La destreza del director Cristián Plana -en esta obra de la dramaturga nacional Emilia Noguera Berger- por elaborar atmósferas donde el inconsciente pugna con las leyes de racionalidad y afectividades postergadas nos entrega un cuadro de seres humanos “fracturados”, sobrevivientes, donde solo han quedado algunos en pie para, todavía, levantar sobre la nada un utópico proyecto de vida.
Con cuatro obras de teatro ya estrenadas, siendo Un niño seleccionada para La Muestra de Dramaturgia Nacional el año 2010, Emilia Noguera Berger presenta su nueva propuesta titulada Proyecto de vida reafirmándose así como una de las nuevas voces de la dramaturgia nacional. Esto, si además subrayamos que Noguera fue seleccionada junto a otros once dramaturgos para formar parte del taller de dramaturgia del Royal Court Theatre of London, el que se llevó a cabo en Chile durante el año 2012 y 2013. Fue aquí donde Noguera desarrolló Proyecto de Vida, dirigida por Cristián Plana, quien también suma a su extensa lista de estrenos, este, uno complejo y de múltiples lecturas. De necesaria y sugerente densidad.
Tomar desayuno pareciera ser una acción simple, cotidiana. Verla representada una y otra vez en Proyecto de vida casi como el único acontecimiento del día, la convierten en la actividad mas desalentadora para sus personajes.
El encuentro entre ellos sucede de lunes a domingo, en la cocina, espacio dispuesto por Noguera como el de mayor fragilidad y dislocamiento sicológico. Entonces, advertimos en escena al matrimonio hipócritamente feliz –siempre en batas blancas de hotel y pantuflas del juego– sentados a la mesa pero dándonos la espalda. Alberto (Cristián Carvajal) lee el diario. Carolina (Bárbara Ruiz-Tagle) demanda, frustradamente, la atención de su esposo ante el aterrador –para ella– sobrepeso de Luis Alberto (Stephany Yissi), su hijo. Este, extraviado ante aquella gélida realidad es atendido por Irma, la nana, y la única capaz de relacionarse afectivamente con él.
La dieta del niño es estricta. Su déficit atencional, adormecido rigurosamente bajo el “empastillamiento” constante que suprimen sus ansias de libertad, aunque su rebeldía ocurre firme desde el cuerpo, desde una gordura que protesta por su tristeza.
La cocina, denominada por Plana como “zona catastrófica de tránsito”, funciona como escenario apropiado para enfatizar la gordura como derroche del cuerpo y cómo esta influye necesariamente, en el control sobre el comportamiento afectivo y sicológico de los personajes.
La gordura aquí no tiene forma verbal, no es permitida. Por lo mismo, cualquier manifestación hablada de afecto ha sido perfectamente pulida y embrutecida con pastillas. Emparejar el cuerpo, limitar sus borde. Limar cualquier kilo extra para que no se disperse. Plana entonces, elabora alrededor de un habla monótona, al borde siempre de acusarse rota, una estética en la que hace a los actores “trabajar un habla monocorde, apática y ‘desmayada’, que es como Joaquín Edwards Bello definía al habla chilena”[1]. De este modo los cuerpos postergados que Noguera propone desde su dramaturgia cobran protagonismo y las hablas –representantes de los afectos– brillan por su opacidad.
Baudelaire dijo “en un palacio, ya no hay rincones para la intimidad” y Plana, al presentarnos en una primera fotografía a los personajes de espalda nos compromete, de inmediato, a relacionarnos con ellos desde la intromisión, como perfectos voyeristas. Esto, sin duda, subraya el lánguido palacio-casa en Proyecto de vida, remitiéndonos a imaginarios como los de Caché, de Michael Haneke, (donde su protagonista es amenazado con cintas de video que lo muestran en su intimidad), aunque aquí es Irma, la nana, quien como voyeur se instala como implante emotivo en la familia para establecer los lazos emocionales entre los padres con su hijo. Y aunque la nana siempre está ubicada desde una esquina, es la que mejor conoce las frustraciones y desgarros de este núcleo familiar. Irma es quien se hace cargo de los delirios emotivos del niño a pedido de sus patrones, arrojándonos así a la espeluznante sentencia casi irremediable de la vida moderna: impedir y borrar la intimidad nos condena a la entrega de nuestros universos más sensibles y privados a otros, anulándonos ante la mas terrible mecanicidad.
Si la casa debiera ser ese espacio donde el “adentro” significa relacionarse, en Proyecto de vida aquella dimensión se reduce a un “estar fuera” constante, donde extraviarse es aun más posible que hacerlo fuera de ella.
Plana, en una acción escénica simbólica, representa estas ideas enfatizando la alienación del niño cuando, después de haber sido medicado, lo vemos sirviendo bebida en un vaso que, al mismo tiempo, se suspende en el aire. En eso, llegan sus padres e Irma, quienes lo rodean estupefactos. De la misma forma, otro de aquellos momentos de “efectos o encantamientos escénicos”, ocurre con Carolina, quien aparece repetida tres veces. Es decir, la vemos a ella y a sus dobles en ropa deportiva intentando relacionarse con su hijo. Así como Plana ya habría explorado antes en este recurso de “repetición” o doble de algún personaje, (por ejemplo en Gastos de Representación), aquí vemos que dicho mecanismo se ha instalado casi como “firma de autor”, aunque también podría ser leído solo como un elemento recurrente en sus propuestas. Me inclino, sin embargo, a pensar lo primero. Las interpretaciones de los actores, si bien todas se ensamblan precisas con el resultado final, no se alcanzan a sumergir o empapar del todo con la atmósfera conseguida por Plana. Cristián Carvajal, eso sí, logra contener las espesuras del texto en una rigurosa interpretación.
El diseño de Francisca Lazo en consonancia con la dirección de Cristián Plana, logran elevar al espacio escénico las múltiples claves dramatúrgicas sobre un imaginario alrededor de la crueldad onírica de sus personajes, y quizás sea esto lo que más deslumbra en la propuesta.
Plana, una vez más, desentraña y vuelve a imaginar las ensoñaciones más primitivas y violentas de personajes que colindan con el fracaso de un proyecto jamás terminado: el de la familia, y el de una infancia tachada. La niñez funciona como imagen primitiva, cercana a eso que fuimos, aunque en esta historia llega afónica, como remembranza de un pasado suprimido que se hace presente a través de una familia que se ha olvidado de sí misma. La destreza aquí del director por elaborar atmósferas donde el inconsciente pugna con las leyes de racionalidad y afectividades postergadas (que sugieren, en parte, las de Samuel Beckett) nos entrega un cuadro de seres humanos “fracturados”, sobrevivientes, donde solo han quedado algunos en pie para, todavía, levantar sobre la nada un utópico proyecto de vida.
[1] Cuadernillo de mediación cultural número 49. Teatro Universidad Católica de Chile.
“Proyecto de Vida” de Emilia Noguera Berger
Dirección: Cristián Plana
Elenco: Carmen Disa-Gutiérrez, Bárbara Ruiz-Tagle, Stephany Yissi, Crisitián Carvajal, Miriam Faivovich, Paula Luchsinger, Isabella Costa.
Diseño: Francisca Lazo
Teatro Universidad Católica.
Del 17 de octubre al 6 de Diciembre. Miércoles a Sábado 20:00 hrs.