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Fin de siglo: la pérdida de grandes arquitectos Opinión

Fin de siglo: la pérdida de grandes arquitectos

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Alberto Sato Kotani
Por : Alberto Sato Kotani Académico Facultad de Arquitectura, Arte y Diseño UDP
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Alberto Sato Kotani. Doctor en Arquitectura. Académico Universidad Diego Portales


 

Unidad vecinal Portales. Eduardo Castillo Velasco fue parte del grupo de arquitectos.

Unidad vecinal Portales. Eduardo Castillo Velasco fue parte del grupo de arquitectos.

Designar una época por la cifra no revela más que una voluntad, porque sin duda el siglo XXI no comenzó en las calendas de enero del año 2001, sino cuando algo históricamente relevante dio vuelta la página del siglo XX. De otro modo no emplearíamos numeración romana.

En la parcela de conocimientos y realizaciones de la arquitectura chilena, a partir de los años noventa se produjo una exitosa cadena de realizaciones que alcanzaron interés de audiencias locales e internacionales. Sin embargo, había presencias, palabras y miradas que recordaban principios, éticas y compromisos profesionales que no proporcionaban el sosiego que requería el realismo de la arquitectura actual.

Al respecto, si consideramos lamentables pérdidas que sucedieron recientemente, quizás se pueda explicar cuándo dio inicio un nuevo siglo. Las pérdidas aludidas ocurrieron con los arquitectos Fernando Castillo Velasco, en Julio, Christian de Groote y Alberto Cruz Covarrubias, ambos en Septiembre, figuras que dieron notable identidad a la arquitectura chilena desde fines de los años cincuenta. Ellos trascendieron fronteras y dieron a conocer una dimensión creativa y cultural que colocó a Chile en el debate internacional. En efecto, en dicho escenario, Chile no se destacó solamente por su localización y como destino de viajeros y exiliados de postguerra, sino que por sus ciudadanos que construyeron, desde este fin del mundo, poéticas y proyectos de notable significación y creatividad.

Así, la vivienda social, expresada en las obras de Fernando Castillo Velasco y en particular en su participación en la Unidad Vecinal Portales iniciada en 1954 – dentro del equipo Bresciani-Valdés- Castillo-Huidobro-, instala la dimensión comunitaria y la valorización peatonal en los proyectos de conjuntos habitacionales que se debatían en los foros internacionales especialmente promovidos por las nuevas generaciones de arquitectos europeos, reconduciendo los principios  de la denominada Arquitectura Moderna. Fernando Castillo continuó desarrollando sus ideas acerca de la vida comunitaria en proyectos de vivienda durante su breve paso por Venezuela, pero especialmente en los conjuntos realizados en Santiago. Adicionalmente, en su vocación de servidor público fue Rector de la Universidad Católica de Chile y Alcalde del Municipio de La Reina.

Por otra parte y desde otra arista de la arquitectura, la estrecha colaboración de Christian de Groote con Emilio Duhart en la sede de la CEPAL y la fábrica Carozzi, fueron la plataforma profesional para el exitoso desarrollo personal de De Groote en la realización de viviendas individuales, marcando nuevos caminos  dentro del debate arquitectónico latinoamericano de la postmodernidad, traducido en términos de identidad. En efecto, el uso y tratamiento de los materiales, así como su composición en el paisaje natural enriqueció de modo notable una modernidad arquitectónica que agotaba sus lenguajes. Esto también fue posible porque De Groote supo conquistar a una clientela acomodada que cambió sus modelos y estilos arquitectónicos. Fue un activo polemista que mantuvo en vilo a los funcionarios sobre decisiones urbanas apresuradas y según denunciaba enfáticamente, sin conocimientos técnicos, tomadas al amparo del desarrollo contemporáneo.

Más recientemente, el arquitecto Alberto Cruz Covarrubias, la figura más relevante y trascendente de la arquitectura moderna chilena. Estas dos cualidades obedecen al papel que ha jugado en la arquitectura desde hace más de cincuenta años. Relevante, por su capacidad crítica de superación de un status quo no sólo de una enseñanza académica anclada en el Vignola -libro de cabecera de los académicos de mediados de los años cincuenta-, y dicha superación no consistió en el fácil y frecuente giro de tendencias, sino en una amplitud del campo disciplinar hacia la poesía, la matemática, la técnica, las categorías, una suerte de Renacimiento que se trasmitía a los alumnos de la Facultad de Arquitectura y Diseño de la Universidad Católica de Valparaíso, de la cual fue su fundador junto con el poeta Claudio Girola.

Trascendente en su visión e iniciativas que se concretaron en las Travesías, la fundación de Ciudad Abierta de Ritoque, el modelo de la capilla de Pajaritos, y las ideas volcadas en textos como Estudio acerca de la Observación en Arquitectura(1982); Don Arquitectura (2002); Música de las Matemáticas (2002); Amereida – Paladio: Carta a los arquitectos europeos (2004); El Acto Arquitectónico(2012); entre otros. No obstante este significativo portafolio, su mayor contribución y su efectiva trascendencia fue la docencia. En efecto, la palabra y sus dibujos impactaron profundamente a generaciones de estudiantes y público que asistían fascinados, aún sin comprender del todo, sus mensajes.

Sin embargo, el mundo sabe de la experiencia de Ciudad Abierta que despertó el interés internacional de modo inusual. Ritoque estaba lejos de la utopía de Paolo Soleri –que por cierto murió en abril de este año- y su pueblo ecológico Arcosanti de Arizona, o las innumerables comunidades que buscaban escapar de la vida moderna. Por el contrario, la Ciudad Abierta de Ritoque es un lugar de la  poesía del acto creativo, de la poesía matemática, de la técnica y de la espiritualidad, un lugar de plenitud donde se persigue integrar las múltiples dimensiones del habitar moderno.

Estas breves e incompletas reseñas biográficas realizadas al amparo de tardíos obiturarios, con seguridad omiten hechos, actos y protagonismos más importantes que otros de los que oportunamente, y por medio de anteriores publicaciones, se dieron cuenta. Aquí se quiere destacar un quiebre epocal.

Los tres arquitectos mencionados han obtenido el reconocimiento de sus colegas con el Premio Nacional de Arquitectura en 1983, 1993 y 1975 respectivamente, pero se destacan especialmente sus contribuciones a la arquitectura moderna, en proyectos, compromisos sociales y enseñanzas desde fines de los años cincuenta hasta el presente, un presente que muestra ya que ese tiempo, con la desaparición física de ellos, finalmente concluyó.

Concluyeron los grandes relatos disciplinares que construyeron estos arquitectos y hoy ya no se esperan redenciones ni salvación alguna por medio de la arquitectura: la arquitectura a secas domina la escena y los voceros de esos relatos ya no están -y otros prontamente no estarán-, se han muerto, y a nadie se le ocurre reemplazarlos.

Así, entramos en el siglo XXI de la arquitectura en Chile.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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