La autora del libro “Bajo el signo mujer. Exposiciones colectivas de artistas chilenas 1973-1991” (Metales Pesados Ediciones) -volumen centrado en la actividad de las artistas específicamente, las que abordaron el género y el “ser mujeres”- ahonda esta investigación inédita sobre el campo artístico.
A partir de un extenso trabajo investigativo, la historiadora del arte Mariairis Flores Leiva reunió 49 exposiciones, realizadas tanto en Chile como en países de Europa y en Canadá. ¿La peculiaridad? Todas las muestras fueron realizadas por mujeres artistas, teniendo como tema central el ser mujer y el género.
En estas muestras de arte circularon –entre 1973 y 1991– alrededor de 370 artistas, es decir, sólo en este tipo de instancias hubo 370 mujeres artistas activas, sin considerar colectivas mixtas e individuales, lo que podría ampliar este número. ¿Cuántas de esas artistas podríamos identificar hoy? Esta es una de las preguntas que se abren con el libro “Bajo el signo mujer. Exposiciones colectivas de artistas chilenas 1973-1991”, publicado por Metales Pesados Ediciones; volumen que será lanzado en Santiago este 16 de octubre, posterior a una presentación en Valdivia y una próxima en Valparaíso.
Entre las artistas que participaron de estas muestras incluídas en el libro se encuentran, Roser Bru, Lotty Rosenfeld, Carmen Aldunate, Patricia Israel, María Mohor, Lily Garafulic, Lea Kleiner, Juana Lecaros, Paz Errázuriz, Gracia Barrios, Cecilia Vicuña, entre otras.
–¿Qué información nos aporta hoy conocer las expresiones artísticas generadas por mujeres, particularmente en el periodo comprendido por la investigación?
–En términos generales, creo que el aporte es dar a conocer que existió una actividad constante en torno a las mujeres artistas, en un periodo que -además de su complejidad política- fue de cambios respecto del propio arte, ya que se consolidó una producción contemporánea.
En los últimos años hemos visto cómo el movimiento feminista se ha diseminado por todos los lugares y ha sumado adherentes de forma transversal. En el caso de la institucionalidad cultural esto se ha traducido en políticas de género, estudios e iniciativas expositivas o de extensión, mientras que los circuitos independientes también han aumentado sus actividades con relación a las mujeres y al feminismo. A partir del libro nos damos cuenta de que este momento actual que parece inédito, tuvo un simil en los setenta y ochenta cuando coincidentemente también había un movimiento feminista y de mujeres fuerte que se organizaba contra la dictadura. Creo que las organizaciones activistas, a través de su militancia, consiguen instalar sus demandas en la esfera pública y por ello, es que comienza a hablarse de mujeres y/o feminismo en todas partes, desde los hogares hasta las instituciones estatales. De algún modo, el campo artístico estaba respondiendo a esa efervescencia feminista con exposiciones.
Otro asunto fundamental que aporta la investigación es dar cuenta de que decir “la mujer” o “las mujeres” siempre implica una definición, un modelo de comprensión respecto de lo que debería ser una mujer. Por ejemplo, nos es lo mismo ser mujer y artista para los críticos conservadores de la época que para las artistas chilenas que se encontraban en el exilio.
–¿Cuáles son los principales “mecanismos” o “engranajes” de la articulación que encontraste en la producción de estas exposiciones? Por ejemplo, solidaridad internacional, exilio, aprovechamiento estratégico de la construcción del imaginario social de la dictadura sobre la mujer, entre otros.
–Creo que esos “mecanismos” o “engranajes” son los que fueron definiendo los capítulos y con ello también las muestras analizadas. El capítulo uno está dedicado a aquellas que fueron organizadas por la institucionalidad militar, a través del Museo Nacional de Bellas Artes o los institutos culturales municipales y allí vemos que el ideario que la Junta Militar planteó para las mujeres, también es difundido a través del arte. Aquí nos encontramos que el rol de madre es fundamental para definirlas. El segundo trabaja con exposiciones del exilio, las que fueron organizadas por artistas chilenas exiliadas, quienes consideraron a artistas que residían en Chile; y también exposiciones de artistas residentes en Chile que tuvieron lugar fuera del país. En estas muestras encontramos que un punto común es que existe un cuestionamiento del género relacionado a ser artistas y también a la situación política que vivían. Otra forma en la que opera el signo mujer es la que está concentrada en el capítulo dedicado a las galerías de arte, a los programas de televisión y al libro “La mujer chilena en el arte” de Nena Ossa, donde, en términos generales diría que hay una discusión incipiente respecto de lo que implica ser mujer y artista, en la que predomina una creencia de que las mujeres pueden ser tan buenas como los hombres y de que la producción se diferencia acorde al género de quien la produce. Finalmente, el último capítulo aborda las relaciones entre artistas y teóricas con el movimiento feminista y de mujeres muy activo en la década de los ochenta en la resistencia contra la dictadura. Si bien en Chile no podemos hablar de un arte feminista en el periodo, sí hubo artistas que se relacionaron con el feminismo y que levantaron cuestionamientos en torno al género.
