
Bella Ramsey y la misoginia que enfrentan las actrices que dan vida a personajes de ficción
La elección de Bella Ramsey como Ellie en The Last of Us desató una ola de críticas que expone algo más profundo que el “fandom tóxico”: una misoginia estructural que persiste en la cultura pop, donde los cuerpos de las actrices aún son blanco de control, odio y escrutinio.
Cuando Bella Ramsey fue elegida como Ellie en la exitosa serie The Last of Us, basada en uno de los videojuegos más icónicos de la última década, la reacción fue inmediata. Si bien muchos celebraron su interpretación intensa y conmovedora, otra parte del público se lanzó a las redes sociales para criticarla despiadadamente: su rostro, su cuerpo, su “falta” de parecido físico con la Ellie virtual.
Detrás de estas críticas superficiales hay un fenómeno mucho más profundo y perturbador: una misoginia estructural que, desde hace años, persigue a las mujeres que interpretan personajes de ficción amados por audiencias mayoritariamente masculinas.
Bella Ramsey no fue la primera ni será la última en enfrentar esta ola de odio. Lo mismo ocurrió cuando Brie Larson encarnó a Captain Marvel en el Universo Cinematográfico de Marvel. También ocurrió esto cuando Kelly Marie Tran apareció en Star Wars: The Last Jedi, o cuando Halle Bailey fue elegida como Ariel en el live action de La Sirenita. En cada caso, las críticas no se centraron en el talento interpretativo, sino en los cuerpos, rostros y hasta las existencias mismas de las actrices.
En teoría, estos ataques suelen justificarse bajo argumentos como la “fidelidad al material original” o “el respeto a la esencia del personaje”. En la práctica, lo que se cuestiona es que estas mujeres no cumplan las expectativas —muchas veces inconscientes— de ciertos sectores de la audiencia: ser visualmente agradables, cumplir cánones de belleza tradicionales, no desafiar las fantasías masculinas asociadas a los personajes. Cuando esas expectativas se rompen, emerge el resentimiento, el desprecio y, muchas veces, la violencia verbal.
Gamergate: el origen del odio organizado
Para comprender este fenómeno actual, es necesario remontarse a un momento clave: el escándalo conocido como Gamergate, en 2014.
Lo que comenzó como una falsa acusación contra la desarrolladora Zoe Quinn —difundida por un exnovio molesto— rápidamente escaló en una gigantesca campaña de acoso contra mujeres en la industria de los videojuegos. No solo Zoe fue atacada; también Brianna Wu, Anita Sarkeesian y otras creadoras y críticas que, simplemente, se atrevieron a cuestionar la representación femenina tradicional en los videojuegos.
Gamergate expuso que bajo la superficie del “entretenimiento” existía una comunidad dispuesta a organizarse para silenciar a las mujeres. No se trataba de “ética en el periodismo de videojuegos”, como sus impulsores alegaban: era una guerra cultural contra la diversidad, la inclusión y el feminismo dentro de un espacio históricamente masculino.
Fue también un anticipo de las estrategias de odio digital que, años después, veríamos replicarse en otros terrenos: campañas de desprestigio, doxxing, amenazas de muerte, boicots organizados.
Hoy, muchas de las técnicas de Gamergate se reciclan cada vez que una mujer asume un rol en un universo de ficción querido por las audiencias más conservadoras. Lo que Bella Ramsey vive es un eco directo de aquello.
Un patrón que se repite
El fenómeno no distingue género en cuanto a los personajes interpretados, pero sí en cuanto al trato recibido:
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Cuando Robert Pattinson fue anunciado como el nuevo Batman, recibió críticas por su historial como estrella adolescente en Twilight, pero no por su cuerpo, rostro o “masculinidad”.
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Cuando actores como Tom Holland asumieron papeles icónicos, las críticas —si las hubo— se centraron en aspectos técnicos o interpretativos, no en su derecho a existir como el personaje.
Sin embargo, esto no es así con las actrices. Las mujeres de la industria cinematográfica deben enfrentarse a ataques que, constantemente, apuntan a su mera presencia. “No es suficientemente linda”, “No es atractivo”, “No se parece a la imagen que tengo yo” son parte de alguna de las críticas que reciben las actrices. La crítica deja de ser sobre la obra y se convierte en un juicio sobre la existencia misma de la actriz en un espacio considerado, erróneamente, “propiedad” de cierto público.
Reacciones: defensa y resiliencia
Frente a las críticas, muchas actrices han respondido con dignidad y firmeza. Bella Ramsey ha declarado públicamente que no le interesa ajustarse a los estándares de belleza convencionales, y que su objetivo es interpretar a Ellie con autenticidad y respeto. Kelly Marie Tran, tras ser víctima de acoso racista y sexista, escribió una poderosa carta sobre la importancia de la representación. Brie Larson, por su parte, ha utilizado su plataforma para abogar por una mayor inclusión en el cine. Compañeros de elenco y equipos de producción también han salido en defensa de las actrices. Pedro Pascal, coprotagonista de The Last of Us, ha apoyado abiertamente a Ramsey, destacando su enorme talento y fortaleza frente al odio.
Incluso Millie Bobby Brown, actriz que interpreta a Eleven en la serie Stranger Things de Netflix, ha sido blanco de críticas por su apariencia. En redes sociales ha recibido constantes ataques por su físico, lo que la llevó a publicar un video en su cuenta de Instagram para intentar frenar el acoso mediático.
Un problema de raíz: no es solo “fandom tóxico”
Reducir estos ataques a simples “problemas de fans” es una forma de minimizar una problemática mucho más profunda. No se trata solo de una reacción aislada en redes sociales: muchas veces, la propia prensa amplifica estas críticas, validando discursos que apuntan —con mayor o menor sutileza— al control sobre los cuerpos de las mujeres y al rechazo frente a nuevas formas de contar historias.
Estamos ante una manifestación contemporánea de un viejo patrón: la resistencia al cambio de narrativas que históricamente han sido dominadas por miradas masculinas. El miedo a perder espacios de poder simbólico sigue presente, disfrazado de supuesta preocupación por la “fidelidad al personaje” o el “respeto a los fans”.
La misoginia que atraviesa estos episodios no es anecdótica: es cultural, estructural y profundamente enraizada. Y frente a ello, la transformación que vive el cine, los videojuegos y las series —una transformación hacia historias más diversas, personajes más complejos y miradas más inclusivas— no puede sino incomodar a quienes se beneficiaban del statu quo.
El futuro: narrativas más libres
Pese a los ataques, las historias cambian. Bella Ramsey no solo interpretó a Ellie: reescribió, para toda una generación, lo que significa ser una heroína compleja, imperfecta, valiente y profundamente humana.
Cada actriz que resiste el odio abre un poco más el camino para las que vendrán después. Y cada historia que se atreve a representar la diversidad real del mundo desafía un poco más a las estructuras que durante décadas dictaron quién podía ser visto, amado o admirado.
La batalla cultural no se libra solo en los guiones, sino en el derecho de cada actriz —y cada personaje— a existir tal como es, no como la fantasía ajena dictaría que debería ser.