¿Qué tan decisivo es para una compañía de teatro contar con un rostro de Tv en su elenco para asegurar un éxito en las tablas? ¿Hasta qué punto los medios, especialmente la Tv, son responsables del reduccionismo intelectual de los contenidos culturales? Las opiniones son diversas, pero en algo coinciden: el famoso o el rostro de tv en nada garantiza la calidad de un montaje y en muchos casos, su inclusión apunta en sentido contrario. El problema de fondo, sin embargo, no estaría en el teatro sino en la indiferencia de los medios de comunicación tradicionales que ante la ignorancia de cómo abordar una puesta en escena usa el rostro como gancho, dejando en evidencia el facilismo en materia de difusión cultural.
Es una polémica antigua, pero que prevalece más viva que nunca. ¿Qué tan decisivo es para una compañía de teatro contar con un rostro de Tv en su elenco para asegurar un éxito en las tablas? ¿Viven los actores una especie de «dictadura cultural» por el teatro comercial? ¿Hasta qué punto los medios, especialmente la Tv, son responsables del reduccionismo intelectual de los contenidos culturales? ¿Cuán probable es que las compañías emergentes dejen de ser emergentes?
La última encuesta de consumo cultural realizada por el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, bajo la administración Piñera y que fue publicada el año pasado, arrojó que desde el año 2005 a la fecha del estudio, se ha detectado una disminución sostenible de la asistencia de personas a espectáculos de teatro, pasando de un 20.5 % el 2005 a un 17,8% el 2012, proporción que podría entenderse, en todo caso, como un asunto menor tras detectarse, en estos años, una reducción de la brecha de acceso. Si el año 2005 había un promedio de 21,2% de personas que nunca habían ido al teatro, el 2012 esto se redujo al 4,6 por ciento.
A este panorama hay que sumar un tercer elemento en discusión. Mientras se detecta una leve baja en la asistencia a las funciones, crece la oferta en artes escénicas, especialmente de teatro, con una gran cantidad de compañías emergentes de todos los géneros que copan, semana tras semana, la carteleras locales, municipales y regionales. De todas estas obras, un porcentaje muy menor -se quejan actores- logran la difusión indispensable para que el público asista a la salas, consuma un producto cultural y, de paso aumente la taquilla, a veces el único aporte económico para compañías que no reciben financiamiento alguno. Y, ante esto, se agrega la ausencia de crítica especializada y oportuna, que ayude a fijar un mínimo estándar de calidad.
Frente a este escenario, la figura de Tv, actor o no, actúa como gancho comercial, muchas veces sin garantía de calidad. «Considero que hay una dictadura cultural, porque, por ejemplo, cuando los compañeros que hacen televisión presentan una obra, tienen cobertura por todos lados. Nosotros al estreno invitamos a todos los medios y no fue nadie de televisión porque no tenemos “rostros”, dice Víctor Faúndez, cofundador junto al guionista y premio Altazor, Juan Radrigán, de la compañía «Locos del Pueblo», que por estos días se presenta en Los Temporales de Teatro de Puerto Montt con El Memorial del bufón, una satírica obra sobre el infierno administrativo de una oficina pública.
Para Ramón Griffero, legendario director de teatro, el asunto no pasa tanto por la figura de televisión, sino por el modelo de mercado que se ha instaurado en la oferta cultural. «Sin duda actualmente la presencia de una obra depende de su difusión, en el marco de una cultura de mercado. Una obra de mercado, se estructura a partir de figuras de mercado y de la farándula para su éxito comercial mediático», dice el director de Cinema- Utoppia.
A juicio de este director, que exista teatro comercial o del tipo café concert, como la obra Las Indomables, éxito de taquilla en su minuto, al tener en escena a puras figuras de farándula como Pamela Díaz, Patricia Maldonado, Raquel Argandoña y durante un tiempo, también a la polémica doctora Cordero, no es un problema.»Nadie se opone a la existencia de la cultura de mercado pero es lamentable que esta se haya convertido en el centro de interés de los medios de comunicación», dice.