–El libro nombra al menos a 360 artistas mujeres. ¿Cuál es el rol que le das a esto mismo, al ejercicio de “nombrar”?
–Siempre he creído que el ejercicio de nombrar es hacer presente. Es probable que de todos esos nombres que aparecen, 200 no estén inscritos en ninguna otra publicación historiográfica actual. Ahora otros investigadores pueden encontrar esos nombres, cruzarlos con sus búsquedas, saber que una artista se vinculó con tales otras a través de una colectiva. El número sirve también para instalar un cuestionamiento: ¿cuántas puedes nombrar tú?, y luego preguntarnos qué sucede con ese número personal.
–Parte importante de estas exposiciones se desarrollaron en el extranjero. ¿Cómo lograste seguir la pista? Hoy tenemos internet y podemos buscar, pero en este caso hablamos de un contexto de producción donde los canales digitales no estaban presentes.
–Diría que fue casi por azar, porque amigas tenían los catálogos en sus casas. Si no hubiera conocido estos catálogos no habría tenido cómo saber de las exposiciones. De todos modos, posteriormente constaté que esos catálogos también están resguardados por instituciones, pero si los documentos deben ser activados, ya no son muy útiles estando únicamente resguardados.
–Nelly Richard destaca en la contratapa del libro que esta propuesta investigativa lee las exposiciones y sus contenidos cuidando los registros de sus contextos de producción. ¿Por qué es importante este aspecto?
–Considero que exigirle al pasado desde la experiencia del presente puede causar distorsiones. La historia y su escritura siempre parten de la interpretación, no hay un grado cero, sin embargo, respetar el contexto de producción puede mostrarnos objetivamente cuáles eran los asuntos de interés en ese momento o cuáles eran las posibilidades técnicas y de producción. Entonces, desde esos hechos, es posible articular una narración, y también posibilitar a otros a acceder a ese contexto y proponer otras narraciones o ingresos sobre algo que ya conocemos.
–¿Es posible encontrar una continuidad en la construcción de conceptos como “mujer”, “cuerpo” en el contexto de producción que toma el libro, en la actualidad? ¿Qué rasgos quedan de esa época en la actualidad?
–En el periodo la idea de “cuerpo” está asociada a lo “femenino” y aparece de una manera muy acotada: cuando las artistas dicen que representaban mujeres, porque era el cuerpo que tenían a mano y conocían mejor. Creo que también los cuestionamientos respecto del ser mujer y artistas son más bien tímidos. Aparecen reflexiones más agudas, no obstante, quienes las emiten no le dan una mayor importancia. Lo que tiene más resonancia son los textos de Nelly Richard, cuyas propuestas siguen vigentes hoy, solo que hay un cambio en los términos utilizados. Richard alude a lo femenino como potencia emancipadora, pero esto en el presente perfectamente lo podemos entender como el feminismo. Vale mencionar que ese femenino propuesto por Richard era muy distinto del femenino que se utilizaba para hablar de la producción hecha por mujeres, este reproducía ideas asociadas a lo frágil, lo suave, lo íntimo, lo delicado, etc.
–¿Cuál es la invitación que harías a las y los lectores de este libro?
–La invitación es a mirar de otro modo la historia del arte chileno, a buscar más acerca de las artistas que aparecen en el libro y a tener en consideración que la historia de las mujeres no puede escribirse cada vez como si fuera la primera vez, hay que establecer genealogías. Por último, a tener en consideración que tampoco puede escribirse una historia de las mujeres –independiente del área o disciplina– solo en base a grandes nombres, como si fuese una historia de excepciones, de mujeres que están haciendo algo inédito y por tanto están constantemente abriendo un campo. Las mujeres siempre han estado presentes y por eso hay que buscarlas.