Se hacen necesarias las lecturas interseccionales de la violencia desde perspectivas no sólo feministas, sino también decoloniales para ir profundizando, reconociendo y desmantelando cómo se producen y cómo operan las violencias a fin de proponer diversas formas para su erradicación.
Con el fin de profundizar en torno a las consecuencias aún vigentes del colonialismo patriarcal en Chile, una de ellas, es la trata como manifestación extrema de violencia en contra de mujeres y niñas que deviene de una matriz estructural de violencias con intersecciones complejas. Por lo mismo, en el presente texto intentaré describir sólo algunas relaciones entre el colonialismo patriarcal, la explotación de los cuerpos-territorios y las economías extractivistas.
El colonialismo patriarcal como punto de partida
Según diversos estudios, la trata como problemática social en el Sur Global, se remonta al periodo de conquista y colonización, alrededor del año 1500, donde mujeres y niñas, principalmente de África y de pueblos originarios, fueron movilizadas forzosamente de sus territorios bajo condiciones de esclavitud.
En América Latina, mujeres y niñas fueron aprisionadas como “botín de guerra” para ser explotadas y comercializadas con fines de servidumbre sexual, reproductiva y/o laboral. Esta es una de las muchas prácticas sostenidas por los colonos para someter a los pueblos, imponiendo el poder particularmente sobre los cuerpos y las formas de vida, con particularidades específicas sobre las mujeres y niñas, configurándose en estos hechos el origen de la trata con fines de explotación sexual en nuestro continente.
Así como los territorios, explotados son los cuerpos de las mujeres
La conquista colonial tuvo como objetivo principal extraer sin escrúpulos las riquezas de los territorios, despojando a los pueblos preexistentes no solo de sus bienes naturales y materiales, sino también de su cultura y espiritualidad a través del adoctrinamiento religioso etnocida. En términos económicos, los bienes generados por la explotación de la naturaleza configuraron la acumulación primaria del capitalismo, que en su actual formato neoliberal ha propiciado las economías extractivistas para lograr sostenerse.
En Chile este modelo económico se ha instalado con fuerza y ha potenciado principalmente los rubros de salmonicultura, forestales, frutícolas, petroleros y mineros, siendo este último uno de los que genera más ganancias económicas, considerando que Chile ocupa el primer puesto en la producción mundial de cobre. Ahora, ¿qué relación tiene todo esto con la trata?
Se identifica, a partir de un estudio realizado por ONG Raíces que en los territorios en los que se desarrolla este tipo de economía extractivista, los indicadores de trata y explotación sexual son más elevados que en zonas urbanas. En su estudio analizan que uno de los factores determinantes es que la mayoría de las actividades económicas señaladas requieren de la centralización de una fuerza de trabajo, lo que implica el reclutamiento y el tránsito constante de trabajadores, quienes en su mayoría son varones heterosexuales que, ciertamente, tienen naturalizadas las violencias coloniales patriarcales en contra de las mujeres y la tierra.
Extractivismo y Migraciones
En Chile, la mayor cantidad de casos judicializados por trata con fines de explotación sexual se concentran en las zonas norte y centro del país, con focos en el Sur extremo, precisamente, donde se desarrolla la minería, agricultura y salmonicultura respectivamente. Así mismo, según el último informe anual del Protocolo Intersectorial de Trata de Personas – 2021 la mayoría de las víctimas son mujeres migrantes en situación irregular.
Las víctimas de trata pueden ser captadas en distintos territorios y movilizadas por diversas rutas aéreas, terrestres, marítimas y/o mixtas y los traslados ocurren generalmente desde territorios con menores recursos económicos a territorios con mayores recursos económicos. Por ejemplo, la mayoría de las víctimas de trata identificadas por el estado de Chile, han sido captadas en sus países de origen como Venezuela, Colombia, Haití, Bolivia.
En este punto, es importante destacar que, las mujeres y niñas más expuestas a ser víctimas de trata son quienes viven vulneración sistemática de sus derechos. La falta de redes afectivas y efectivas de apoyo, el abandono institucional y la necesidad de sobrevivir a las condiciones de vida que se enfrentan aumentan el riesgo a ser captadas.
También existen mujeres y niñas viviendo en contexto de conflictos armados y persecuciones y/o en territorios donde se desarrollan economías extractivistas que no solo están provocando una crisis climática a nivel global, sino también “catástrofes naturales” a nivel local, afectando el bienestar de millones de personas, obligándolas a realizar desplazamientos forzosos.
Los tratantes identifican todas estas necesidades y logran captar audazmente a sus víctimas, mediante falsas promesas de amor y/o trabajos, ofreciendo grandes beneficios que lograrían mejorar las condiciones de vida y bienestar tanto para ellas como para sus familias. Promesas que jamás se cumplen.
Ni las mujeres ni la tierra somos territorio de conquista
Desde la conquista colonial hasta ahora tanto los cuerpos de las mujeres, como los territorios, se han convertido en un terreno de disputa, ya que como refiere Elizabeth López Canelas “El extractivismo nos sigue demostrando la tesis de que las mujeres y la naturaleza somos sujetas de conquista, dominación y usurpación. Sin embargo, desde diferentes espacios, las mujeres asumimos la defensa activa de nuestros cuerpos y territorios”. Es por ello que se hacen necesarias las lecturas interseccionales de la violencia desde perspectivas no sólo feministas, sino también decoloniales para ir profundizando, reconociendo y desmantelando cómo se producen y cómo operan las violencias a fin de proponer diversas formas para su erradicación.