El novedoso largometraje indaga en torno al nacimiento del cine en Chile, centrado en la labor fílmica de los hermanos Gustavo y Gabriela Bussenius, y del esposo de esta última, el italiano Salvador Giambastiani, sobre el período comprendido entre el año 1910 y 1932. Se trata de un relato que involucra esa agitada etapa en la vida de la República, con la trágica biografía personal de los protagonistas y la visión, que ya tenían acerca de este arte en ese entonces las elites políticas de la nación, como un elemento peligroso a la hora de construir la imagen que se desea mostrar de la realidad, en la memoria colectiva presente y futura.
4 de junio de 1932. Parece un cuento escrito a cuatro manos por Roberto Bolaño y Jorge Luis Borges, pero no lo es. Estamos en el antiguo y amplio bandejón central de la Alameda, a la altura de la esquina de esa avenida, con calle Nataniel. Al lado de la estatua ecuestre de José de San Martín, yace un hombre muerto, atravesado por una bala, mientras una cámara botada a su lado, sigue filmando lo que serían las asonadas, tiroteos y balaceras, que durante la tarde de ese día, dieron comienzo a la breve experiencia de casi dos semanas, que la historia conoce como la República Socialista de Chile.
El ciudadano fallecido tiene por nombre Gustavo Bussenius Vega (1885-1932) y su deceso marca el fin de la primera etapa en los anales del cine nacional, la muda y sin sonido, cuando las imágenes, las luces y los encuadres, eran los únicos elementos que prevalecían en el lenguaje fílmico que se grababa por ese entonces en Santiago.
Caía el gobierno del radical Juan Esteban Montero, y se instalaba la Junta cívico-militar conformada por Arturo Puga, Carlos Dávila y Eugenio Matte, aunque el hombre fuerte y verdadero propulsor del movimiento, figuraba apenas como ministro de Defensa: Marmaduke Grove Vallejo, el aviador y comandante en jefe de la recién creada Fuerza Aérea, un oficial de ideas nacionalistas, americanistas y revolucionarias que, junto a Salvador Allende Gossens y Óscar Schnake Vergara, fundaría el Partido Socialista al año siguiente (1933).
Pero el relato que aquí nos interesa, el de los orígenes del cine mudo chileno, había comenzado en 1915, cuando el productor y cineasta italiano Salvador Giambastiani, arriba al país proveniente de Argentina, desde donde había llegado escapando de los rigores de la Primera Guerra Mundial, una conflagración que involucraba a su país como protagonista.
A los dos años de su llegada, y tras formar la empresa Giambastiani Films, y contraer matrimonio con Gabriela Bussenius Vega (1899-1975), el ciudadano peninsular filmó junto a su esposa, La agonía de Arauco (1917), película también llamada El olvido de los muertos. “El primer largometraje silente dirigido por una mujer y que abarcaba además temáticas indígenas”, observa la publicista Daniela Bussenius (31), sobrina bisnieta de esta última, y realizadora, junto a la antropóloga Luisa Urrejola (35), del documental que retratará los inicios de la industria cinematográfica local.
El trabajo se concentrará en la época que se extiende desde la irrupción de Giambastiani en la incipiente escena del celuloide santiaguino, hasta el día de la trágica muerte de su discípulo y cuñado, casi dos décadas después, Gustavo Bussenius. Pioneros del cine chileno (2015) se titulará el crédito, el que se encuentra actualmente en avanzada etapa de financiamiento y preproducción, con guión ya escrito e investigación terminada.
Una temporada antes de rodar en territorio nacional La agonía de Arauco, al cineasta italiano le habían censurado su ópera prima, La baraja de la muerte (1916) o El enigma de la calle Lord Cochrane, una cinta inspirada en el homicidio de Corina Rojas, un caso de la crónica roja que involucró a miembros de la clase alta capitalina, el que fue muy comentado en su tiempo, de acuerdo a la revisión que hizo de archivos de prensa de la época, El Mostrador Cultura+Ciudad. “La cinta fue prohibida por la administración del Presidente Juan Luis Sanfuentes debido a razones de orden social”, cuenta Luisa Urrejola, citando para afirmar aquello, las tesis del historiador Alberto Santana y de su libro Grandezas y miserias del cine chileno (1957).
Pese a los obstáculos que provenían del poder político, el prócer Giambastiani pudo levantar con grandes esfuerzos y privaciones su promisoria compañía, la que los investigadores denominan, asimismo, Chile Films. En las instalaciones de ésta, a metros de La Moneda, en la calle Morandé, el artista y empresario, con fondos propios, y ayudado por los hermanos Bussenius, organiza talleres de filmación amateur abiertos a la comunidad. Un caso curioso e inédito.
