En algunas disciplinas, tradicionalmente masculinas, como la física o las ciencias computacionales, la paridad de género ni siquiera será realidad en este siglo.
Sin duda, existen las grandes mujeres científicas como Marie Curie (fomentó el campo de la radiología) y Jane Goodall (pionera en los estudios de los chimpancés), pero los premios Nobel se lo llevan hasta hoy – en su gran mayoría – los hombres (el 94% entre 1901 y 2022).
Las mujeres recién mencionadas son muy admirables, pero creo que no hace falta que nosotras, las mujeres en la ciencia, tengamos que ser tan grandes como ellas. Lo que sí, tenemos que ser más.
Afortunadamente, la participación de mujeres en publicaciones en las disciplinas CTIMM (ciencia, tecnología, ingeniería, matemáticas y medicina) está en aumento, especialmente en mujeres jóvenes, quienes suelen ser primeras autoras (=realizan todo el trabajo). Pero lamentablemente, los últimos autores, quienes suelen ser “la jefatura” (=comentan la última versión del manuscrito) siguen siendo mayormente hombres.
Incluso, en algunas disciplinas, tradicionalmente masculinas, como la física o las ciencias computacionales, la paridad de género ni siquiera será realidad en este siglo.
Invito a vitrinear la gráfica interactiva sobre estos datos, publicada por Luke Holman y equipo en PLOS Biology (2018), quienes analizaron 36 millones de autores en más de 100 países publicados y en cerca de 6000 revistas científicas.
Yo fui educada como bióloga en Alemania, y he trabajado desde hace casi dos décadas en el sur de Chile, pero debo confesar que nunca me había preocupado tanto de este asunto hasta que abrí el libro Mamíferos de Chile (por Agustín Iriartre), el que fue publicado en 2008. Al leerlo, me impresioné al encontrar las fotos de 25 hombres nombrados como los “investigadores que han contribuido al estudio de la mastozoología en Chile”, y ninguna mujer. Desde entonces me empecé a fijar en las temáticas de género.
Haciendo memoria, los cuatro evaluadores de mi licenciatura fueron hombres; el tutor de mi tesis de pregrado, hombre; los dos tutores y tres evaluadores de mi tesis de doctorado, hombres y tutores postdoc, hombres. Sí, en mi carrera fui educada por mujeres científicas también, pero la gran mayoría eran asistentes o investigadoras, no profesoras tituladas.
Para adelantarme, algunos lectores podrán querer presentar el argumento que hombres y mujeres son diferentes, pero tal como sugiere Jo Handelsman, en su publicación y petición “Más mujeres en la ciencia” (publicado en 2005 en la revista Science), este no es el punto. Como argumenta, para ser una científica exitosa se requiere una variedad de habilidades como razonamiento, intuición, habilidades verbales y sociales. A pesar de que puede haber diferencias entre hombres y mujeres en algunas de estas habilidades, es la mezcla variada la que hace diversa y rica la experiencia de cómo nos acercamos a la ciencia.
¿Cómo entonces nos ponemos al día con esta petición tan verídica? Como persona aterrizada, siempre reflexiono primero qué está a mi alcance. Esto no significa que no necesitemos mayores cambios desde las políticas, y aprovecho nombrar algunas que me parecen clave: las oficinas padres-hijos, las ofertas de cuidado en congresos, exigir menos productividad para madres y más liderazgo femenino. Pero una estrategia bottom-up podría traer algunos pequeños cambios en lo inmediato.
Entonces, mi método número uno para avanzar en esta temática es empezar con un poco de autocrítica.
En mi actual proyecto FONDECYT (Fondo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico), sin cuestionarme mucho, elegí a un equipo colaborador compuesto por solo dos mujeres y cinco hombres. ¿Las personas que considero mis actuales mentores? Dos hombres, pero por lo menos una colega en la temática de género. En cuanto a mis publicaciones, solo considerando aquellas que lideré como primera o última autora, éstas tienen un porcentaje de 70% co-autores hombres versus 30% co-autores mujeres. ¿A qué se debe? De partida, el sexo nunca ha sido un criterio de selección para mí, y creo debí hacerlo. Tal vez no he tenido otra opción porque los hombres aun dominan mi área de investigación, que son los carnívoros. O bien he pensado que la brecha de género se arregla en otra parte.
¿Pero en qué otra parte? Tal vez puedo contribuir con mi método dos, que es el uso del idioma inclusivo, pero sin inclinarse a la exigencia extrema. En realidad, no es nada fácil saber qué es lo “correcto”.
Revisando la guía de lenguaje inclusivo de género de la Subsecretaría de las Culturas y las Artes (se puede bajar aquí), me encuentro con varios errores que cometo diariamente pensando que lo estoy haciendo bien, como el uso de las/los. Entonces en vez de las/los chilenos, debo escribir la población chilena (me parece bien), pero ¿no suena raro cambiar “las y los niños en mi curso” por “la población infante en mi curso”? Es más, siempre pensé que las personas quienes usan “les niñes” son estupendamente inclusivos, por referirse además a la diversidad del género.
No obstante, escribiendo esta columna descubrí que la Real Academia Española en verdad no lo recomienda por ser ajeno a la morfología del español. Ahora, escribir es una cosa, hablar otra. Cuando hablo, y para mi defensa el castellano no es mi idioma nativo, estoy segura que cometo muchos más errores. Pero como soy mujer, me van a perdonar. No así cuando les pasa a aquellos hombres que, tal vez, no manejan tanto el lenguaje inclusivo o no quieren saber nada sobre éste.
Sí, es importante advertirles que existen ciertas recomendaciones para hacerse cargo de la brecha de género desde la comunicación. De hecho, hay todo un aparato de estudios dedicados a los efectos del uso o no uso de lenguaje inclusivo en diversas sociedades, usando técnicas tan divertidas como el medir los movimientos del ojo en la lectura. Sin embargo, no creo que sirva mucho atacarles para lograr un cambio. Yo postulo que seamos inclusivos, pero de forma pacífica y teniendo en mente la naturaleza dinámica del hablar, sin clasificarlo exageradamente en correcto o falso.
Finalmente, como método tres, más allá del trabajo científico, sugiero que seamos bien despiertos a la desigualdad en nuestro día a día.
Mi plataforma para concientizar, muchas veces sin éxito, son las reuniones de apoderados. Quedé impresionada en una de estas reuniones que se alargan para discutir sobre cuál sería el regalo de fin de año. Empieza la discusión con la pregunta qué regalaremos a los niños y qué a las niñas. De ahí partimos mal. Pero cuando se sugiere un regalo de estas marcas bacanas estadounidenses como KidzLabs (laboratorios químicos caseras, fabricación de cristales, volcanes explosivos, entre otros) para los niños y un set de maquillaje para las niñas, ahí sí levanté la voz.
Lamentablemente, no se entendió mi crítica porque la respuesta de la asistente de aula fue que por qué me quejaba si a mi hija le gustaba mucho jugar a maquillarse. Cabe destacar que en Puerto Williams, donde vivo, somos un pueblo y base naval, por lo que los valores tradicionales deben influir en cierta medida.
Para finalizar, quiero compartirles un statement de mi hijo de 6 años cuando le explicó las reglas de ajedrez a mi marido: “Cuando muere la reina, no pasa nada, tiene que morir el rey”. Ya quedó claro que la raíz del problema es profunda y el camino hacia la igualdad largo, por lo que sugiero empezar desde nuestras vidas y desde ya.