Distinto opina, Andres Kalawski, dramaturgo nacional, cuyas obras han sido incorporadas en la Antología de teatro chileno contemporáneo (La Habana, Casa de las Américas, 2008).»No he visto que la difusión dependa de la presencia de un rostro. Hay muchas obras con actores conocidos y que no tienen cobertura en los medios. Tengo más bien la impresión de que los medios desconocen la oferta de teatro chileno, que es buenísima, y también lo confunden con los eventos», dice.
Esta supuesta dependencia del rostro Tv, a modo de diagnóstico, no es exclusiva del teatro, apunta el actor y director del Centro Cutural Matucana 100, Cristóbal Gumucio. Para él, el tema también alcanza a otras áreas del arte. «Es una mecánica que va más allá del teatro», explica, reparando que un problema asociado es que «muchas compañías lo toman como un elemento a considerar».
Una de las externalidades negativas de esta dependencia del rostro, según autores, directores y teatristas, tiene que ver la dificultad, para algunos casi imposible, de lograr que las compañías nuevas dejen de ser consideradas como de teatro emergente. «Estamos condenados a ser tratados como emergente, incluso a veces nos llaman a nuestro teatro de experimental, cuando en realidad lo que hacemos son clásicos, y llevamos más de 15 años arriba de las tablas», se queja Roberto Valcarce, director de la Compañía «El Caminante», una de las cientos de compañías que descansan en el anonimato.
«Es imposible que el teatro emergente deje de ser emergente, porque los medios tradicionales les dan cero importancia. No existen. No te dejan escribir notas ni críticas, con el argumento de que ‘nadie los conoce’, entonces se consagra el círculo vicioso», repara Marietta Santi, una de las pocas críticas de teatro que tiene espacio en los medios.
Según esta periodista especializada en artes escénicas lo que ha pasado es que los medios de comunicación han simplificado la cobertura de teatro, «cada vez más», y eso por varias razones. «Primero porque hay muy pocas personas especializadas en el tema y cómo no se sabe como abordar una puesta escena, se busca lo más simple: el rostro, de fulanito o de fulanita», explica. Pero más importante que eso, remarca, es que las lineas editoriales de los medios no saben lo que quieren y eso redunda en un «vapuleo constante» del trabajo escénico.
«A veces quieren rostros, otras quieren algo freak, a veces algo experimental. Los medios tradicionales no se contentan con dar a conocer la calidad de una puesta en escena, siempre quieren algo más. Pero eso no sucede con las noticias de farándula. Muchas veces se quedan con algo absurdo y poco relevante, y no le dan más vueltas», sostiene la periodista, quien recalca que esta problemática no es de responsabilidad del teatro, que muchas veces «prefieren no trabajar con rostros» precisamente para evitar caer en el juego.
Este desinterés y el privilegio por los «rostro», independiente de su calidad teatral, es mas frecuente -acusan otros- en los medios televisivos que en la prensa escrita.
Carmen Romero, directora de Santiago a Mil, entidad que no tiene problemas de difusión, tanto así que en el mes de enero, no hay medio que no titule su espacio de espectáculos o de cultura, con una obra de este festival, explica que de todas maneras deben hacer malabares para que algún editor de televisión se interese.
«En la televisión, muchas veces, para la cobertura de proyectos, nos vemos obligados a diseñar llamativas puestas en escena para que los editores quieran destinar una cámara a difundir la actividad. El contenido en sí mismo, muchas veces, no les parece atractivo a este medio. Es por eso que la frecuencia abierta para un canal educativo-cultural, aparece como una esperanza para quienes estamos convencidos de que es urgente para el país tener una televisión con programación que no se base en los ratings o el avisaje. Una televisión que se atreva y confíe que las personas buscan más sentido y contenidos en la pantalla», explica la también presidenta de la Fundación Teatro a Mil.
