La obra retrata a los ejecutores materiales del genocidio realizado en Indonesia en 1965, quienes se muestran orgullosos por la crueldad de sus crímenes. Cultura+Ciudad conversó con el director de esta cinta que aparece como una de las favoritas para llevarse la estatuilla dorada de la Academia y afirmó que llevarse el premio sería “un momento maravilloso para los sobrevivientes ya que la comunidad de los derechos humanos profundizaría allí el debate sobre lo ocurrido” e incrementaría la posibilidad de que los asesinos, hasta ahora impunes, paguen sus crímenes.
El cineasta estadounidense Joshua Oppenheimer está sorprendido. Cuando filmó su película, el autor de The Act of Killing, un documental sobre los autores materiales de una matanza de centenares de miles de supuestos comunistas en 1965, nunca imaginó que terminaría compitiendo por un premio Oscar.
The Act of Killing, que pudo verse en Chile en diciembre en el marco del festival de cine Surdocs de Puerto Varas, es una de las favoritas para llevarse el galardón este domingo, aunque la competencia es dura.
El film enfrenta a Cutie and the Boxer de Zachary Heinzerling (sobre un artista japonés en Nueva York), Dirty Wars de Richard Rowley (sobre las guerras en cubiertas de Estados Unidos en lugares como Yemen o Afganistán), The Square de Jehane Noujaim (sobre los cambio en Egipto tras la caída del dictador Hosni Mubarak) y 20 Feet from Stardom de Morgan Neville (sobre grandes músicos norteamericanos).
Para el cineasta el premio es importante, pero aún más gravitante le resulta lo que la obra causó en la isla, donde generó una enorme controversia, sobre todo porque la masacre era un tabú y los asesinos hoy son parte del establishment. Y no sólo causó un debate allí, sino también en su país, que en su momento respaldó la matanza.
“De hecho se vio en el Congreso (de Estados Unidos), gracias a la nominación”, señala. La discusión además impulsó la desclasificación de numerosos documentos del Departamento de Estado y la Agencia Central de Inteligencia (CIA) respecto al involucramiento norteamericano.
“Ser nominado a un Oscar es un tremendo honor para un cineasta”, señala Oppenheimer, “pero lo más importante es que el gobierno de Indonesia finalmente haya aceptado que lo ocurrido en 1965 fue un crimen contra la humanidad. La nominación ha abierto una enorme puerta para hablar al respecto, y la gente está escuchando”.
Un premio sería “un momento maravilloso para los sobrevivientes y la comunidad de los derechos humanos allí profundizaría el debate sobre lo ocurrido” e incrementaría la posibilidad de que los asesinos, hasta ahora impunes, paguen sus crímenes, según el realizador. Además fortalecería “la democracia y la transparencia”, en vista de que los herederos de los crímenes han montado grandes imperios a través de la corrupción en el país asiático.
“Incluso aunque no gane, no hay vuelta atrás”, recalca Oppenheimer. “No se puede hacer desaparecer la verdad que el film puso al descubierto, y espero que al final todo sea para mejor para los indonesios”.
La historial del film comenzó en 2001, cuando Oppenheimer viajó a Indonesia para filmar el intento de un grupo de trabajadoras de crear un sindicato en una plantación de aceite de coco (The Globalisation Tapes, 2003) en Sumatra Norte. Fue allí donde se enteró de la matanza de 1965, ya que muchos padres y abuelos de los trabajadores de hoy y sindicalizados en 1965, habían muerto en aquella época, acusados de ser comunistas.
Oppenheimer intentó hacer un documental con los sobrevivientes, pero el gobierno lo impidió. Por sugerencia de las víctimas, el cineasta habló entonces con los asesinos, quienes no sólo accedieron a hablar, sino que se jactaron de sus crímenes. Uno de ellos, Anwar Congo, es el “protagonista” del film.
