La nueva ola del feminismo ha generado un aumento en la misoginia y la violencia contra las mujeres. Sin embargo, la ley reduce el delito de femicidio solo a las relaciones de familia –y hoy se quiere ampliar al pololeo- pero evidentemente deja fuera a las lesbianas víctimas de crímenes de odio y a mujeres y niñas violadas y asesinadas por conocidos, amigos, clientes o desconocidos. “Hará falta una gran deconstrucción de género para que esto deje de ocurrir», explica Ainhoa Vásquez, profesora e investigadora en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Y el punto de partida es dejar de hablar de femicidio, porque considera a la mujer como propiedad familiar, desconociendo la misoginia que hay detrás, y comenzar a hablar de feminicidios.
En el año 2002, la Red Chilena Contra la Violencia Hacia las Mujeres fue la primera organización en realizar una investigación sobre feminicidios en Chile y creó la emblemática campaña «¡Cuidado! El machismo mata», la que generó un punto de inflexión a la hora de discutir sobre la violencia hacia las mujeres en Chile.
Esta investigación logró que por primera vez se visibilizara la direccionalidad de la violencia, en el sentido que las agredidas eran todas mujeres. Además, ante todo, el estudio buscaba erradicar un problema social que no tenía una comprensión profunda e instalar la problemática en una agenda de política pública.
El estudio enfatizaba que el problema se situaba en una falta de conciencia frente a una realidad que minimizaba la amplitud de prácticas como el machismo y la misoginia, además de hacer hincapié en la necesidad de los diferentes colectivos feministas de abarcar múltiples y diversos ámbitos de la cotidianidad en la discusión sobre la violencia de género.
Esta cruzada contra la violencia de género se da en un marco donde las cifras públicas sobre delitos de género tienen diferencias entre sí. Las organizaciones civiles contabilizaron el año pasado (2018) 66 feminicidios -con un suicidio incluido- mientras que el Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género solo 42.
En lo que va de este año, las cifras siguen siendo dispares, de modo que el registro de la Red contabiliza 11 feminicidios y el ministerio 9. Sin embargo, ambas listas enfatizan que desde el año 2017 en adelante hubo un alza inesperada respecto a los años anteriores.
El registro “extraoficial” de la Red señala que el problema de que las cifras no calcen responde al hecho de que la ley promulgada en 2010 solo nombra como femicidio al “parricidio cometido por quien es o ha sido su cónyuge o conviviente”. Mientras, la organización también considera los asesinatos cometidos por hombres a mujeres por el solo hecho de ser mujeres, porque la vida de una mujer se valora menos o por demostrar superioridad.
Un ejemplo de esto es el caso de un hijo que mató a su madre para demostrarle poder, el ex yerno que asesinó a su suegra, o el castigo femicida, en donde la pareja mata para darle una lección a la mujer o el cliente que da muerte a una prostituta durante un servicio sexual.
Ainhoa Vásquez, profesora e investigadora en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y autora del libro Feminicidio en Chile: una realidad ficcionada, conversó con El Mostrador a propósito de esta parcialidad de la ley de femicidio, la cual considera como femicidios solo los asesinatos de mujeres cometidos por sus parejas o ex parejas.
De acuerdo a la investigadora, esta visión de la ley no recoge -lo que a su juicio- es el sentido real del feminicidio, ya que reduce el delito solo a las relaciones de familia, «desconociendo aquellos asesinatos de mujeres que se cometen en otros ámbitos y que obedecen también a la misoginia, al sometimiento, la opresión, el desprecio por la vida de las mujeres o la búsqueda de control de su sexualidad y capacidad reproductiva».
A esto hay que agregar que los feminicidios tienen distintas formas de aviso previo, dado que los primeros tipos de violencia que sufren las mujeres son las agresiones psicológicas. En 2018, la Tercera Encuesta Nacional de Violencia Intrafamiliar entregados por el Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género y la Subsecretaría de Prevención del Delito, señaló que el 20% de las mujeres denuncian ser víctimas de violencia psicológica leve como insultos, maltratos y malas relaciones cotidianas. Sin embargo, las denuncias por violencia psicológica han disminuido en un 4% en los últimos cinco años. Según este estudio, entre las principales razones para explicar este punto se encuentran las típicas frases “no fue tan serio así que no lo consideré necesario”, “las cosas mejoraron” o “tuve miedo”.
