Promover y cultivar una ética deportiva que pueda estar ligada a perspectivas feministas puede ser una de las vías para generar estos espacios, pero mientras se trate al fútbol como un negocio estos cruces están lejos de volverse realidad.
Bajo los últimos acontecimientos sobre la disputa por la medalla de oro en el fútbol femenino, en contexto de los juegos panamericanos Santiago 2023, se hace necesario hacer un recorrido sobre las hitos más importantes de los últimos años, en relación no solamente al mal manejo del fútbol jugado por mujeres en este y otros territorios, sino también a las claves para avanzar hacía un deporte que se distancia de las malas prácticas que este deporte tiene arraigado como núcleo central en su símil masculino, y que ha corroborado al distanciamiento de grandes referentas y deportistas a lo largo de la historia.
Este recorrido -histórico y crítico- es necesario, por dos motivos. En primera instancia, ha habido una campaña culpabilizante de los medios hegemónicos de comunicación con las figuras de Tiane Endler, Antonia Canales, Camila Sáez y Karen Araya. Tres jugadoras importantísimas que no podrán disputar la final por la medalla de oro debido a que al no ser una fecha FIFA, los clubes no están obligados a ceder a las jugadoras a sus selecciones nacionales, pero tampoco se toma en cuenta que la ANFP no realizó las gestiones correspondientes para posibilitar a jugadoras que si se dieran estas concesiones desde los clubes.
El otro motivo relevante, es que especialmente se ha señalado a Antonia Canales, y más aún a Tiane Endler como egoístas y poco comprometidas con la selección porque fueron las únicas dos arqueras nominadas y no podrán disputar la final por compromisos con sus clubes.
Pero las bases de la competición siempre fueron claras en que no puede haber nuevas convocadas. Sin embargo, esto se sabía por parte de la dirigencia con mucha antelación, por lo que lo lógico hubiera sido la convocatoria de una arquera del medio local que no tenga compromisos contractuales que la obliguen a volver a su club ya que el torneo local está en pausa.
¿Por qué no se realizaron esas gestiones? No nos queda más explicación que asumir que la dirigencia y/o el cuerpo técnico no pensaron que se llegaría a esta fase de la competencia, porque dejar esta decisión en una negligencia o error, hace leve la falta. No es una falta de respeto como se mencionó en algunos medios, sino que es en efecto, una decisión deliberada y que acarrea consecuencias que marcarán el desempeño histórico del fútbol jugado por mujeres.
Para quienes seguimos este deporte, pareciera ser la gota que rebalsa el vaso de una trayectoria de errores similares sin responsabilidad de nadie. Pablo Milad, presidente de la Asociación Nacional de Fútbol Chileno, declaró (una vez más) que se desentiende de estas gestiones, enfocando las declaraciones en las jugadoras y rectificando que se ha avanzado mucho en el fútbol femenino.
No es necesario volver tanto en el tiempo para desmentir a Milad, solo el año 2023 han ocurrido eventos vergonzosos en el campeonato nacional: se demoraron 280 días en dar inicio al Campeonato de Ascenso por falta de bases, muchos partidos fueron suspendidos por falta de ambulancias, jueves de línea y árbitros, recién este año se dio comienzo a la profesionalización del fútbol chileno jugado por mujeres, es decir, que la relación entre jugadoras y clubes debe ser ratificada a través de contratos.
Ratifico los ejemplos anteriores porque son muy importantes para comprender una historia que es sobre todo de indignación. Esto ha pasado desapercibido totalmente por los medios y ha sido levemente denunciado, ni siquiera las jugadoras muchas veces, que han entrenado en condiciones aberrantes (sin agua caliente, sin luces, sin implementos, en canchas en mal estado, etc.) se pueden dar el lujo de denunciar porque son posicionadas desde los clubes como conflictivas o simplemente apartadas dejando truncadas sus carreras deportivas por pedir mejores condiciones laborales.
Si bien se ha avanzado en esta profesionalización (a duras penas), no ha sido por gestiones como las de Pablo Milad, ha sido el trabajo de asociaciones como la ANJUFF (Asociación Nacional de Jugadoras de Fútbol Femenino) que realizó un informe diagnosticando todas estas precariedades, de medios de comunicaciones no tradicionales que dan a conocer estas irregularidades desde una mirada crítica, y sobre todo, de un público de niñas y mujeres que alientan a sus referentas a pesar de la escasa visibilidad de los partidos e información sobre el fútbol jugado por mujeres.
