Publicidad
Cuando el miedo y la vergüenza cambian de bando Yo opino

Cuando el miedo y la vergüenza cambian de bando

Publicidad
Ma. José Martínez-Conde Fabry
Por : Ma. José Martínez-Conde Fabry Periodista. Directora contenidos de LaCENTRAL.
Ver Más

¿Por qué cuando ocurren casos de abusos sexuales o violaciones como el de Monsalve y Valdivia los hombres relativizan o se defienden (#NotAllMen) en vez de condenar los hechos?


Ya lo dijo Gisèle Pelicot, la mujer francesa de 70 años a quien su marido, su pareja de toda la vida y hombre ejemplar con quien tenía 3 hijos y 6 nietos, drogó durante 10 años para invitar a tipos a violarla mientras dormía. Decenas de hombres de entre 26 a 74 años asistieron durante ese tiempo, algunos incluso, volviendo más de una vez. Ni el marido ni los demás sufren alguna enfermedad mental, dijo la psicóloga del caso. Había bomberos, periodistas, militares, estudiantes; la mayoría con familia y vidas “estables”. Ciudadanos normales. Vidas corrientes. Los violadores no son monstruos, son hijos sanos del patriarcado. Gisèle decidió hacer el juicio abierto, a pesar de la exposición, porque “la vergüenza tiene que cambiar de bando” y para decirle a todas esas mujeres que han sido drogadas y violadas: no están solas.

La vergüenza debe cambiar de bando, y el miedo también. En Chile no acabábamos de enterarnos del escándalo del exsubsecretario Manuel Monsalve, cuando apareció una historia muy similar, ahora con un futbolista famoso: el Mago Valdivia. Los dos hombres de poder, uno más que otro. Ambos casos con pisco sours como elementos trascendentales. Pero lo cierto es que ni una cita, ni un trago, ni una mini significan consentimiento. He escuchado a hombres alegando (¡y mujeres también!) que ya nada se puede hacer, todo es “denunciable”, pero si es tan complicado, ¿por qué no comienzan a cuidarse ellos? Como mujeres crecimos escuchando no volver a casa solas cuando ya era muy tarde o cómo protegernos para no ser drogadas. Y es bien simple: No es No, ¿qué parte no entendiste la N o la O? Las abogadas de @amldefensa publicaron un post que parece un meme de lo obvio, pero es tremendamente asertivo en estos días de destapes varios: “¿Cómo evitar que te denuncien por un delito sexual? Si la persona está visiblemente afectada o no puede tomar decisiones ABSTENTE. No es sexy forzar las cosas, es violencia. No te expongas a situaciones comprometedoras, evita cualquier contacto que no sea 100% consensuado”. ¡Qué los cuidados también cambien de bando!

Lo que a mí me parece crucial en el desmantelamiento de toda esta basura es el pacto de silencio entre los hombres. Así como el pacto de los militares, que en Chile a 51 años aún no nos dicen Dónde Están. Ese pacto del silencio que hizo que ninguno de los hombres que declinaron la invitación de Pelicot a violar a su esposa, haya denunciado. Ese pacto que no reprocha al amigo o al compañero de pega cuando se pasa con la broma desubicada a una mujer o abusa sexualmente de alguna. Un caballero no tiene memoria, lo sabemos. Y es los números… ¡no dan, vieja! ¿Cómo es posible que yo y mi madre, mi abuela, mis hermanas, mi vecina, mis primas, mis compañeras del cole, las de la U, las de la pega, amigas de Chile y el mundo, en fin, todas las mujeres a mi alrededor hayan sido abusadas sexualmente alguna vez en su vida y nuestros amigos/parejas/parientes no conozcan a ningún abusador? ¿Por qué cuando se destapan casos estremecedores como el de Pelicot en Francia; o la violacion colectiva de La Manada en 2016; o las denuncias masivas contra el productor de cine estadounidense Harvey Weinstein (#MeToo), salen más hombres defendiéndose onda #NotAllMen (mas siempre un man), que condenando los hechos? 

Me refiero a ese pacto de silencio que los hace no decir palabra, aunque les incomode la mina porno que mandan por el chat. O cuando escuchan los comentarios misóginos y machistas en el tercer tiempo o en el happy hour, miren para otro lado. Y no obstante, internamente no comulguen y sientan que está mal, prefieren el silencio antes de ser juzgados ¡y peor! Antes de dejar de pertenecer al grupo, al que han intentado ser parte toda su puta vida. ¿O soy muy ingenua y sólo se trata de misóginos encubiertos? Porque el silencio, el no condenar, es avalar la violencia machista. 

Al contrario de este leal pacto silencioso entre hombres, que permite al sistema seguir oprimiéndonos, las mujeres hablamos. Lo hemos hecho siempre. Trenzamos historias, nos contamos la vida, nuestras ruinas sobre todo y los triunfos también. Hacemos terapia con una amiga e incluso con desconocidas en el baño de un bar. Y la 3a Ola Feminista, entre otras cosas, nos hizo entender algo imprescindible y poderoso: que la mujer de al lado no es una enemiga o una competencia, como nos hicieron creer tanto tiempo. Es una compañera. “Divide y triunfarás” dice el viejo dicho,  ya no… La sororidad llegó para quedarse y esa red, esa confianza, ese “yo te creo, hermana” es lo que hoy hace a miles de mujeres denunciar e inspirar a otras a hacerlo. Como pasó hace una semana en España con la dimisión de Iñigo Errejón, un diputado “aliado” del feminismo, producto de denuncias de violencia machista difundidas por redes sociales. Desde su renuncia, han aparecido cientos de testimonios aludiendo a otros políticos, líderes de cultura y medios de comunicación. Tanto así que Meta bloqueó la cuenta de Instagram donde se publican estas denuncias por unas horas, pues debido a la presión de las mujeres en redes, no le quedó más remedio que restaurarla. 

No nos callarán más. Ya no tendrán el privilegio de nuestro silencio. Que caigan todos. Estén donde estén. Ocupen o no puestos de poder. Porque como dijo la genia escritora y periodista Lucía Lijtmaer “las mujeres hablamos entre nosotras y tenemos un disco duro que flipas con toda esa información. Y algún día eso os dará tanto miedo como a nosotras oír unos pasos volviendo a casa de noche”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias