Lo de ayer fue puro desfase, aunque no hay ni sombra de resaca. El plato con droga sigue en la mesa. Durante esa noche, las inhibiciones desaparecieron y el placer sexual parecía ilimitado.
Para muchos, esta es la promesa del chemsex. Sin embargo, detrás de ese reclamo de libertad y diversión se esconde una realidad de riesgos para la salud, vulnerabilidad y adicción.
El chemsex hace referencia al consumo de sustancias psicoactivas específicas para mejorar o prolongar las experiencias sexuales. Es practicado principalmente por homosexuales, bisexuales y hombres que tienen relaciones sexuales con hombres.
Las sustancias más usadas son las metanfetaminas, la mefedrona, la ketamina o el ácido gamma-hidroxibutírico (GHB, conocido comúnmente como “chorro”). El objetivo reside en llegar al éxtasis durante las relaciones y prolongar su duración, a menudo administrando las drogas mediante pinchazo (slam), con los riesgos que ello comporta.
Riesgos físicos y psicológicos
La práctica del chemsex puede acarrear las siguientes consecuencias negativas:
- Implicaciones para la salud física. Está vinculado a un aumento de los comportamientos sexuales de riesgo, lo que puede incrementar las tasas de transmisión del VIH y otras infecciones de transmisión sexual (ITS). Los participantes suelen mantener relaciones con múltiples parejas a la vez y, a veces, durante periodos prolongados, lo que agrava estas posibilidades de contagio.
- Deterioro de la salud mental: A menudo, las personas que lo practican experimentan estigmatización, estrés o incluso culpa o sentimientos de soledad. Por otro lado, habría que valorar las razones que llevan a apuntarse al chemsex.
- Consumo de sustancias y dependencia: El uso de drogas psicoactivas puede provocar intoxicaciones agudas y problemas de dependencia a largo plazo, complicando tanto la salud física como la mental.Los consumidores pueden experimentar cansancio físico y mental, ideaciones suicidas, psicosis, comportamientos agresivos o sobredosis por la pérdida de control sobre las sustancias (de ahí viene, por ejemplo, la expresión coloquial “volcar de chorro”, cuando alguien se pasa con el GHB).
¿Y por qué no se pide ayuda?
Quienes practican chemsex no suelen sentirse lo suficientemente acompañados o comprendidos. Así encontramos lo que podemos llamar barreras en la atención sanitaria:
- Estigma y discriminación, tanto por el consumo de drogas como por la orientación sexual o las prácticas realizadas. El juicio y la falta de competencia cultural de los propios profesionales de la salud provocan esta situación.
- Barreras legales y sociales por el consumo de sustancias perseguidas legalmente, que conlleva un estigma social.
- Falta de conocimiento, tanto de los consumidores como de los profesionales sanitarios. Los primeros debido a su escasa consciencia sobre los efectos que pueden acarrear estas sustancias y actividades, y los segundos por no conocer las situaciones de urgencia derivadas de las sobredosis por metanfetaminas o GHB.
- Accesibilidad, financiación y escasa multidiciplinariedad de los servicios. Cada profesional se encarga de su especialidad y no existen estructuras que combinen los conocimientos de todos ellos. Y si existen, falta dinero para poder actuar.
¿Cómo se puede actuar?
Como ciudadanos somos capaces de ayudar y podemos hacer mucho, pero tenemos que tener en cuenta distintos factores:
- Se requieren intervenciones coordinadas. Faltan intervenciones de salud pública conjuntas y adaptadas a las necesidades específicas de las personas que practican chemsex. Hay que procurar un cuidado seguro, competente y ético.
- Las estrategias de reducción de daños son esenciales y deben ir enfocadas a la autoeficacia del individuo. Pueden ser tanto online como multidisciplinares o enfocadas a terapias grupales. Sin embargo, estas herramientas están poco desarrolladas en la actualidad.
- Hay que educar y concienciar. Se debe enseñar sobre seguridad sexual y el uso de drogas y participar en actividades de educación sobre los riesgos del chemsex y su importancia sobre la salud.
- Es preciso fomentar el apoyo comunitario, con personas que compartan información y den soporte en base a sus experiencias.
- Las políticas de salud tendrían que abordar el uso de drogas como un problema sanitario y no como un crimen. Hay que minimizar el estigma y hacer gala de empatía para dar apoyo y acompañar a las personas involucradas. Y esto incluye a todos los profesionales de salud.
- Deben emprenderse investigaciones para conocer mejor estas dinámicas y que las intervenciones sean efectivas. Entre los objetivos de la Agenda 2030 se encuentran la prevención y tratamiento del consumo de sustancias adictivas y terminar con la epidemia de ITS para el año 2030, sobre todo en grupos vulnerables como los hombres que tienen relaciones sexuales con hombres, los migrantes o el colectivo LGBTQ+.
En definitiva, el chemsex representa un desafío complejo que trasciende el ámbito individual para convertirse en una cuestión de salud pública, derechos humanos y justicia social. Abordar los riesgos de esta práctica no requiere solo intervenciones sanitarias y legales, sino un cambio en la forma en que entendemos y apoyamos a las comunidades afectadas. La educación, la reducción de daños y la empatía son esenciales para avanzar hacia soluciones reales y sostenibles.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.