Su excepcional talento y dedicación la llevaron a brillar en el escenario internacional, a pesar de los desafíos inherentes a su género en un campo dominado por hombres.
Un comerciante catalán, llamado José Renard, llegó a Chile y se casó con la chilena Carmen Artigas. Fruto de esta unión, el 8 de febrero de 1894 en Santiago de Chile nace su primera hija, Rosa, quien se convertiría en una de las pianistas más destacadas y deslumbrantes del siglo XX.
Por esto, en un nuevo Mujeres Inolvidables, el especial semanal en donde destacamos las importantes hazañas de mujeres chilenas de la historia y el presente, visibilizamos el brillante legado de Rosa Renard en el mundo, cuyo nombre no ha sido resaltado con la misma fuerza que el de algunos de sus contemporáneos.
La infancia de Rosa transcurrió en una casa acomodada ubicada en la calle Santo Domingo, a poca distancia de la Plaza de Armas de la capital chilena, dentro de una familia amante de las artes. Desde temprana edad, mostró un talento innato para la música y, de manera autodidacta, comenzó a tocar el piano a los cuatro años.
Sin embargo, la dinámica familiar cambió drásticamente cuando su padre abandonó el hogar. En ese momento, Carmen asumió la responsabilidad de la educación de sus tres hijos, estableciendo un estricto régimen de austeridad y dedicación que fueron marcando el futuro de Rosa.
Dotada de gran talento, Renard ingresó al Conservatorio Nacional de Música a la temprana edad de ocho años. Allí demostró su pasión y dedicación, culminando sus estudios en 1908 con las más altas calificaciones y el reconocimiento de sus maestros y compañeros. Poco más tarde, realizó su primer concierto en el Teatro del Conservatorio Nacional, inaugurando así su camino como concertista el 15 de mayo de 1909.
Así fue como, tras dar un concierto para el expresidente Pedro Montt, este le otorga una beca para que se traslade a Alemania a estudiar música en el Conservatorio Stern de Berlín. Con dieciséis años y acompañada de su madre, en 1910 llegó a estudiar a una de las academias de artes más importantes de Europa.
Durante su estancia en el Conservatorio, Renard recibió la tutela de varios maestros cuyos nombres estaban estrechamente ligados a la tradición musical más distinguida, alcanzando así una formación que se remonta a la influencia directa de Ludwig van Beethoven. Es en este contexto que Rosa, más conocida como Rosita Renard, se inscribe en la línea de aprendizaje inspirada por Beethoven.
Ya en 1914 la artista se gradúa del Conversatorio Stern, con el Diploma de honor a la Mejor Alumna, premio que había sido entregado en solo una oportunidad en toda la historia de la academia. Sin embargo, su estancia en Europa se vio interrumpida por el estallido de la Primera Guerra Mundial, lo que la obligó a regresar a Chile donde continuó dando conciertos.
En 1918 emprendió rumbo a Estados Unidos con su madre y su hermana. Allí se desempeñó como maestra en el Conservatorio DKL de Rochester y realizó su debut en los escenarios estadounidenses con gran éxito. Sin embargo, su ascenso profesional se vio empañado por tensiones familiares, particularmente con su madre, lo que la llevó a regresar brevemente a Berlín en 1925.
Dado los conflictos con su madre, Renard tomó la decisión de regresar a Estados Unidos, donde conoció a Otto Stern, un cantante lírico checoslovaco con quien contrajo matrimonio. En 1929, tras el devastador “jueves negro”, que marcó la caída de la bolsa de valores de Wall Street, la pareja vuelve a Chile y Rosita ingresa como profesora al mismo lugar donde comenzó su carrera profesional: el Conservatorio Nacional.
Después de dedicarse a la enseñanza en Caracas y jubilarse del conservatorio en 1948, Renard emprendió una serie de conciertos por varias ciudades de América Latina, incluyendo Bogotá, Medellín, Montevideo, La Habana, México, Puerto Rico, Curaçao y Buenos Aires. Tras dos décadas alejada de Estados Unidos, Rosita regresó triunfalmente con un inolvidable concierto en el Carnegie Hall de Nueva York en 1949. La crítica neoyorquina quedó cautivada por su actuación, destacando su excepcional talento y su profunda interpretación musical.
No obstante, el inicio de su ascendente fama se vio interrumpida por una enfermedad. En Chile, a la edad de 55 años, Rosita Renard contrajo encefalitis letárgica, comúnmente conocida como la enfermedad del sueño, tras ser picada por un mosquito. El 24 de mayo de 1949, las manos de la talentosa pianista se detuvieron para siempre, dejando escasos registros de sus brillantes interpretaciones para las generaciones futuras. Para muchos, su muerte acortó lo que prometía ser una larga carrera.
Actualmente, si bien una población y un consultorio llevan su nombre en Santiago de Chile, el legado de Rosita es muy poco conocido en el ámbito del gran público y del público especializado.