El dueño de la revista pornográfica Hustler, Larry Flint, y un académico analizan en un libro la influencia del sexo en la presidencia de EE.UU.
«No hay nada más político que el sexo», afirma Larry Flynt, flamante autor de un libro que traza la historia de la vida sexual de las figuras más ilustres de la política de Estados Unidos.
Flynt, dueño de la revista Hustler, defensor de la pornografía y célebre por exponer las relaciones ilícitas de los políticos, se lanza a desmenuzar los efectos públicos de los nexos privados de quienes han gobernado el país.
«Las actividades sexuales de los líderes de la nación, en vez de ser un tema privado, han afectado eventos históricos que han alterado la vida de millones», dice la introducción de One Nation Under Sex («Una nación bajo sexo»)que revela como las relaciones sexuales de una larga lista de presidentes (y de las primeras damas) afectaron sus políticas oficiales.
El libro, que tiene como co-autor a David Eisenbach, reconocido historiador de la Universidad de Columbia, EE.UU., argumenta que el público tiene derecho a conocer la vida privada de sus líderes porque ignorarla implica una visión incompleta de la historia y porque lo que pasa entre las sábanas repercute en la plaza pública.
Un ejemplo de esta teoría es el caso del presidente James Buchanan (1857–1861) quien vivió durante 15 años con el senador William King, en una era en que la homosexualidad era condenable con pena de muerte.
Lo que enfatiza la publicación de esta relación es como el senador King, representante de Alabama y dueño de esclavos, convenció a Buchanan de apoyar la causa de los estados del sur en vísperas de la Guerra Civil con «consecuencias trágicas para la nación».
«Buchanan hizo hasta lo imposible para apoyar las causas esclavistas así fueran una violación de la ley y dividieran al país», dice el libro, que sale a la venta el 26 de abril.
Otro punto que resalta la publicación es que aunque los enemigos políticos de Buchanan se burlaban de la relación, llamando a King la «mujercita» del mandatario, ninguno se atrevió a denunciar a la pareja abiertamente.
Sólo se limitaron a decir que Buchanan, el único presidente soltero de EE.UU., nunca se casó, apenado por la muerte de su prometida, quien falleció de una supuesta «histeria» antes de llegar al altar.
Otro ejemplo es el de Warren Harding (1921 – 1923) quien sostuvo una relación amorosa de 15 años con Carrie Fulton Phillips, la esposa de un amigo.
Lo que señala el libro no es la existencia de una relación extramarital -ambos eran casados- sino que Fulton amenazó con revelar la relación ilícita si Harding apoyaba la declaración de guerra contra Alemania durante la Primera Guerra Mundial.
Las primeras damas de Estados Unidos, quienes tradicionalmente aparecen como poco más que un accesorio benévolo al mandato de sus esposos o las decoradoras oficiales de la Casa Blanca, no se quedan atrás.
«Hemos descubierto que estas influyentes mujeres también tuvieron relaciones extramaritales, y algunas se vieron envueltas en escándalos que tuvieron un importante impacto político», señala la publicación.
Entre las más comentadas está la relación entre la primera dama Eleanor Roosevelt y la periodista Lorena Hickok, quien llegó a vivir en la Casa Blanca.
Como periodista, y luego a través de varios libros, Hickok fue clave en la promoción de la imagen pública de Roosevelt, cuya popularidad llegó a niveles nunca vistos para una primera dama y se convirtió en una pieza clave para la reelección de su esposo.
El libro detalla como la relación de Roosevelt con Hickok y con varias lesbianas, entre ellas Marion Dickerman (la primera mujer candidata al congreso de Nueva York), convirtió a la primera dama en activista a favor de los derechos civiles, de las mujeres y de los pobres.
Los autores también argumentan que la intersección de la política, el sexo y el escándalo no es un fenómeno de la era moderna, sino una realidad integrada a la misma fundación de las instituciones más veneradas.
No hay que ir más allá de la misma Casa Blanca, que tuvo su primer escándalo incluso antes de terminarse la edificación, cuando en 1795 la esposa de uno de los carpinteros, Betsy Donahue, abrió un burdel en el campamento de construcción de la mansión presidencial.
La mujer fue arrestada luego de quejas de que su negocio afectaba la productividad de los trabajadores.
El incidente se destaca como ejemplo de la hipocresía de las autoridades en cuanto a los crímenes «contra la moralidad» y, en particular, frente al papel de la mujer.
Mientras que la señora Donahue sufrió las consecuencias de su infracción, las autoridades se hicieron de la vista gorda frente a los otros negocios ilegales que promovían las apuestas y la embriaguez de los trabajadores.
Incluso el esposo carpintero de Betsy, quien le ayudó a montar y administrar la operación del burdel, no sufrió castigos.
Más allá de presentar los chismes de alcoba de los gobernantes para entretener a los lectores, el libro busca atacar un sistema en que el escándalo está asociado principalmente al sexo, mientras que la injusticia social, la desigualdad económica y la guerra no son considerados como un tema de moralidad pública.
Según Flynt, Estados Unidos es una sociedad donde se «condena el sexo, pero se justifica la violencia», lo cual considera más grave que cualquier indiscreción de alcoba.