Es de conocimiento público que el fútbol a nivel mundial está (y quizás siempre ha estado) en una crisis, vínculos de directores técnicos y jugadores con casas de apuestas, altos miembros de la FIFA que tienen tratos preferenciales con países para ser sedes de copas internacionales y una serie de eventos de corrupción desmedida dejan entrever que no es difícil reconocer porque se le ha llamado la mafia del fútbol. Los eventos que si están borrados de la historia del fútbol son los que hablan de los 50 años de prohibición que vivió el fútbol femenino.
Entre 1919 y 1921, el fútbol femenino experimentó un auge en popularidad en europa. Tras el final de la Primera Guerra Mundial, la industria del carbón en Inglaterra, que constituía una de las principales fuentes de empleo, sufrió un marcado declive en sus ventas, lo que resultó en la pérdida de empleo de miles de trabajadores y el empobrecimiento de comunidades enteras.
En este contexto, el fútbol femenino no solo se convirtió en una fuente de entretenimiento, sino también en una vía de caridad. Las mujeres jugaron partidos de exhibición con el fin de recaudar fondos para los y las afectadas.
Como consecuencia de estas acciones, la Asociación Inglesa de Fútbol intervino, ya que los partidos de fútbol femenino comenzaron a ser percibidos como una amenaza. Además de su contribución benéfica para apoyar a trabajadores en huelga, estos partidos atraían multitudes de hasta 50,000 personas, algo que rara vez se veía en los partidos masculinos.
En respuesta, se introdujo una cláusula que prohibía a las mujeres participar en el fútbol. ¿La razón? Hubo quejas sobre la participación de mujeres en este deporte, y la Asociación consideró que el fútbol “no era apropiado para mujeres y no debía ser promovido” (Black, 2018. Esta prohibición que se replicó en otros países de Europa y América Latina perduró durante 50 años, y las mujeres no pudieron jugar profesionalmente hasta que finalmente se derogó en 1971.
Para Pablo Milad y todos quienes crean que hoy en día se está en igualdad de condiciones, créanme que no es así. Una prohibición de 50 años impacta no solamente a nivel deportivo, donde mujeres y niñas no tuvieron referentas durante años (y las que existían fueron borradas de la historia). También se teje todo un entramado cultural que no ha permitido al fútbol jugado por mujeres desarrollarse sin dirigentas, directoras, representantes, arbitras y periodistas que construyan una nueva forma de ver el fútbol sin todos los vicios históricos que se acarrean de la rama femenina.
Cuestiones como la competitividad desmedida, canticos sexistas y racistas, violencia, agresividad e insultos son pan de cada día en estadios profesionales y barriales, pero el fútbol jugado por mujeres muchas veces quiere verse alejado de esas formas, cuestión que es muy difícil de conseguir cuando las dirigencias y tomas de decisiones pasan por hombres que no están considerando está perspectiva de las mujeres en la historia del fútbol.
A raíz de lo anterior, saltan propuestas interesantes, ¿se necesita una Asociación Nacional de Fútbol separada de la de los varones? Se podría a través de una organización de este tipo encontrar una proyección que encause no solamente al fútbol jugado por mujeres para ser más competitivo a nivel deportivo, sino que también promover mesas directivas que sustenten una reparación y valoración a jugadoras históricas que han impulsado este deporte y son consideradas referentas para muchas niñas en este territorio.
El llamado es a informarse en medios comunitarios, en no creer a periodistas opinan sobre estas temáticas y ni siquiera se saben los nombres de las jugadoras en los relatos, el llamado es a apoyar el fútbol jugado por mujeres no solamente a nivel de selección nacional, sino que, en clubes de primera, segunda división, en el fútbol de las escuelas y de los barrios. Hacer del fútbol un espacio político no tiene que ver con politizar el fútbol, llevar a gente de ciertos sectores políticos a la cancha o que exfutbolistas se postulen a cargos públicos.
Se trata de que aquellos que tienen los medios para influenciar a una gran cantidad de personas sean capaces de ver estas injusticias y quieran hacer algo al respecto. Salir de la individualidad y la mercantilización del fútbol pareciera ser una tarea titánica en esta era, pero a quienes nos apasiona el fútbol, lo primero que aprendemos es que es un deporte colectivo. No pasamos ni la mitad de la cancha sin confiar en nuestras compañeras de equipo.
Podemos hacerlo mejor, jugando colectivamente.