El cineasta recuerda que masacres como la de Indonesia, y régimen homicidas del mismo estilo, fueron apoyados en todo el mundo por su país.
“Espero que Estados Unidos y el resto del mundo, sin importar lo que pase el domingo, admitan los crímenes del pasado y su propia responsabilidad” en el respaldo a esos crímenes, afirma.
¿Cómo explica Oppenheimer que la Academia se haya fijado en un documental rodado en una isla remota en Asia, tan ajena a Estados Unidos?
“Creo que es una historia sobre todos nosotros”, explica el cineasta. “En todos los países del mundo donde mostré el film la gente de alguna forma se identificó con Anwar Congo”, entre otros por un fenómeno común: “cómo construimos la normalidad en base al terror y las mentiras y cómo justificamos nuestras acciones”. Porque, en definitiva, el film es “sobre las consecuencias sobre esas mentiras y los ocultamientos”.
Oppenheimer cree que los victimarios victoriosos de Indonesia pueden homologarse a sus símiles en todo el mundo, incluido Estados Unidos, donde algunos glorifican “el exterminio de los nativos americanos” o celebran la victoria en la Guerra Fría, que en Asia fue posible gracias al apoyo norteamericano a la dictadura imperante en la isla.
Para el realizador, al reconocer a la cinta la Academia y Estados Unidos no hacen otra cosa que reconocer el papel de Washington en sucesos como los ocurridos en el país asiático.
“No sé si ganaré el domingo, pero estoy muy feliz de haber llegado hasta aquí”, agrega Oppenheimer. “Espero ganar, por supuesto, pero ya estoy muy feliz de estar nominado, de hecho me cuesta creerlo”.
Para Raimundo Pérez, director de la última versión del Surdocs, la nominación de The Act of Killing se ajusta a los galardones previos que obtuvo la cinta.
“Debe ser una de las películas más ganadoras entre la crítica especializada y los festivales durante el año 2013”, dice. “En el círculo de programadores siempre se supo que era uno de las favoritas para ser nominada. La nominación está en sintonía con el desempeño que ha tenido la película en los círculos especializados”.
Pérez cree que la Academia suele elegir películas que hablen de la contingencia –como la crisis egipcia retratada en The Square – y temas clásicos como la guerra (Dirty Wars). “La academia no es indiferente a lo que sucede políticamente en el mundo, y eso es súper interesante como criterio de programación”, destaca.
Para el programador de Surdocs las claves de la cinta son la atmósfera que genera y sus personajes, los que potencian el documental. “Es un film muy llamativo” al mostrar “cómo esos asesinos siguen asumiendo su papel de asesinos delante de la cámara”.
“Creo que lo más interesante es cómo se cuenta la historia y se desenvuelven sus personajes, especialmente su protagonista”, agrega.
Pérez destaca que la cinta pone en escena la sicología que hay detrás de los homicidas, enfrentada al relato de los brutales hechos, exhibiendo las “sicologías erráticas” y “perversiones” de sus protagonistas, que sólo al final de la película muestran ciertas dudas sobre sus acciones.
“La película es un ejercicio interesante para los espectadores, pero también para el realizador y los personajes. Es una experiencia por donde se le mire”, señala.
Pérez también opina sobre la polémica que reflotó con la nominación: algunos críticos han acusado a Oppenheimer de engañar a estos criminales para conseguir su testimonio, aunque él lo niega. El cineasta siempre ha dicho que todos los involucrados estuvieron conscientes de sus actos y del propósito del film.
“Siempre en el documental se habla sobre el grado de utilización que puede haber de los personajes, pero uno también podría hacerlo al revés. ¿Qué grado de utilización hizo el personaje de la película?”, afirma.
“Creo que es inevitable que se generen ciertas tensiones una vez que las películas toman forma definitiva. Las pretensiones que tuvieron los participantes en la película siempre van a ser muy distantes y siempre hay alguien -sobre todo si se está contando una historia verídica- que va a salir traicionado”.