Frente a este escenario, la investigadora aseguró que un primer paso como sociedad -de mujeres- sería «comenzar a cuestionarnos el mismo concepto, que es un trabajo que se está haciendo, pero todavía no ha tenido la fuerza suficiente como para constituirse en una nueva legislación o, siquiera, comenzar a discutirse a nivel país en los medios de comunicación».
Ainhoa explica que en la práctica no deberíamos hablar más de femicidio porque considera a la mujer como propiedad familiar, desconociendo la misoginia que hay detrás. Para cambiar el discurso, sostiene, hay que hablar de feminicidios.
«Nos quedamos en el sexismo e invisibilizamos todas las otras violencias de género que no se dan en el ámbito doméstico. Tenemos que acostumbrarnos a hablar de feminicidio, que implica un quiebre en el Estado de Derecho, que el Estado es responsable por lo que está ocurriendo y es responsable en muchos sentidos, primero por no tener una contabilidad precisa de cuántas mujeres mueren al año por feminicidio, porque hay una culpabilización a la víctima y a la familia, y porque no hay reparación del daño», sostiene.
Empezar a usar el concepto de feminicidio sería reconocer que los gobiernos han sido ineficientes a la hora de detener estos crímenes, explica Vázquez, considerando que «por supuesto, cambiar los conceptos no va a solucionar la violencia contra nosotras, pero entender el problema y hacernos cargo de él siempre es un primer paso».
A esto se suma que la nueva ola del feminismo ha generado un aumento en la misoginia y la violencia contra las mujeres, dejando evidentemente fuera de la ley a las lesbianas víctimas de crímenes de odio y a mujeres y niñas violadas y asesinadas por conocidos, amigos, clientes o desconocidos.
Vásquez menciona que Sonia Montecino, en una de las reediciones de Madres y Huachos, “explica esto de una manera bastante interesante. Ella la llama la tensión inclusión/exclusión: entre más visibilidad tenemos las mujeres, mayor exclusión enfrentamos. Por ejemplo, a pesar de que fuimos un país muy pionero al tener a una mujer como presidenta, seguimos viviendo un atraso enorme en otros ámbitos, pocas mujeres acceden a cargos de poder, los sueldos siguen siendo desiguales y, por supuesto, el feminicidio sigue siendo un problema gravísimo», señala la académica.
A juicio de la autora, “estamos ante hombres con una masculinidad muy precaria, que tienen miedo a perder el poder que siempre han tenido y ese miedo se traduce en violencia. Muchos hombres viven su masculinidad como un privilegio que les puede ser arrebatado en cualquier momento y frente a ello, creen que deben defenderla con agresividad”.
En el Congreso se discute un proyecto de ley que busca ampliar la tipificación de los feminicidios a aquellos perpetrados en una relación de pololeo. Sin embargo, la iniciativa sigue siendo insuficiente, porque todavía insiste en la idea de lo familiar y de tener una relación, siendo que el objetivo debe ser sacar la violencia del ámbito familiar, y reconocer que la violencia sucede en todos los ámbitos, escuelas, trabajos y espacios públicos, un hecho que el Estado hasta el momento se ha negado a asumir, explica la académica.
«La masculinidad precaria amenazada en el ámbito público, la paranoia de que las feministas vamos a convertir a los hombres en lo mismo que ellos nos convirtieron históricamente, y una fantasía persecutoria en que nosotras les vamos a quitar sus trabajos, que ellos van a tener que quedarse en la casa cuidando a los hijos y lavando nuestra ropa, que van a tener que resignarse ante nuestras infidelidades. Son puras especulaciones ridículas, sin sustento, pero eso provoca un miedo igualmente irracional que desemboca en la violencia, porque sólo ahí, en la agresividad, se siguen sintiendo seguros, se siguen sintiendo hombres. Hará falta una gran deconstrucción de género para que esto deje de ocurrir», finaliza Ainhoa, aludiendo a las otras razones que existen para considerar estos últimos tres años como el periodo en el que los feminicidios frustrados han tenido el mayor aumento de cifras negras.