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No podemos hablar de feminismo en ausencia de la maternidad Yo opino

No podemos hablar de feminismo en ausencia de la maternidad

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Claudia Darricarrere
Por : Claudia Darricarrere Psicóloga perinatal. Mg. psicología de la salud
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El feminismo ha sido, históricamente, un movimiento de lucha contra las desigualdades de género y las múltiples opresiones que enfrentan las mujeres en distintos ámbitos de la vida. Desde su origen, ha buscado el reconocimiento de derechos, la equidad en el acceso a oportunidades y la transformación de estructuras patriarcales que perpetúan la subordinación de las mujeres. Sin embargo, estas opresiones no afectan a todas las mujeres por igual.

La interseccionalidad nos permite entender cómo el género se cruza con otras variables como la clase, la raza, el estatus migratorio o la privación de libertad, generando desigualdades diferenciadas. En este marco, entiendo la maternidad como una interseccionalidad más, que agudiza las opresiones e inequidades de género.

Durante mucho tiempo, las maternidades fueron vistas como un espacio de opresión para las mujeres. No sin razón: la imposición del rol materno como destino inevitable, la romantización del sacrificio y la naturalización de los cuidados como responsabilidad exclusiva de las mujeres han sido parte de las estructuras que el feminismo busca desmontar.

En este esfuerzo, ciertas corrientes feministas optaron por alejarse del debate sobre la maternidad, temiendo que al reivindicarla se reforzara la idea de que el rol de las mujeres debía estar restringido al ámbito doméstico. Así, se avanzó en derechos sexuales y reproductivos, derechos civiles, en el acceso al mundo laboral y en la denuncia de la violencia de género, pero la maternidad y sus implicancias quedaron relegadas a un segundo plano.

Hoy, es urgente volver a poner la maternidad en el centro de la discusión feminista. No porque las mujeres deban ser madres, sino porque muchas lo son y, en su ejercicio, enfrentan desigualdades estructurales que precarizan sus vidas y la de sus hijos e hijas. La sobrecarga de trabajo doméstico y de cuidados no remunerados, la discriminación laboral, la falta de corresponsabilidad parental y la insuficiencia de políticas públicas que protejan la salud mental materna son solo algunas de las violencias que experimentan las mujeres que maternan. Ignorar estas realidades es perpetuar un sistema que sigue descansando sobre sus cuerpos y su tiempo, sin reconocimiento ni apoyo suficiente.

Las mujeres en Chile realizan el 71,7% del total de horas dedicadas al trabajo doméstico y de cuidados no remunerados (ENUT, 2015). Si miramos sólo las tareas de cuidado de otras personas —niños, adolescentes, personas mayores o con dependencia—, el porcentaje sube a un 72,4%. Estas cifras evidencian que el trabajo de sostener la vida sigue recayendo mayoritariamente sobre las mujeres, limitando su autonomía y bienestar.

No es casualidad que los estudios sobre salud mental materna en Chile muestren cifras alarmantes: entre un 41,3% y un 44,3% de las mujeres presenta sintomatología ansiosa entre el tercer trimestre de embarazo y los seis meses postparto. Si, además, consideramos la precariedad laboral y la falta de redes de apoyo, es fácil entender por qué la maternidad se vive tantas veces en soledad, angustia y agotamiento.

Pero no todas las maternidades son iguales. En Chile, entre el 80 y 90 por ciento de las mujeres privadas de libertad son madres, y la mayoría de ellas está encarcelada por delitos relacionados con el tráfico de drogas, un reflejo de la feminización de ciertas actividades ilícitas vinculadas a la pobreza. Estas mujeres enfrentan un sistema penal que no solo castiga sus delitos, sino que además las condena a la separación forzada de sus hijos e hijas, con políticas públicas insuficientes que se hagan cargo de esta realidad, dejando profundos efectos en sus vidas y en las de sus familias.

De la misma manera, las mujeres migrantes y en situación de calle viven maternidades en condiciones de extrema rudeza, muchas veces sin acceso a redes de apoyo, salud o vivienda. Estas maternidades invisibilizadas son el testimonio más crudo de cómo la intersección entre género, pobreza, criminalización y discriminación racial o migratoria amplifica las desigualdades en la maternidad.

Adscribo a un feminismo cuyas pancartas y gritos en la calle no solo reivindiquen el derecho al aborto, sino que también aboguen para que las maternidades, puedan vivirse con dignidad.

Adscribo a un feminismo que sitúe la redistribución del trabajo de cuidados en el centro del debate teórico y político, no solo desde el ejercicio equitativo de la co-parentalidad, si no que asuma el trabajo de cuidados como una tarea de toda la sociedad. No podemos hablar de equidad de género sin reconocer que el bienestar de quienes maternan y cuidan de otros sigue precarizado por las desigualdades estructurales.

Vivimos en sociedades interdependientes, donde todas las personas, en algún momento de la vida, requerimos cuidados. Reivindicar la maternidad en el feminismo no es esencializarla ni romantizarla, sino reconocer que las opresiones de género se expresan con especial crudeza en quienes maternan y, por lo tanto, avanzar en su justicia es avanzar en la justicia para todas.

No podemos hablar de feminismo sin hablar de maternidad. No podemos hablar de equidad sin redistribuir los cuidados. No podemos hablar de un futuro más justo sin garantizar que quienes sostienen la vida también puedan vivir dignamente.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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