El 29 de abril se celebra el día mundial de la danza.
La historia es sabida. Esta fecha fue establecida en 1982 por la Unesco, recordando el nacimiento del coreógrafo y bailarín francés Jean Georges Noverre (1787-1810). El trabajo de Noverre, creador del llamado ballet d’action resultó significativo ya que implicó, a partir de las ideas de Denis Diderot sobre el drama, definir el campo disciplinar de la danza como arte, diferenciándolo del teatro y la ópera. Lo coreográfico se abocaría a contar una historia con el cuerpo, prescindiendo de las palabras.
Transcurridos más de cuarenta años, los alcances de este acontecimiento se renuevan con nuevas preguntas e incertezas : ¿qué es esta danza que celebramos hoy? ¿Cómo podríamos pensarla? ¿Qué es aquello que recordamos, en medio de la banalidad de las inagotables efemérides?
Más allá de los criterios y el marco estético propio de la modernidad que subyace a la elección de esta fecha específica, estamos frente a un ecosistema que resulta cada vez más abierto y menos jerarquizado. La danza se revela hoy como un campo de fuerzas en expansión, que se abre a una multiplicidad de posibilidades artísticas, metodológicas y conceptuales.
Lo primero, sería comprender este momento como una oportunidad para el encuentro y un diálogo o debate real, que convoque a las danzas, en su devenir heterogéneo. A todas. El arte coreográfico clásico, moderno, contemporáneo; las danzas tradicionales, urbanas, sociales, íntimas y solitarias, secretas. En esta fecha la danza se mira al espejo, se reconoce y se extraña, traspasa al otro lado del reflejo, se repliega y despliega sobre su propio pelaje. Día de bailarinas y bailarines infatigables, que hacen donación de sí, que (ex)ponen el cuerpo. Danzar de los que están, los que precedieron y los que vienen. Cazadores de gestos, bailando en medio de la dificultad, de la precariedad, del inmovilismo, movimientos que derrapan, caen de bruces y vuelven a erguirse sobre su eje y, a veces, nos recuerdan aquello que alguna vez se llamó la belleza.
Pero este día no sólo atañe a las y los profesionales o practicantes habituales del danzar. Es necesario un deslizamiento. Probablemente, este 29 de abril podría pensarse, de un modo invisible o subrepticio, como un día del cuerpo, de esa corporalidad/conciencia que es lo único que tenemos, que somos. Habitamos el mundo, lo conocemos desde la piel, desde su extenderse hacia otros cuerpos, de reconocerse en el tocar y ser tocados por los otros y por lo otro, lo completamente otro.
La danza no es un objeto fugaz, sino un devenir y una forma de comprender el sujeto en el tiempo-espacio. En esto, la disciplina ha sido pionera, al subrayar que la corporalidad no se tiene, sino que se es, que se experimenta en primera persona. Y he aquí otro de los desafíos que queda de manifiesto en esta celebración: la urgencia de validar las prácticas dancísticas como modalidades de la educación, creación de conocimiento y espacio reflexivo, una otra forma de pensar que interpela a una sociedad que todavía busca clasificar lo danzado como entretenimiento, pasatiempo o mero espectáculo. Es una pregunta cultural, política y estética que permanece en busca de respuestas.
Por lo anterior, esta celebración convoca no sólo a un campo disciplinar, sino a lo propiamente humano, al mundo o régimen de lo sensible, al tacto, la visión, el tacto, lo audible y el gusto, al movimiento dentro y fuera de la epidermis. Su festejo no requiere un minuto de contemplación o silencio. Atañe a los órganos, a los músculos, al mover y ser movido, al peso del pensamiento.
También, y de manera imperativa, compele a valorar al cuerpo como espacio social, identitario y político, campo de construcción y de batalla: ¿en qué otro lugar podría jugarse algo si todo está inscrito en la carne? Este día se recuerda la potencia de esa carnalidad pensante, su vulnerabilidad, su fulgor y su huella.
29 de abril, día de la danza, del arte coreográfico, de las prácticas corporales y de todo aquello que palpita y se mueve, de nuestro ser cuerpo en el mundo y en la danza de lo real que no cesa.