La baja natalidad en Chile no es solo una cifra en un informe estadístico; sino que un reflejo de las transformaciones profundas que enfrenta nuestra sociedad, y un recordatorio de los desafíos y oportunidades que se perfilan en el horizonte.
El reciente informe del Instituto Nacional de Estadísticas (INE) revela un preocupante panorama demográfico. De acuerdo con el boletín de estadísticas vitales coyunturales correspondiente a agosto de 2024, los nacimientos en Chile han caído significativamente, con un total de 11.075, lo cual representa una baja del 20,9% en comparación con el mismo mes del año pasado y del 3,2% respecto a julio de este año. El mayor porcentaje de los nacimientos de agosto fueron de madres que tenían entre 30 a 34 años, con el 30,1% del total (3.337 nacidos vivos), seguido del grupo de madres entre 25 a 29 años, con el 25,7% (2.841 nacidos vivos). Este fenómeno no solo implica una disminución en el número de nacimientos, sino que también proyecta un impacto considerable en el equilibrio poblacional, con un envejecimiento acelerado que plantea retos significativos.
La caída de la tasa de natalidad es parte de una tendencia global que se ha intensificado en las últimas décadas, sin embargo, Chile se encuentra entre los países de Latinoamérica con las tasas más bajas. Según datos del Banco Mundial, en 1960 Chile registraba una tasa de natalidad de 35,3% y tasa de fecundidad de 4,7, es decir que cada mujer en edad fértil tendría 4,7 hijos a lo largo de su vida. En ese entonces, la maternidad y la construcción de familias numerosas eran expectativas casi universales para las mujeres chilenas. Sin embargo, el panorama social y familiar ha cambiado profundamente. La drástica disminución de la tasa de natalidad, la cual llegó apenas al 12% en 2022 nos demuestra que existe una combinación de factores económicos, sociales y culturales que han impactado en la vida de las personas y en sus decisiones familiares.
La creciente inseguridad económica ha sido uno de los principales factores detrás de esta tendencia, la que ha llevado a muchas parejas a postergar o desistir del deseo de tener hijos, exigiendo un análisis profundo sobre el contexto económico y la capacidad de garantizar un futuro estable para los descendientes.
A esto se suma la dificultad de conciliar el trabajo con la familia, un problema que afecta especialmente a las mujeres en edad fértil, generando un costo de oportunidad significativo para las mujeres que desean avanzar en sus carreras y, al mismo tiempo, formar una familia.
El cambio en la percepción de la familia también juega un papel crucial. Si en el pasado la familia numerosa era un valor central y reflejo de estabilidad, hoy en día las prioridades personales han cambiado. Muchas parejas optan por tener familias más pequeñas o, en algunos casos no tener hijos. Esta transformación responde a un contexto cultural que valora el desarrollo individual, la autorrealización y la búsqueda de experiencias de vida diversas. Viajar, desarrollar una carrera, invertir en educación y perseguir metas personales se han convertido en prioridades, a menudo dejando la formación de una familia como una opción secundaria o que se pospone indefinidamente.
La baja natalidad en Chile no es solo una cifra en un informe estadístico; sino que un reflejo de las transformaciones profundas que enfrenta nuestra sociedad, y un recordatorio de los desafíos y oportunidades que se perfilan en el horizonte. Esta tendencia proyecta un envejecimiento sostenido de la población, un cambio demográfico que impactará en el mediano y largo plazo en diversos aspectos de nuestra vida como país.