Víctor Minué. Periodista.
De alguna manera, siempre Germán Marín, se las arregla para escribir un libro, de gran calidad para los lectores. Y al mismo precio en librerías – no valor – , de algunas novelitas incomestibles, incomentables, que nos ofrecen las novedades editoriales. Y aunque queramos, con acanallada vocación de guarén, rapiñar, encontrar algún cortocircuito verbal, residual, a estas alturas, cierta fatiga de material , – ya tiene 80 años -, o signos de vaciamiento, terminamos ensartados en la trampa de su lucidez incombustible y proteica; al habitual dominio de la técnica y oficio de escribir, que transforman a Marín – no descubro nada- en una tradición literaria, en la que entran y salen, lectores agradecidos, y sobre todo, escritores jóvenes y no tan jóvenes, también.
En esta nueva novela, Tierra Amarilla, de Editorial Fondo de Cultura Económica, consistente con la memoria y continuación del proyecto literario del autor, nos propone un viaje a un desolado y espectral pueblo del Norte Chico, en una especie de roadtrip amnésico, donde la búsqueda detectivesca por parte de un periodista entorno al “chupacabras”, terminará por desmantelar los verdaderos intereses maquiavélicos detrás del mito del animal y las pulsiones que suturan el poder y mal, desplegando a la vez, una sepia costumbrista de los pueblos parásitos de las mineras, sus coloridos personajes de la vida prostibularia nortina, y el narcolumpen, que es retratado con ternura y ferocidad.
Así es como recogiendo pistas, el personaje principal, se aboca a la tarea de dar con la criatura fantástica, sacar adelante el encargo para la revista y volver pronto a la capital. Hasta ahí, todo marchará con normalidad, a no ser por el encuentro con Hans Stuven, un terrateniente de origen alemán, dueño de toda la producción agrícola de la zona y del monopolio del agua. Con directa alusión a La Naranja Mecánica de Anthony Burguess, el protagonista es torturado en una terapia de shock mediante el método Ludovico; inmovilizado y con los párpados zurcidos, pasarán por sus ojos un documental exaltando a Pinochet y la dictadura.
Marín dota de carga simbólica y paralelismo al horror y violencia explícita en este encuentro, como síntoma de una dolorosa retrospectiva histórica, pero a su vez y de manera implícita y no dicha, como una metáfora actualizada de como hoy en día la violencia es inoculada en los medios de comunicación de masas. Lo que cambia es, la sutileza depurada con que se manipula: “inducir conscientemente a la inconsciencia”, desde dentro, porque el mal ya ha sido interiorizado.
La experiencia de este acontecimiento en el periodista, está narrada por Marín, con limpieza, nitidez, y penetración. Pero esto no llamaría la atención, sino fuese por la aturdida candidez y abandono con que el personaje se desenvuelve, interroga, cavila, a la vez que está a un paso del precipicio, de la muerte al otro lado de los cerros amarillos.
No hay epicidad romántica ni alharaca filosófica sobre el personaje y sus derivas, Marín sabe que eso es credibilidad y buena literatura al fin de cuentas. Por lo mismo el tono del narrador es el mismo; imperturbable, desafectado, como si sólo pudiéramos acceder a la atmósfera de la conciencia de alguien que no espera nada.
El relato está construido en frases cortas, con abundante signos de puntuación, sobre todo de “comas”. En este sentido, el autor es uno de los escritores chilenos que mejor utiliza ese recurso. Es su arma de enumeración descriptiva , pero también una elástica modalidad de maniobras narrativas; una frecuencia sonora para colorear la oralidad de un personaje, que se mantiene con aire sólo por la música dentro de la frase. Otra estrategia del viejo búfalo de las letras chilenas, que se deja ver en Tierra Amarilla, es como al final de cada capítulo, colgando del último párrafo, nos regala pistas a medias, como quien va dejando un caminito de carnadas cuidadosamente sobre hojas secas, para meternos el suspenso en la sangre, y queramos dar vuelta la página. Así pasa.
Está recontra dicho, la calidad probada de Germán Marín para narrar historias, y revolver las entrañas de la memoria reciente, y así proyectarlas como sombras negras en la sociedad chilena. Experto en dar formas a la violencia, sabe de la importancia del Mal en la literatura y en el hombre, como contraparte de todo lo demás de la vida.