Las casi tres horas de espectáculo confirmaron (una vez más, si hace falta) que Serrat es una de las grandes figuras de la música popular latinoamericana. No sólo hizo gala de su calidad musical; los años de oficio arriba de un escenario lo mostraron como un gran anfitrión (y actor) de un concierto que si inicialmente recreó su último trabajo Cansiones, finalmente se convirtió en una oda a la nostalgia.
La devoción que Joan Manuel Serrat despierta en su público hizo que, en un arrebato casi inédito para la siempre parca idiosincrasia chilena, un abarrotado Court Central clamará a coro por Tarrés, cuando el cantautor catalán ya había realizado unos tres bis y los relojes sobrepasaban la medianoche. El alter ego del artista dio en el gusto -de seguro que por Serrat hubieran estado hace rato durmiendo- a un público, que aunque mayoritariamente adulto y bastante pasivo durante el show, a esas alturas se agolpaba frente al escenario y estiraba sus manos para obtener un saludo del artista.
Lo de anoche fue casi mágico para sus seguidores. Las casi tres horas de espectáculo confirmaron (una vez más) que Serrat es una de las grandes figuras de la música popular latinoamericana. No sólo hizo gala de su calidad musical; los años de oficio arriba de un escenario lo mostraron como un gran anfitrión (y actor) de un concierto que si inicialmente recreó su último trabajo Cansiones -sus propias versiones de clásicos de este lado del sur del mundo-, finalmente se convirtió en una oda a la nostalgia.
Puntualmente a las 9 de la noche, el catalán vestido de riguroso negro dio el vamos al show (algunas damas aseguraban entusiastas que el catalán es como el vino… ese que el músico no cesó de alabar y que lo acompañó desde una mesa a un costado del escenario). Sus reinterpretaciones de "Sabana" y "La maquinita" -notable la introducción que el músico hizo del tema, haciendo gala de buen humor y de la admiración que estas tierras sudacas le despiertan- comenzaron a entusiasmar al público.
"Yo sé de una mujer", "Mazúrquica modérnica" y "De un mundo raro" se iban sucediendo entre los diálogos del artista con la platea. La atmósfera cómplice y emotiva del bar Tarrés tuvo su punto más emotivo con "El cigarrito", el tema de Víctor Jara que fue largamente ovacionado y coreado por los asistentes. Y aunque éstos en su mayoría no conocían el repertorio del último álbum de Serrat, escucharon y aplaudieron con ubérrima unción.
Tras poco más de una hora de Cansiones, el colorido fondo que recrea el patio de un bar tal vez barcelonés, tal vez caribeño, fue cubierto por un telón negro y Serrat se retiró un momento de escena para volver junto a sus antiguos temas.
"Romance de Curro el Palmo" marcó el inicio de esta parte del espectáculo. "Una mujer desnuda y en lo oscuro" y "Mediterráneo" fueron algunos de los clásicos que el cantautor desempolvó con nuevos arreglos interpretados por una banda de siete músicos dirigida por Josep Mas "Kitflus", productor musical de sus últimos discos. Quizás estos nuevos arreglos o una banda orientada a la cadencia latinoamericana de Cansiones o el hecho de que Serrat compartió el micrófono con los asistentes en varias oportunidades, restaron la fuerza necesaria que necesitan temas como "Fiesta" y la emoción que despiertan canciones como "Penélope" cuando son escuchadas por el timbre vocal de Serrat, que pese al paso de los años se mantiene (casi) intacto.
Tras innumerables bis que permitieron volver a ver a un Serrat solo con su guitarra sobre el escenario, el músico regaló "Cantares" y "Para la libertad" sellando una noche simplemente hermosa y a esas alturas totalmente desbordada. Y que se repite hoy.