Las mujeres se enfrentan a constantes desafíos en una sociedad con expectativas cambiantes. Más allá de los estereotipos tradicionales, el empoderamiento femenino plantea interrogantes sobre la autenticidad y el derecho a la vulnerabilidad.
Desde tiempos inmemoriales, las mujeres han sido presionadas por las expectativas de la sociedad, atrapadas en un laberinto de estereotipos y demandas poco realistas. En un pasado no tan lejano, las princesas de Disney enseñaban las reglas, dictando a las niñas y jóvenes lo que debían hacer y ser para ganarse el amor de un príncipe -siempre hombre, por cierto-.
Pensemos, por ejemplo, en Cenicienta, una mujer que estuvo toda la película intentando conseguir la cita con un príncipe que le propuso matrimonio inmediatamente después de ese primer encuentro. No sabemos qué pudieron conocer uno del otro en ese rato, no olvidemos que la cita duró poco porque ella tuvo que salir corriendo para que su amado no conociera de ella su verdadera esencia: una mujer sin maquillaje, sin peinar, sin vestido de diamantes ni zapatos de cristal (imaginar solo dar un paso con esos zapatos ya da terror).
Estas exigencias mediaron de forma muy negativa el significado de ser una mujer merecedora de amor. Hoy, aunque hemos avanzado, nuevas cadenas han surgido: las exigencias del empoderamiento.
Este movimiento nace como un grito de libertad, una respuesta a estas expectativas limitantes. Es un recordatorio poderoso de que las mujeres no son un simple accesorio en la vida de otro, sino que son las protagonistas de su vida. Pero la independencia, la autenticidad y el poder propio, ¿son un derecho o una exigencia?
Repetidamente, veo a mis pacientes sufrir por no entrar en este estereotipo de “mujer empoderada” que es “exitosa” siempre y en todos los aspectos de su vida. Lo preocupante es que este dolor cada vez es más común, ya que las mujeres intentan “no llorar y facturar”, como menciona Shakira en la canción que escribió en el momento, probablemente más vulnerable de su vida.
Desde mi punto de vista, estas exigencias les impiden abrazar sus estados emocionales, tratarse con amor en momentos de baja emocional o cuando las cosas no van cómo esperan. Si queremos vivir en plenitud, llega un momento en el que toca abrazar la imperfección.
Si bien hemos avanzado mucho como sociedad, nos queda un largo camino por recorrer, ya que la igualdad de género sigue siendo un gran desafío, la persistencia de la violencia de género es evidente, las diferencias salariales entre hombres y mujeres siguen siendo un asunto pendiente sin resolver, por mencionar algunos ejemplos.
A partir de estos fundamentos, creo que la mejor manera de honrar este proceso debería ser bajarnos las exigencias. Celebrar lo distinto. Cada mujer tiene su propia historia, su propio camino hacia la autonomía y el éxito. Y cabe aclarar que “éxito” también puede significar cosas distintas para cada una.
Es momento de escribir un nuevo capítulo en la historia de la mujer, uno donde el poder resida en su propia voz, en sus propias concepciones de realización y en donde se validen sus elecciones y procesos emocionales.