En una cosa coinciden los profesionales del mundo del teatro: que un rostro o mayor o menor difusión nada tiene que ver con la calidad del producto cultural, ni con lo que el público efectivamente quiere ver.
Romero, en este aspecto es enfática: «La gente lo que busca es ver espectáculos de calidad, que emocionen por su dramaturgia, puesta en escena y desempeño actoral de los personajes. Las personas vuelven al teatro cuando les pasa algo con las obras que ven. Hay obras exitosas como “ La imaginación el futuro” de La Re-Sentida que está pronto a presentar su obra en el Festival de Avignon, “Castigo” de Strindberg, dirigida por Cristián Plana, que ganó el premio a la mejor obra nacional en 2013 por el Círculo de Críticos de Artes y los montajes de la compañía TeatroCinema que sorprenden por su impecable ejecución y la manera en que fusiona el cine con el teatro. Cada vez que hemos reprogramado una de sus obras, las entradas se agotan rápidamente, y no tienen “rostros” de TV».
Hacia el mismo punto orienta su reflexión Daniel Muñoz, quien es rostro de tv, actor de teatro y cine (interpretará a Allende en la nueva película de Miguel Litin), además de folclorista. «La gente que va al teatro no es necesariamente la misma que ve televisión. La gente que va al teatro es porque quiere ver una buena actuación teatral. A veces mucha gente de televisión no es buena en teatro, y viceversa también. Son disciplinas totalmente distintas, hablando de una obra de teatro como yo concibo el teatro, con un autor, con un contenido que sólo el teatro puede entregar», dice.
Desde una perspectiva más gremial, el actor y director de Sidarte Alejandro Castillo Tirado asegura, de manera tajante, que la presencia en un elenco de teatro de rostros de la TV no asegura, en caso alguno, el éxito de la misma. «El público conoce a actores y actrices por su calidad que ha comprobado en roles televisivos y eso genera cierta confianza para verlos en teatro, pero el fenómeno teatral, por suerte, finalmente opera autónomamente», señala.
Otro punto, en donde existe coincidencia, es que los rostros no tienen impacto a la hora de adquirir financiamiento de fondos públicos, como el Fondart, pero una situación muy distinta, pasa con las corporaciones culturales municipales, que funcionan, en su gran medida, bajo la misma óptica de los medios.
«Hay muchos encargados de cultura de municipalidades que no tiene idea de lo que hacen, por ejemplo también te preguntan si hay rostros en el montaje o si viene algún famoso y si no, para ellos no es teatro, entonces que esas personas estén encargadas de un área cultural me parece una falta de respeto enorme a su propia comunidad», denuncia Leo Santana, miembro de la compañía Locos del Pueblo.
Esta falta de educación en materias culturales, según Castillo, de Sidarte, es un claro dato más de la causa. «No se puede desconocer que este componente sí opera para la obtención de fondos privados o para la venta de funciones a instituciones privadas o entidades como municipalidades y otras. En estos casos siempre te preguntan ¿Quién está?, sostiene.
Para revertir esa situación, que impacta tanto en los públicos como el propio trabajo de los actores, los consultados afirman no tener fórmulas.
Algunos piensan, como la dramaturga Camila Le Bert, que tal vez debiera existir una especie de cuotas de medio, algo así como las «cuota de pantalla» para el cine chileno, o la Ley de 20% de música chilena en la radios. «Para mi gusto sería bueno que existiera una cuota de cobertura obligatoria en los medios».
«No hay libertad de expresión sin difusión», sentencia Griffero para remarcar el hecho de que los creadores no tienen medios publicitarios para defender sus obra.
Es indispensable, acota el director, la necesidad de contar con la «labor de una política cultural del Estado» que «difunda el espíritu de su país, estableciendo estrategias inexistentes de adquirir espacios televisivos, radiales. etc, para generar presencia».
De lo contrario, si las cosas siguen el curso actual «el arte seguirá ocupando un lugar de marginalización mediática», remata.