Vivimos tiempos de conflicto. Durante las últimas elecciones hubo muchos votos de protesta y revancha en una sociedad donde resulta común entender la política como un ejercicio de suma cero donde la única posibilidad de garantizar mi bienestar sería el fracaso de mis rivales. Pero él no era así.
Ser gay en los 80s y 90s, décadas en las que nació y vivió su adolescencia, significaba ser borrado por un manto de tabúes, víctima de injusticias constantes y blanco de odio gratuito. Suficiente como para sentir rabia, como la que sentimos por la pobreza, los abusos, la discriminación, la creciente delincuencia, el Estado que falla y la política que no resuelve; pero, ante el dolor, él tomó otro camino.
Luis fue un luchador, pero distinto. Siempre se interesó por movilizar a las diversidades y lo logró, pero orientó gran parte de su trabajo al encuentro con sus opositores. Se podría defender que su impronta fue una decisión estratégica, porque no cabe duda que sumar a tus adversarios a tu causa es la forma más efectiva para lograr tu objetivo, en especial porque la persuasión no deja a ningún derrotado, no hay espacio para revancha si todos ganamos. Es una victoria duradera.
Pero, aunque nunca le faltó cabeza, encarar la adversidad fomentando la unión y articulación, le salía del corazón. Porque la diversidad sexual recibe más apoyo en las izquierdas, pero su familia era de derecha; porque la aceptación era más fácil entre liberales, pero tenía amigos conservadores; porque si la mayoría de Chile está a favor de nuestras leyes, también tenemos que convivir todos los días con el grupo que se expresa en contra. Luis se convirtió en un puente entre dos mundos.
Algunos piensan que esta es una posición cómoda de quien no quiere quedar mal con nadie, pero es todo lo contrario. Cuando perteneces a una tribu, en especial en redes sociales, recibes odio de los rivales pero apoyo de tus pares; cuando intentas acercarte a tus oponentes, enfrentas el rechazo de tu tribu y la indiferencia de tu contraparte. En diferentes momentos recibió insultos de izquierdas y derechas, incluso ataques de personas LGBTIQ+, pero mantuvo sus convicciones firmes y su sonrisa imperturbable.
Lucho nació en una sociedad donde su amor era un delito, pero su trabajo fue parte indispensable para la aprobación de la Ley Antidiscriminación, la Ley de Identidad de Género, el Acuerdo de Unión Civil y el Matrimonio Igualitario, leyes que cambiaron la sociedad y nuestras vidas. Creció en un mundo donde ser gay era motivo de marginación, pero al partir recibió amor de toda su familia, cariño de miles de amigos y el reconocimiento de personas tan disímiles como el expresidente Piñera, el Presidente Boric y Ricky Martin. No me cabe duda que en sus últimos latidos sintió orgullo.
Estamos parados sobre hombros de gigantes, que nos dan la oportunidad de construir más alto para que quienes nos siguen estén más cerca de tocar el cielo. Nos acaba de dejar uno de los grandes y lo último que nos dijo fue “Sigan adelante con sus luchas”. Quienes compartimos sus sueños seguiremos construyendo puentes hacia un país más justo.