Cuando una pareja se da cuenta de que solo la une los niños, la casa y los asuntos domésticos, es momento de reflexionar. Ni siquiera es necesario que existan terceras personas (que también), porque los motivos tienen que ver con el hastío, el aburrimiento, el desamor y el cambio de intereses.
En el momento en el que se van los hijos, aparecen huecos que rellenar. Ha pasado el tiempo y la pareja se da cuenta de que se ha dejado de cuidar. Se preguntan qué te aporta la persona que está a tu lado, qué le aportas tú y hacia dónde vas. Ahí es cuando se crean muchos silencios y comienza el fin, la separación de una pareja de más de 20 años juntos ya es un hecho consumado.
Expertos opinan que las parejas maduras que se separan tienen algo en común: hay un desgaste de la relación, mucha falta de comunicación, un no me encuentro, un no me reconozco en esa pareja. La persona con la que se sentía afinidad, complicidad y bienestar, ha cambiado. O quien ha cambiado es una misma. En cualquier caso, es normal después de 30 o 40 años. Entre las causas que más se repiten en consulta, destacan:
Cuando se llega a esta edad se cree que es la mitad de la vida, por lo que se tienen hacer un balance personal acerca de en qué punto está y dónde quiere ir individualmente. La persona se replantea todo, incluso si tu compañero de viaje cumple con un nuevo proyecto de vida. Luego sigue un mar de incertidumbres.
¡Por fin estamos solos! Piensan inocentemente. En este periodo Se espera que los hijos estén más independientes, con una estabilidad económica y personal. Las parejas piensan que ya es el momento de disfrutar, hacer todo aquello que hemos postergado durante la crianza. Y cuando llega ese ansiado momento, se dan cuenta de que la persona que tienen al lado es un casi desconocido. En ocasiones, olvidan el por qué querían estar juntos o cómo vivir a dos; en otras palabras, no saben cómo es el otro, generando falsas expectativas en la formación de la familia.
Comienzan las discusiones y las faltas de respeto, como nunca antes. La situación se les está yendo de las manos, se están gritando, lo que nunca antes habían hecho, se faltan al respeto o, a veces, están cansados, pero tienen la idea muy clara. No tener proyectos en común o haberlos perdido a lo largo de los años también producirá un quiebre, porque cada uno quiere seguir con su vida. La falta de tiempo, de cuidado, de pensar en el otro, de intimidad sexual o pasión se instalan en las relaciones de pareja con el tiempo. Y lo más importante: la falta de comunicación.
Según algunas encuestas, hombres y mujeres aumentan las probabilidades de ser infieles a medida que pasan los años, y es entre los 40 y los 50 el momento en que más personas engañan a sus parejas. Durante el confinamiento, se descubrieron muchas infidelidades, causando nuevas rupturas.
Los problemas financieros, los gastos, el desequilibrio en las ganancias y las deudas generan situaciones de tensión. Pueden ser la causa que conduce a la separación y, al mismo tiempo, que la frenan, cuando una parte de la pareja ha dejado aparcado su trabajo y sus ingresos, creándose una dependencia añadida.
Una separación en la madurez difiere de una ruptura a otra edad, sobre todo, en la proyección de futuro. “Cuando han empezado muy jóvenes, pueden separarse y sienten que aún pueden tener una segunda oportunidad; no así cuando te separas mayor”. Como toda decisión, nunca sabes si es la correcta. Una separación sentimental siempre conlleva alguna pérdida. “Pero se busca generar más bienestar que el que tienes ahora. Hay algo con lo que no te sientes a gusto y a lo que tienes que poner solución. Lo que vas a ganar ha de compensar lo que vas a dejar” explica Raquel Martín, psicóloga de Emotium (centro de psicología español).