Con la nueva producción homónima, que ya se convirtió en disco de oro, la banda de San Miguel retorna al centro de la escena musical chilena y demuestra que además de llenar el Estadio Nacional, son capaces de crear buenas canciones y seguir vigentes.
En la contra carátula del nuevo disco de Los Prisioneros se puede ver un sintetizador análogo sobre una cama. Enchufado y conectado, está dispuesto a ser tocado. No es una guitarra, ni una batería ni un bajo. No es ninguno de los instrumentos clásicos de la banda de rock: es un teclado que permite una serie de sonidos asociados generalmente a la música electrónica.
Pero, no hay que equivocarse, Los Prisioneros son una banda de rock: lo fueron en los ochenta, cuando consciente o inconscientemente se convirtieron en una voz generacional, y lo siguen siendo hoy, cuando editan después de 13 años un nuevo disco. Un disco de rock, que aunque cargado de elementos electrónicos, difícilmente pueden superar la presencia definitoria de la guitarra de Claudio Narea, y el timbre de Jorge González que -aunque le pese- ya es imposible separar de la figura de rockero que representa y lleva a cuestas.
Es difícil la discusión en torno a dónde radica ese elemento que define lo que es rock y lo que queda fuera. Pero González tiene esa sensibilidad característica, que se mueve entre la rebeldía adolescente, la opinión política contestataria, un sufrido viaje por el mundo de las drogas, la experimentación musical y el tenor del ídolo popular que a través de buenas canciones y elementos inexplicables se conecta directamente con el público. Y González, además de la voz de la banda, es su compositor principal.
Cargando con la historia
Tópicos extra musicales quizá, pero aunque no lo queramos rodean a Los Prisioneros y su nuevo disco homónimo. Aunque a ellos no les interese, y ni quisiéramos tocarlos, son elementos que está ahí como telón de fondo. Cómo escuchar este disco sin tener en cuenta de que se trata de quizá la banda más importante de la historia del rock chileno; que después de diez años separados se juntaron y en un año y medio llenaron cuanto estadio hay en el nuestro largo Chile; cómo no recordar su actuación en el último Festival de Viña repleta de alusiones políticas; como no tener en la cabeza La Voz de los Ochenta, Pateando Piedras, No Necesitamos Banderas, Quieren Dinero, y tantas, tantas otras. Cómo olvidar que con este disco Los Prisioneros dejan esa calidad de banda re-unida, para estar realmente de vuelta.
No se puede. Y aunque se pudiera, no tiene sentido aislar la historia. Aislarlo significaría, por ejemplo, no entender qué hace ese sintetizador en la contra portada del disco. Desde la primera canción de Pateando Piedras -Muevan las Industrias- los elementos de la música electrónica estaban presentes en la música de la banda, y nunca lo abandonarían. La música en solitario de Jorge González ha coqueteado siempre con el tecno, llegando a grabar el disco Gonzalo Martínez y and his Thinking Congas, que mezcla la cumbia con la electrónica. Miguel Tapia, por su parte, después de la disolución de Los Prisionero lideró el grupo directamente tecno, Jardín Secreto. Es Narea el único que ha estado siempre ligado fielmente al rock.
En realidad, Los Prisioneros nunca han sido puristas del rock & roll, al contrario, a lo largo de su carrera han unido elementos de la new wave, el tecno, el punk, la música romántica latina y por supuesto el pop. El nuevo disco no es la excepción, y de hecho ahí radica justamente la razón para que los nuevos Prisioneros hayan logrado superar la nostalgia, y suenen actuales.
Se supone que Carlos Fonseca, el eterno manager de la banda, tiene ojo para los clásicos. Descubrió La Voz de los Ochenta y Pateando Piedras, cuando ninguno de los músicos les tenía demasiada fe. Para este disco, Fonseca decidió que Ultra Derecha era la canción indicada para introducirlo al público. Detrás de esa opción, claro, está la idea de aprovechar el tenor político contestatario de los san miguelinos. Pero, a decir verdad, el primer single le hace poca justicia al disco.
El disco, canción a canción
La sencillez -lírica, y también musical- de Ultra Derecha representa poco a un disco marcado por arreglos cuidados, electrónicos -Europa- o orquestales -Canción del Trabajo-; y una lírica que permite una serie de asociaciones más interesantes que el hecho ya establecido de que Los Prisioneros no comulgan con el ideario UDI.
Más cercano musicalmente a Corazones que a cualquier otra producción de Los Prisioneros, el nuevo disco conserva esa impronta ácida en términos líricos que siempre acompaña a la banda. "El trabajo dignifica/ pero no entiendo bien lo que significa/ alcanzo a ver que rima con caja chica/ con trafica y mijita rica", canta González en la única canción que comparte créditos con Claudio Narea, Canción del Trabajo: track que claramente se destaca, no solamente por contar con el apoyo de una orquesta dirigida por Guillermo Riffo, sino porque probablemente es uno de los puntos más altos del disco.
