió la misión de continuar con la práctica de los ejercicios espirituales, a pesar de su prohibición.
En ese momento eligió su nombre de Iglesia: María Antonia de San José, y dedicó el resto de su vida a mantener viva la obra de los jesuitas.
Primero recorrió las provincias del noroeste argentino, evangelizando.
Y luego, hizo algo que aún hoy resulta asombroso: cruzó el país, desde el norte hasta el centro, pasando un tiempo en varias provincias, para llevar la obra de los jesuitas hasta Buenos Aires, entonces el centro del Virreinato del Río de la Plata.
Se estima que en total caminó unos 4.000 kilómetros.
Al llegar a la capital estuvo lejos de ser bienvenida.
Su atuendo pobre, sucio por el camino, hizo que la gente se burlara de ella y la acusara de estar loca.
“Cuando llegó a Buenos Aires, acompañada de otras tres o cuatro beatas, los chicos la insultaron, algunos le tiraron piedras, algunos decían que era una bruja, lo cual era muy peligroso porque las brujas en aquella época eran quemadas”, contó al canal Orbe 21 el padre Ignacio Pérez del Viso, vicerrector de las Facultades de Filosofía y Teología de San Miguel.
Debió buscar refugio con sus compañeras en la iglesia de la Piedad, lugar donde se sintió tan en paz que pidió ser enterrada allí al morir.
Nunzia Locatelli y Cintia Suárez, dos periodistas que han escrito ya cuatro libros sobre Mama Antula, señalaron que la santa “llegó de una manera desafortunada”.
“Pero con el tiempo empezó a tomar su figura una importancia en la ciudad. Pasó de ser rechazada por el virrey y el obispo a ser una persona considerada de consulta”, afirmaron las autoras durante una charla que realizaron en la última Feria del Libro de Buenos Aires.
Sus retiros espirituales -que logró organizar a pesar de que las prácticas jesuitas estaban supuestamente prohibidas- se hicieron muy populares en la sociedad colonial.
Varias figuras históricas de Argentina, y padres de la patria, las realizaron, incluyendo al creador de la bandera argentina, Manuel Belgrano, al fundador del primer periódico, Mariano Moreno, y al presidente de la Primera Junta de gobierno, Cornelio Saavedra.
En 1795 logró juntar fondos para comenzar la construcción de lo que sería su mayor legado: la Santa Casa de Ejercicios Espirituales San Ignacio de Loyola, ubicado en las afueras de la Buenos Aires colonial (en el actual barrio de Constitución).
Fue allí donde falleció, a los 69 años, en último año del siglo XVIII.
En esa edificación, donde con el tiempo las beatas se convertirían en monjas de la Sociedad Hijas del Divino Salvador, fue el lugar en el que se produjo el primero de los dos milagros que se le atribuyen a Mama Antula.
Ocurrió en 1905, cuando la religiosa Vanina Rosa logró curarse de una grave enfermedad tras rezarle a la fundadora de la Santa Casa para que la sane.
La confirmación de ese milagro llevó a su beatificación en 2016.
Un segundo milagro -la recuperación de un hombre que estaba al borde de la muerte tras un accidente cerebrovascular, en 2017, en la provincia de Santa Fe, y que tuvo una recuperación inexplicable luego de que su esposa le rezara a Mama Antula- permitió que ahora sea declarada santa.
Algunos dicen -medio en broma, medio en serio- que la santa santiagueña logró un tercer milagro: reunir al papa Francisco con Javier Milei, el nuevo presidente de Argentina, quien fue muy crítico del pontífice, y viajó especialmente al Vaticano para la ceremonia de canonización.
“Mama Antula está orando para que se difunda paz y amistad en un momento de crisis. Ella provocó el encuentro entre el presidente y el Papa”, aseguró Nunzia Locatelli al diario La Nación.
Ambos mandatarios se reunirán el lunes en el Vaticano.
Lo que muchos se preguntan es si Milei logrará convencer a Francisco de que visite su patria, algo que la comunidad católica argentina reclama hace una década, pero sobre lo que el Papa se ha mostrado hasta ahora reacio.
Habrá que ver si Mama Antula logra este nuevo milagro.