Todo parece ir viento en popa, hasta que la muerte y la enfermedad, surgen inesperadamente: durante los meses de 1921, Salvador muere, a los 32 años, a causa del entonces mortal Mal de Chagas, un misterioso virus que contrajo en un viaje de negocios por el norte Grande del país. “De su enlace con Gabriela, le sobrevivieron tres hijos, de los cuales se apoderó el anonimato y el olvido, hasta el día de hoy, como si se los hubiese tragado la tierra…”, comenta Daniela Bussenius.
Con la desaparición física de Giambastiani, se cierra momentáneamente la “Chile Films”, la que al año siguiente, en 1922, será adquirida y reabierta por el ingeniero agrónomo y descendiente de polacos, Alfredo Wolnitzky. Éste, le cambia el nombre, y la rebautiza como “Andes Films”; la decisión de invertir en el rubro, por este amigo de la familia, estuvo motivada por el consejo de Gustavo, quien pasará a ser su brazo derecho en el renovado proyecto.
“Diez años después, Wolnitzky se declarará en quiebra y será Bussenius, el que en 1932, pocos meses antes de ser asesinado, comprará la empresa con el respaldo de un crédito bancario, y se endeudará fuertemente con la Kodak Chile, su proveedor de películas vírgenes”, explica Luisa Urrejola.
Luego de la pérdida de su admirado cuñado, Gustavo Bussenius emprende un viaje a Nueva York (1923), ciudad en la que proseguirá sus estudios de técnica cinematográfica, los que había comenzado bajo el amparo de Giambastiani. De regreso a Santiago, retoma su vínculo con Wolnitzky. Juntos producen el largometraje Un grito en el mar (1924) y la famosa película El húsar de la muerte (1925), la mítica cinta dirigida por Pedro Sienna, ambas, los únicos testimonios visibles que quedaron para la posteridad del cine mudo chileno, custodiadas celosamente en las repisas de la Cineteca Nacional.
Paralelo a estas actividades, la dupla Bussenius-Wolnitzky empieza a gestar y a rodar los noticiarios cinematográficos del diario La Nación, los que se proyectaban en la previa de cada estreno y exhibición de un largometraje, a través de las salas del país. Así, recorren el convulso Chile de los golpes militares y el ascenso al poder de Carlos Ibáñez del Campo.
“De esos meses, corresponden las filmaciones aéreas que Gustavo hizo de la erupción del volcán Quizapu, ubicado en la Región del Maule, las primeras de esa factura realizadas en la historia de Chile, y que constituyó una secuencia y una noticia que recorrió el mundo entero”, detalla Daniela Bussenius.
En 1925, sin embargo, el tambaleante gobierno del Presidente Arturo Alessandri Palma emitió un decreto que formó el Consejo de la Censura, una instancia a la cual echó mano el general Carlos Ibáñez, cada vez que reprimió y vetó la labor periodística durante su primera administración (1927-1931). Así, “desde 1927, el silencio amenazó prácticamente a la totalidad de los medios de comunicación, radioemisoras, teléfonos, periódicos obreros, y por supuesto al cine”, complementa Luisa Urrejola.
De esa manera, llegamos al 4 de junio de 1932. Desde la Base Aérea de El Bosque, irrumpen en el Centro los blindados que expulsan de La Moneda a Juan Esteban Montero y a su gabinete, y que también acaban, bajo fuego cruzado de ametralladora, con la agitada existencia de Gustavo Bussenius. Los efectivos patean su cuerpo y pisan hasta hacer añicos su cámara.
No contentos con la muerte de éste, las nuevas autoridades ordenan el allanamiento de la Andes Films, a pasos de La Moneda, y la destrucción de su material y equipos cinematográficos. Además, la nueva Junta firma la deportación de Wolnitzky, el que a pesar de la persecución de la que fue víctima, alcanzó a huir y a esconderse en un pueblo del sur.
“El resto de las pocas cintas que no se alcanzaron a pulverizar, fueron embargadas por la Caja de Crédito, una acreedora de la compañía, la que vendió al por mayor los valiosos registros y negativos, de ese pedazo de la historia de Chile, para hacer peinetas con el celuloide. Otras grabaciones, quedaron en manos de la Kodak de Alemania, la que proveía de películas vírgenes a la Chile Films, el resto fueron a parar a coleccionistas de los Estados Unidos, y unas pocas, aparecieron en los archivos de la nueva versión de la productora, que creó la CORFO en 1942”, relata Daniela.
“La violenta muerte de Gustavo Bussenius, simbolizó el éxito de una estrategia de censura cinematográfica que venía gestándose en el país desde la temprana fecha de 1910”, reflexiona, a su vez, Luisa Urrejola, apoyada en las investigaciones de Fernando Purcell. “La creación artística planteó un pensamiento riesgoso para las elites”, finaliza.
Ese gesto impulsado en las altas esferas del poder político y social, y el olvido del que fueron objeto por parte de la historia oficial los hermanos Bussenius y Salvador Giambastiani, es el que desean atestiguar, con su documental, este par de jóvenes realizadoras.