Algo tiene que recuerda a la Cultura de la Basura: la dulzura de un coro de niños cantando que el trabajo dignifica al hombre, mientras González recita a contra pelo que está dispuesto a sacar la vuelta heavy; un bajo constante y presente, el justo riff de la guitarra de Narea. Están ahí los tópicos clásicos de la banda: ironía y escepticismo.
Tópicos también expuestos en la bailable Europa, que sobre una base electrónica muy cercana al dance, trata sobre el afán colonizador del viejo continente aún vigente. "Europa simple y superficial cultura/ de la zanahoria el garrote y el europeo", dice con acento español González, para terminar en una triste melodía interpretada en piano, que contrasta con la fuerte energía de la canción.
Los Templos, sigue la línea bailable del disco, y no sería extraño escuchar pronto una re mezcla electrónica que suene en las pistas de baile de Santiago. Probablemente ese mix no incluirá mucha voz de González, porque no funcionaría mucho eso de bailar y al mismo tiempo escuchar una ficción sobre el retiro de las religiones, templos incluidos, que critica una falta de espiritualidad real.
Un poco menos bailable, El Otro Extranjero da vuelta esa idea que dice que los peruanos y bolivianos le quitan el trabajo a los chilenos, para indicar a otros inmigrantes. "Ese otro extranjero es bacán elegante con don de mando y gran experiencia empresarial/ experto en macropolítica y bioingeniería comercial". Un poco de ese resentimiento tan clásico de Los Prisioneros, pero esta vez no contra los poderosos del país, sino que en el marco de la globalización, dirigido a los poderosos del mundo.
En un tono definitivamente rockero, Violencia retrata el morbo urbano en el escenario de un choque que termina en la petición pública de una pelea que supere los límites civilizados. Materialismo y, sí, violencia, en una canción que inicialmente fue compuesta durante los ochenta; cuestión que se nota en esa guitarra rockabilli tan presente en los discos clásicos de la banda.
Homenajes
El otro extremo -musical y temático-, del disco se encuentra en San Miguel, Concepción, Mami y En el Cementerio. Canciones más nostálgicas, introspectivas, acústicas y conectadas de alguna manera del sonido de Los Tres. Concepción de hecho tiene esa impronta de rock de los sesenta tan propia de la banda de Alvaro Henríquez, y para no dejar dudas de la relación incluye un acordeón.
Pero más allá, Concepción es algo así como un homenaje a la ciudad del sur como capital rockera de Chile. El texto está lleno de alusiones a los Emociones Clandestinas, Los Tres, Los Bunkers y cierta aura psicodélica representada por Los Santos Dumont y su líder: "Syd Barret/ se queda donde el Melo/ y le oculta su canción", canta González en una de las canciones más sinceramente alegres del repertorio de Los Prisioneros. Punto alto también, y que logra un encanto especial al escuchar a Jorge González cantando en código de melómano sobre una ciudad tan importante del rock chileno.
Sobre otro lugar, San Miguel es una canción sobre los orígenes no tanto de la banda, como de González. Con una emocionalidad y nostalgia similar a Tren al Sur, el líder de Los Prisioneros parece decirnos que toda su historia personal todavía tiene salvación. "No, yo no estoy tan dañado, no/ tanto no he cambiado/puedo volver a jugar a San Miguel".
La canción más introspectiva del disco es también la que está más lejos del sonido de Los Prisioneros, pero más cerca de Jorge González. Mami es un tema suave, con una base de percusión rítmica oriental y una flauta traversa que ayuda a la temática metafísica de la canción. "No hay vida/ no hay muerte", canta González positivamente describiendo la reencarnación por donde han estado unidos él y su madre. Está en el nuevo disco, pero perfectamente podría haber sido parte de Mi Destino.
La última canción es una celebración. En el Cementerio es un invitación a iniciar una fiesta en el funeral del vocalista. "No lo he pasado nadita de mal", canta González, y sigue, "no me importa morir". Un rockabilli acústico con armónica y todo, y que a través del acordeón parece conectarse nuevamente con el sonido de Los Tres. Un final alegre, para un disco que más allá de las consideraciones musicales, está marcado por el escepticismo social y la ironía. Pero claro, ahí está gran parte de Los Prisioneros.
Ahí, en ese elemento cínico que desconfía del poder. Hoy, al igual que en sus años clásicos, Los Prisioneros tampoco creen. Siguen situados en el lado opuesto de los flahs, aunque claro, ahora están más dispuestos a negociar. No le tienen asco al dinero, y aprovechando su imagen de contestatarios presentan el nuevo disco con Ultra Derecha.
Con todas las posibles contradicciones que existan, hay un nuevo disco de Los Prisioneros en la calle. Un disco que con creces cumple con instalarlos de nuevo en el centro de la escena musical chilena. Y demuestra que en el 2003 Jorge González, Miguel Tapia y Claudio Narea no solamente son una buena banda covers, sino que por ese trío todavía fluye una química capaz de producir grandes canciones.
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