El 2022 el Foro Económico Mundial indicó que faltan 132 años para acortar la brecha de género.
El fallo del TC contra el requerimiento para excluir a la educación no sexista de la Ley Integral contra la Violencia hacia las Mujeres cierra una disputa jurídica, pero abre desafíos que deben ser abordados por las autoridades, las comunidades educativas y quienes trabajamos en la formación de las y los futuros docentes.
En concreto, una educación no sexista nos permitirá corregir aquellos conocimientos y prácticas pedagógicas que otorgan mayor o menor valor a ciertos roles y estereotipos asignados a hombres y mujeres. Esto no con el fin de transgredir un “orden preestablecido”, sino que de reconducir una forma de aprender más digna y justa. Para ello tenemos que estar de acuerdo en que “no es justo” que las niñas aprendan que al estar “predispuestas biológicamente”, son las que ocupan profesiones tales como profesoras, enfermeras y secretarias, que tienden a tener una desvaloración social y monetaria. Y que los hombres, “por la misma razón”, ocupan espacios de mayor valoración profesional y social. Alguien podría preguntar y ¿cuál sería el problema de esto? El problema es que esta diferencia que se hace entre hombres y mujeres tiene consecuencias como, por ejemplo, en la brecha de género. El 2022 el Foro Económico Mundial indicaba que faltan 132 años para acortar la brecha. Si estos números no nos incomodan es porque de alguna manera asumimos que efectivamente hombres y mujeres están predeterminados, biológicamente, a trayectorias de vidas con distintos estatus.
Hoy existe importante evidencia empírica que debilita el supuesto del determinismo biológico que define las trayectorias de vida de hombres y mujeres presentadas arriba. Parte de esta evidencia ejemplifica cómo desde la primera infancia ya existen estereotipos de género, los que son profundizados y reforzados durante las trayectorias educativas. Ejemplos de esto se encuentran en el currículo formal y la subrepresentación de mujeres en la historia, como también interacciones diferenciadas en cantidad (más para hombres) y cualidad (mayor protagonismo y preguntas más complejas a hombres). Estas formas de
diferenciar entre hombres y mujeres no son inocuas, ya que se traducen en una desigualdad en los aprendizajes, lo que se observa en la diferencia de resultados de hombres y mujeres tanto en pruebas nacionales (SIMCE 2023) como en pruebas internacionales (PISA 2022) y por lo tanto merma las potenciales trayectorias educativas post-secundarias de los y las estudiantes.
Por otro lado, es importante destacar los avances desde la psicología en donde conclusiones derivadas de una revisión de 46 meta-análisis de las diferencias de género (Hyde, 2005; 2008; Zell et al, 2015) muestran un patrón importante: existe mayor similitud que diferencia entre hombres y mujeres y cuando existen diferencias, éstas son pequeñas y triviales. A partir de esto último, ¿cómo es que a pesar de esta evidencia sigamos escuchando declaraciones tales como: “las niñas y niños juegan de manera diferente”; “aprenden distinto”; “pelean distinto”; “escuchan distinto”? Esta es una invitación a considerar la evidencia que revisa y problematiza el modo en que nos han socializado en género por décadas.
Ante esto, el desafío que se presenta a las instituciones formadoras de profesores y profesoras es de envergadura. Si por ley debemos impartir una educación no sexista, tenemos que formar a profesores y profesoras no sexistas. ¿Cómo hacemos esto? Proponemos iniciar conversaciones entre instituciones y al interior de cada una, con el fin de buscar acuerdos acerca de qué vamos a enseñar cuando pensamos en una educación no sexista. En la medida que las instituciones estemos alineadas en los mínimos requeridos para esta formación, estaremos asegurando una educación de calidad para todos los y las futuras profesoras, al margen de las particularidades del proyecto educativo de cada institución. Pero para ello una condición indispensable es sumar voluntades institucionales dada la alta regulación de estándares curriculares y formativos que rigen a las pedagogías.
Es hora de remar juntos hacia un futuro donde la enseñanza y el aprendizaje sean instancias para que niños y niñas puedan alcanzar su máximo potencial.