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La maternidad como escenario de juicio político: reflexiones sobre el caso Mañalich Yo opino Créditos Imagen: Agencia Uno

La maternidad como escenario de juicio político: reflexiones sobre el caso Mañalich

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María Teresa Alvarado Ibáñez
Por : María Teresa Alvarado Ibáñez Licenciada en ciencias agronómicas, Bachiller en humanidades, CECS
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Los derechos y las libertades de las mujeres están en constante disputa, y sin su firme defensa estos pueden reducirse hasta hacer parecer que el tiempo retrocede, como ocurre lastimosamente en otras latitudes del mundo.


En tiempos de incertidumbre política y crisis social, el rol de la mujer sigue siendo un campo de batalla para las más absurdas y desmesuradas formas de juicio y control. La reciente controversia desatada por las declaraciones del exministro Jaime Mañalich, quien insinuó que los embarazos de la ministra Camila Vallejo y la presidenta de la cámara de diputados Karol Cariola, podrían ser parte de un plan electoral, pone de manifiesto un problema profundamente arraigado en nuestra sociedad: la constante vigilancia y cuestionamiento de las decisiones de las mujeres, incluso abarcando su vida privada.

Las palabras de Mañalich no solo resultan despectivas y ofensivas, sino que también reflejan una visión profundamente patriarcal y reduccionista de la maternidad. Como bien señaló la ministra Vallejo, esta clase de comentarios revela una ignorancia machista y una tendencia a proyectar en las mujeres las intenciones y manipulaciones que ellos mismos son capaces de concebir. Es decir, en lugar de reconocer la maternidad como una experiencia profundamente personal y humana, se reduce a un cálculo político frío y calculador.

Este tipo de actitudes resuena con la crítica que Sor Juana Inés de la Cruz hiciera en su tiempo (Contra la Ignorancia de las Mujeres), cuestionando el menosprecio hacia el intelecto y las decisiones de las mujeres. La célebre monja y escritora mexicana, quien defendió con valentía el derecho de las mujeres a la educación y a decidir sobre sus vidas, plantea cómo aprendió a leer a escondidas pues no tenía el permiso de su madre y creía que iba ser merecedora de un castigo por ello. En esos tiempos se requería el permiso de los adultos para educarnos. Hoy nos cuestionan si nuestras decisiones son por motivaciones maquiavélicas, obedeciendo a un plan político. Parece que siempre debemos tener el permiso y la tutela de los espectadores.

En nuestro contexto actual, las mujeres enfrentan un escenario similar: si decidimos no tener hijos, se nos tilda de egoístas; si decidimos abortar, somos brujas asesinas; si decidimos ser madres, no es por desarrollo personal y familiar, sino porque somos manipuladoras; y si tomamos decisiones que no se alinean con las expectativas políticas o sociales, somos objeto de los más despiadados comentarios. Es interesante que esta crítica venga de un sector que se jacta de ser pro-familia, pues una vez más queda claro que su visión de familia es donde las mujeres tenemos roles pasivos frente a las decisiones de otros, y/o frente proyectos que van más allá de nosotras mismas y nuestros intereses personales. Es menester que la izquierda siga promoviendo formas de familia diversas donde las mujeres si tenemos liderazgos y capacidad de decisión.

Esta idea de las mujeres como seres sujetos a la voluntad de otro, tiene un antiguo arraigo en la cultura nacional. Heidi Tinsman en la obra “La tierra para el que la trabaja” plantea un análisis de género en torno a la reforma agraria en el valle central en gran parte del siglo XX. Dentro de la valiosa información que aporta, nos relata cómo las familias sobreprotegen a las niñas desde la llegada de su menstruación para evitar un embarazo no deseado. En palabras simples, los padres les prohíben salir solas para evitar que otros hombres las embaracen. Es una paradoja que hasta el día del hoy persiste. Y una triste realidad acerca de cómo la sociedad sigue permitiendo que la agencia de los hombres pueda opinar y decidir por sobre la de las mujeres, en aspectos de la vida de las mujeres.

Las declaraciones de Mañalich no son un hecho aislado, sino un reflejo de una cultura que aún no ha aprendido a respetar la autonomía y la dignidad de las mujeres. Es imperativo que, como sociedad, aprendamos a valorar las decisiones individuales sin imponer etiquetas ni juicios que perpetúen la desigualdad y el control patriarcal. La maternidad y la decisión de ser madre son cuestiones profundamente personales que deben ser respetadas en su complejidad, sin la interferencia de agendas políticas o especulaciones malintencionadas.

Si bien se disculpó ante la ola de críticas que recibió, estas disculpas no hacen más que reafirmar lo ya dicho, los derechos y las libertades de las mujeres están en constante disputa, y sin su firme defensa estos pueden reducirse hasta hacer parecer que el tiempo retrocede, como ocurre lastimosamente en otras latitudes del mundo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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