Se considera una necesidad evolutiva fundamental para los seres humanos, ya que proporciona protección, especialmente a los infantes, frente a las amenazas del entorno. Asimismo, permite regular el estrés y la gestión de las emociones.
Durante los primeros meses de vida, los seres humanos desarrollan lo que se denomina “vínculos de apego”, una relación considerada una necesidad evolutiva que ayuda a protegerse de amenazas del entorno. En esta etapa de la vida, los infantes se encuentran aún en período de inmadurez, sin embargo, a medida que se ven enfrentados a situaciones de estrés, generalmente a partir de los seis meses, comienzan a identificar y comprender quién es esa figura que les ofrece protección y está disponible para atender sus necesidades.
Según explica el psicólogo y académico de la Facultad de Psicología y Humanidades de la Universidad San Sebastián, Rodrigo Cárcamo, el apego se desarrolla “en momentos clave en los que hay actividad hormonal que genera esta vinculación afectiva entre infante y cuidador. Esto ocurre principalmente durante los primeros años de vida, pero es un constante proceso de formación, primero con las personas que te protegen pero que después con pares e incluso en pareja durante la adultez”.
Esto último se refuerza con lo planteado por el psiquiatra y psicoanalista inglés, John Bowlby, que planteó la teoría del apego y que señala que este va “desde la cuna hasta la tumba”, lo que quiere decir que tiene importancia durante todo el ciclo vital. En ese sentido, Cárcamo señala que “cuando en edades tempranas se desarrollan vínculos de apego seguro, probablemente se van a tener relaciones interpersonales más seguras en la adolescencia y también hay más probabilidad de tener relaciones de pareja desde un estilo seguro”.
Por otro lado, para fomentar el apego existen técnicas que apuntan a favorecer la capacidad de responder sensiblemente a las necesidades y a las situaciones que provocan estrés en los niños, lo que se conoce como sensibilidad parental. Si esta última falla, como ocurre en casos de experiencias traumáticas como el abandono o el maltrato, se produce en los infantes una sensación de falla, la que de manera acumulativa y, también dependiendo de la intensidad, puede traer consecuencias importantes en la salud mental, como dificultades para regular el estrés, colapso o desorientación frente a situaciones difíciles, lo que puede revertirse al contar con experiencias de mayor protección.