Al garantizar que las mujeres tengan las mismas oportunidades de desarrollo y reconocimiento que sus colegas hombres, se fortalecerá la calidad de la educación y se avanzará hacia una sociedad más justa e igualitaria.
Un año más que conmemoramos a quienes se dedican a la docencia, sea secundaria o universitaria. Un año más donde la fatiga invisible post pandemia sigue dejando huella, tanto, desde la cotidianeidad convulsionada en la sala de clases, como la falta de avances concretos en el reconocimiento a la carrera docente. Este es un escenario que se vive a lo largo de Chile e impacta violentamente a la educación pública y privada. Esta última, centrada en el reciente caso de Marcela Cubillos, con su ya conocido sueldo de 17 millones de pesos, que la Universidad San Sebastián (USS) pagaba a la exministra por labores de docencia e investigación. Pero sin quedarnos en mezquindades políticas, ni menos, desde la superficialidad de la problemática, es que es relevante dar cuenta que ese monto de pago, son casi 34 sueldos mínimos, que fácilmente podrían ser sueldos de 34 trabajadoras o trabajadores de una Pyme de menor tamaño.
Por otro lado, el caso Cubillos es algo que sin lugar a dudas deja a las Instituciones de Educación Superior en la mira, ya que según una reciente publicación de la oficina de Estudios y Estadísticas del Ministerio de Ciencia, más del 80% de las personas con doctorado en Chile trabaja en la educación superior. De esta, más de dos tercios recibe sueldos inferiores a 3 millones de pesos. Así, a diferencia de Cubillos, la mayoría del personal académico universitario está integrado por expertos con formación de postgrado, y que se encuentran en estratos bajos o medios de un sistema de castas que posee deudas históricas con las bases que sustentan la investigación y la enseñanza superior en el país.
En relación a lo anterior, fue imposible no consultar a la destacada académica e investigadora Dra. Vania Figueroa Ipinza, Directora InES Género y CT Género, Coordinadora de Vinculación de Investigación Aplicada de la Universidad Autónoma de Chile, quien muy tajante señala que: “La enorme brecha salarial entre Marcela Cubillos y las investigadoras con doctorado es una bofetada a la integridad académica. Mientras la gran mayoría de las académicas trabajan incansablemente, generando conocimiento y formando a las futuras generaciones, otras obtienen beneficios desproporcionados. Esta situación no solo es injusta, sino, que también desincentiva a las mujeres a seguir carreras académicas”.
Lo anterior, no deja más que en evidencia solo una parte del problema, la educación superior no es ajena a la discriminación interseccional de género. A pesar de que el número de mujeres que ingresan a la academia ha crecido significativamente en las últimas décadas, persisten importantes disparidades en términos de representación y oportunidades. Según estudios recientes, aunque las mujeres constituyen más de la mitad de los graduados universitarios a nivel global, su presencia en posiciones de liderazgo académico es mucho menor en comparación con los hombres. En algunas de las áreas de alta demanda, como las ingenierías, las ciencias exactas y la tecnología, las mujeres siguen estando subrepresentadas, lo que pone de relieve una profunda desigualdad de género que comienza en la etapa formativa y se prolonga a lo largo de toda la carrera académica.
Uno de los mayores obstáculos para las mujeres en el mundo académico es el techo de cristal, un fenómeno que impide su ascenso a posiciones de poder y decisión. A pesar de tener las calificaciones necesarias, muchas profesoras encuentran dificultades para acceder a cargos de gestión como rectorías, decanatos o jefaturas de departamento. Este desequilibrio tiene un impacto directo en la toma de decisiones dentro de las instituciones académicas, ya que las perspectivas y experiencias de las mujeres no están adecuadamente representadas en los espacios donde se definen las políticas y estrategias institucionales. A lo anterior, se suma la segregación horizontal, que se refiere a la concentración de mujeres en ciertas áreas del conocimiento tradicionalmente asociadas con los roles de género femeninos, como las ciencias sociales, la educación y la salud, mientras que los hombres dominan las áreas tecnológicas, científicas y de ingeniería. Esta segregación perpetúa estereotipos de género y refuerza la idea de que ciertas disciplinas son inherentemente masculinas o femeninas, lo que limita las opciones de desarrollo profesional para las mujeres y contribuye a la desigualdad salarial.
Sobre lo anterior, al consultar a la Dra. Pamela Caro Molina directora del Centro de investigación Aplicada en Familia, Trabajo y Ciudadanía, CIELO, en UST y Directora del FDI “Transversalización del enfoque de género en la Universidad Santo Tomás: modelo de gestión integral para el fortalecimiento de la institucionalidad, mecanismos y cultura de igualdad de género en sus 13 sedes”. Nos señala que: “En la actualidad siguen persistiendo brechas importantes en el sistema, de allí la importancia de avanzar en acciones específicas en las universidades. Como indica la Política Nacional de Igualdad de Género en la Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación del Ministerio de Ciencias (2021), promover la igualdad de género en la ciencia tiene un gran valor pues aporta a la calidad de las investigaciones y permite aumentar las posibilidades de encontrar talento y creatividad.”
En ese contexto, durante el 2024 una de las Instituciones de Educación Superior que se adjudicó el InES Género, fue la Universidad Santo Tomás. Consultamos a quien lidera el proyecto la Dra. Pamela Caro Molina, y nos comenta que: “Para la Universidad Santo Tomás es muy importante la adjudicación del concurso InES Género de ANID en el año 2024, cuyo objetivo general es fortalecer las capacidades institucionales en la universidad para la transversalización de la perspectiva de género en la I+D+i+e (investigación, desarrollo, innovación y emprendimientos de base científica tecnológica) mediante la implementación de un Plan de Desarrollo para todas sus sedes que contemple mecanismos, procesos, estrategias y resultados que disminuya las brechas de género, promueva el cambio cultural hacia la igualdad sustantiva, fomente la mayor participación de las mujeres en ciencia y avance en la incorporación del enfoque de género en las investigaciones”
Para finalizar, el conmemorar la labor de quienes dedican su vida a la enseñanza y la investigación, también nos lleva a reflexionar sobre los desafíos que enfrentan, especialmente desde una perspectiva de género. En la educación superior, las profesoras se encuentran con obstáculos que limitan su desarrollo profesional y su bienestar personal, desde la falta de representación en puestos de liderazgo hasta el acoso sexual y la discriminación de género. Superar estos desafíos requiere un compromiso institucional firme con la equidad de género y la creación de políticas y prácticas que promuevan la inclusión y el respeto en todos los niveles de la academia.
En definitiva, trabajar hacia una educación superior más equitativa no solo beneficiará a las profesoras, sino también a toda la comunidad académica. Al garantizar que las mujeres tengan las mismas oportunidades de desarrollo y reconocimiento que sus colegas hombres, se fortalecerá la calidad de la educación y se avanzará hacia una sociedad más justa e igualitaria.