La brecha de género en las pensiones no es simplemente una discrepancia numérica, se debe cerrar la brecha reconociendo el trabajo no remunerado, promoviendo la equidad salarial y abordando desafíos culturales.
La reforma de pensiones se presenta como un desafío imperativo en la agenda política actual, y su éxito no solo se mide por la solidez financiera del sistema, sino por su capacidad para cerrar las brechas de género persistentes. La inequidad en las pensiones entre hombres y mujeres es una realidad innegable que exige una respuesta urgente y específica. En este contexto, el diseño de una política pública incluyente se vuelve crucial para abordar las desigualdades sistémicas que han dejado a las mujeres en una posición desventajosa al llegar a la jubilación.
Los avances en los últimos 15 años en materia de reforma de pensiones son más bien compensatorios frente a la necesidad de cambiar el actual sistema previsional que presenta importantes brechas en seguridad social, como lo son: las lagunas previsionales, la informalidad laboral, los bajos sueldos y el envejecimiento de la población.
La brecha de género en las pensiones no es simplemente una discrepancia numérica; es un reflejo de la desigualdad estructural y sistemática que permea a lo largo de toda la vida laboral de las mujeres. Factores como la brecha salarial de género, y la interrupción en la carrera laboral debido muchas veces por asumir las responsabilidades de cuidado no remuneradas han creado un escenario en el cual las mujeres enfrentan considerables obstáculos para alcanzar una jubilación segura y digna.
A pesar de los avances en la igualdad de género, las mujeres siguen recibiendo menos remuneración, pero tributando al Estado en igualdad de condiciones que los hombres. Esta disparidad salarial, no sólo impacta en el desarrollo y mejoramiento de la calidad de vida de las mujeres, sino que también, impacta directamente en las contribuciones a los fondos de pensiones, dejando a las mujeres con ahorros muy por debajo a lo esperado al jubilarse. Por ejemplo: por un lado, el monto de las pensiones de las mujeres es 2 veces más bajas que la de los hombres, y menos del 48 % de ellas ha cotizado por más de 20 años, a diferencia del 60% de los hombres que sí alcanza ese período. Otro aspecto crucial es el trabajo no remunerado, principalmente en roles de cuidado familiar que desempeñan las mujeres, trabajo que es invisibilizado y no reconocido en los cálculos previsionales.
Entonces, una reforma de pensiones inclusiva debe comenzar por reconocer y valorar adecuadamente el trabajo no remunerado, especialmente el realizado en roles de cuidado. Este reconocimiento no solo es un acto de justicia, sino que también tiene implicaciones directas en los beneficios previsionales. Acreditar estos periodos como contribuciones válidas al sistema de pensiones es fundamental para corregir las disparidades históricas.
Si bien, la incorporación de las personas cuidadoras en el Registro Social de Hogares es un gran avance, este no deja de ser insuficiente. La Reforma de Pensiones entre otras medidas, debe garantizar la implementación de mecanismos que valoren el trabajo no remunerado. Esto no solo compensaría económicamente el trabajo invisible, sino que también aseguraría que las mujeres no vean disminuidos sus beneficios previsionales debido a estas contribuciones cruciales.
Por otro lado, la equidad salarial, es un pilar irrenunciable y debe ser una prioridad en cualquier reforma de pensiones, no solo es un derecho básico, sino que también es esencial para construir pensiones sólidas y equitativas. Las políticas que promueven la igualdad de remuneración por trabajo igual, así como la penalización de prácticas discriminatorias, son pasos cruciales para cerrar esta brecha persistente.
Para que el trabajo remunerado crezca, el trabajo reproductivo es el que se debe resguardar. Y esto, se visualiza en el reconocimiento de las realidades de la vida de la mujeres, quienes son las que tienen interrupciones en sus carreras profesionales debido al asumir responsabilidades de cuidado no remuneradas, como lo son: la maternidad, el cuidado de familiares y otras responsabilidades familiares que a menudo resultan en períodos de ausencia del trabajo remunerado. La rigidez del sistema actual penaliza a las mujeres por estas interrupciones, afectando directamente sus pensiones futuras.
Entonces, ¿cuál es o son el/los desafíos para superar la brecha salarial de género?, para analizarlo se debe ir más allá de los números. La persistencia de la brecha salarial de género no es simplemente un problema económico; es un reflejo de desafíos más amplios arraigados en estructuras culturales y sociales. Los roles de género estereotipados y las prácticas laborales discriminatorias contribuyen a esta brecha, y la reforma de pensiones debe abordar estos problemas subyacentes. Por eso, se vuelve esencial el fomentar un cambio cultural que reconozca y valore las contribuciones de todas las personas, independientemente de su género. La implementación de programas de sensibilización y entrenamiento en empresas puede desafiar y cambiar percepciones arraigadas, promoviendo un ambiente laboral más igualitario.
Un aspecto a considerar es la longevidad de hombres y mujeres. Pero quienes viven en mayor vulnerabilidad son las mujeres. La reforma de pensiones debe considerar estas diferencias en la esperanza de vida al diseñar políticas que aseguren una jubilación segura y confortable para todas las mujeres, independientemente de cuánto tiempo vivan.
Por último, para construir un futuro de igualdad pensionaria, la reforma de pensiones debe ir hacia una política pública que cierre las brechas de género es esencial para la construcción de un sistema equitativo y justo. El reconocer y abordar las desigualdades desde la raíz, ya sea mediante la equidad salarial, el reconocimiento del trabajo no remunerado o la flexibilidad en las carreras profesionales, es crucial para garantizar un futuro de igualdad pensionaria.
La reforma no debe ser simplemente una corrección numérica, sino que, un cambio estructural que refleje el compromiso de la sociedad con la equidad de género en todas las áreas, incluyendo la previsional. Solo a través de medidas proactivas y enfocadas se cerrarán las brechas de género y se garantizará una jubilación digna y en especial para todas las mujeres. La igualdad pensionaria no solo es un objetivo ético, sino también una inversión para un futuro más sostenible. En última instancia, una reforma de pensiones verdaderamente inclusiva no solo transformará la realidad financiera de las mujeres, sino que también sentará las bases para una sociedad más justa y equitativa. La visión de un futuro previsional, donde la jubilación se garantice como un derecho igualitario para todas las personas debe guiar las acciones hacia una reforma de pensiones que refleje valores de equidad y justicia social.