
Crítica de cine: “La canción de tu vida”, la poética del azar
Una lograda comedia romántica -escenificada en un Nueva York de música, caminatas y de paseos en bicicleta-, define a este buen largometraje protagonizado por la inglesa Keira Knightley y el actor estadounidense Mark Ruffalo. Su cámara complementa de gran forma el anhelo de mostrar a la cosmopolita ciudad, en relación con la búsqueda interior y los cambios existenciales que remecen al personaje interpretado por la bella actriz. La imposibilidad dramática de gestar un amor con la persona que impulsa la visión hacia esa sanación, en tanto, la unen argumentalmente con dos recientes títulos de la cartelera: con “Casi un gigoló”, de John Turturro, y con “Inside Llewyn Davis”, de los hermanos Coen.
“Y el que ame no será castigado / porque no hay impiedad, / apenas esas tristes equivocaciones”.
Pedro Lastra, en Para un nuevo decálogo
En la falta de sentido que se adueña de la vida del hombre contemporáneo, y cuyas causas pueden encontrarse en razones que van desde la muerte de las ideologías hasta en la pérdida de contacto con lo más profundo de la realidad, la búsqueda y el hallazgo del amor erótico, aparece en la gran respuesta planteada por una infinidad de artistas y de creadores, a fin de contener ese hastío y vacío.
Por esa senda resolutiva parece que nos va a dirigir en un comienzo La canción de tu vida (Begin Again, 2013), el último crédito escrito y conducido por el realizador irlandés John Carney (1972), quien se dio a conocer internacionalmente en el circuito cinematográfico, por su primera cinta: la estupenda Once (2006).

Ahora, provisto de un presupuesto más elevado y con un reparto de estrellas de renombre, el director nacido en Dublín se lanza con una empresa audiovisual de carácter ambicioso: retratar a la ciudad de Nueva York, bajo una óptica múltiple e intimista al mismo tiempo. La de una urbe exuberante en su composición demográfica, pero cercana y un refugio afectivo, para el hombre o la mujer que se encuentran en la espera y en el proceso, de resolver sus dilemas éticos y emocionales más vitales.
En ese trance, la obra del artista europeo se enlaza con la eminente filmografía de Woody Allen. También, con el talento de John Turturro y su reciente estreno de Casi un gigoló (2013), igualmente, con la incipiente carrera de Josh Radnor por su Liberal Arts (2012), y con otros dos largometrajes de jóvenes directores aplaudidos en Sundance: The Wackness (2008), de Jonathan Levine y The Art of Getting By (2011), de Gavin Wiesen.
Todas cintas hermanadas por un eje común: el anhelo de exhibir a Brooklyn y a Manhattan, como los distritos meta-físicos de los cambios espirituales, variaciones generadas en la dirección de encaminarnos a un período de luz y de plenitud amorosa, nunca antes vivenciado.

La compositora y cantante de baladas Gretta (Keira Knightley), apostó cinco años de su biografía con el propósito de construir un vínculo afectivo estable, que la uniera con el vocalista popular Dave (Adam Levine). El fracaso del intento, a causa de una infidelidad de este último, arroja a la frágil mujer en los brazos de la melancolía y de la depresión.
¿Cómo no me fue a resultar esa relación, si me esforcé tanto para que funcionara?, parece preguntarse Gretta, mientras se sienta en un banco del Washington Square Park, a meditar.
Otra escena. Gretta interpreta una de sus nostálgicas creaciones en un pub, hechas a base de cuerdas de guitarra y de una voz dulce, cuando la aborda otro individuo que persigue y necesita la ilusión de la comunión psicológica: el arruinado productor musical, Dan (Mark Ruffalo).

Un cuarentón que, además de hallarse en la quiebra financiera, acaba de ser despedido de la exitosa compañía disquera que él mismo ayudó a fundar hace años. Y por si fuera esto poco, arrastra dos frustraciones anímicas que lo tienen por los suelos: una ruptura matrimonial (la radiante Catherine Keener interpreta a su ex mujer) y los nulos intentos por comunicarse con su única hija adolescente, Violet (encarnada por la actriz Hailee Steinfeld).
Ese encuentro de dos personas “dejadas por la ola”, en el océano populoso e infinito de Nueva York, es inserto admirablemente por John Carney. Esto, bajo el concepto de una cámara que los fotografía en una fracción de la realidad personalísima y añorada, imaginario visual que los acoge y les permite soñar con la ilusión del hallazgo y de la esperanza.
La caminata de noche por las calles de Manhattan, por ejemplo. Donde Dan y Gretta recorren las esquinas de la Gran Manzana compartiendo su lista de temas musicales favoritos, los que son reproducidos por sus teléfonos celulares. Las luces inagotables de la ciudad, iluminan en planos generales y cerrados, el nacimiento de un vínculo genuino entre ambos, de un futuro promisorio, que está, por extraño y paradójico, al alcance de la mano.
Emerge, entonces, la referencia que se hace a Casablanca (1942): Aquí el rol de Keira Knightley, la heroína de idéntico nombre al papel de Ingrid Bergman en ese clásico del cine, escucha junto a Ruffalo, uno de los temas que aquella diva de los cuarenta oye junto a Humphrey Bogart, durante una de las secuencias de ese filme: As Time Goes By, compuesta por Herman Hupfeld, e interpretada en esa ocasión por la voz de Dooley Wilson.

Y existen otras citas: la de la pareja que imita, al lado del río Hudson, mientras se enamora y conversa bajo la luz de la luna, al Woody Allen y a la Diane Keaton de Manhattan (1979). También, a la Alida Valli y al Farley Granger de Senso (1954), obra de Luchino Visconti, en esa Venecia inventada, que el genio milanés creó a la orilla de unos canales de cartón, hace medio siglo. La secuencia, después, se repetiría con las actuaciones de Maria Schell y de Marcello Mastroianni, en la hermosa adaptación dostoyevskiana que el italiano hizo en Noches blancas (1957).
“Debes recordar esto / un beso es sólo un beso, un suspiro es sólo un suspiro. / Las cosas fundamentales suceden / mientras pasa el tiempo”, dice la letra de As Time Goes By. Y eso mismo pasa con algunas personas que creemos importantes en nuestros afectos imaginarios. Si no se corporizan para ser amadas por nosotros, por lo menos están allí, a fin de indicarnos una ruta que, de lo contrario, estaríamos impedidos de vislumbrar. Como cuando Greta (Keira Knightley), lo comprende todo, y arranca firme y decidida, arriba de su bicicleta, por las pistas nocturnas del Meatpacking District de Manhattan.
En esa secuencia postrera, se halla la ligazón de esta película, con el último estreno de los hermanos Coen en Chile: con Inside Llewyn Davis.
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